Hasta ahora.
Porque creyendo a la obediencia virtud, muchos ciudadanos contribuyen, consciente o inconscientemente, a la agendada transformación de nuestra sociedad en una distópica oligarquía supranacional.
Pero lo cierto es que la obediencia no siempre beneficia al que obedece.
Obediencia y respeto deben ir siempre de la mano. Resulta antinatural obedecer a aquellos a quienes no respetamos. Y no merecen nuestro respeto aquellos que no nos respetan.
Centrémonos en la obediencia debida a las autoridades que bajo diferentes formas representan al Estado.
Son muchas las encuestas, cuyos resultados emiten sin pudor las medios generalistas, acerca de la valoración que los ciudadanos hacen de sus políticos, estén en el gobierno o no. Todos sin excepción y desde hace años, salen malparados de estas consultas, lo que deja bien a las claras que la mayor parte del pueblo no los considera dignos de la posición que ocupan o pretenden ocupar, recelan de sus intenciones, sospechan que mienten, engañan y manipulan sistemáticamente, que no son de fiar, que con frecuencia se corrompen, desfalcan o prevarican, que defienden sus propios intereses y los de los poderosos que los sustentan, que, en definitiva, no son merecedores ni de confianza ni de respeto.
Por eso, no les queda otra que imponer a sus gobernados la obediencia ciega, la que se impone por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar.
Y para ello, echan mano de Ingeniería Social. Mejor por las buenas, no sea que el pueblo, poderoso gigante dormido, despierte. Imprescindible que los ciudadanos den por bueno y consideren suficiente, en todo momento y en todos los casos, el argumento “Ad verecumdian”, “porque lo dice la autoridad”, argumento en modo alguno aceptable, en la actualidad, en la mayor parte de las sociedades occidentales, donde sus gobernantes, carentes de honor y de humanidad, sirven a intereses supranacionales muy alejados de las necesidades reales de sus respectivos pueblos.
Y entonces, ¿por qué se les obedece sin apenas oposición? ¿Por qué, en general, no se cuestionan las decisiones, los argumentos y las imposiciones del Estado aunque sean contrarias a los intereses del Pueblo?¿Por qué se traga con el “ad verecumdian” sin más?
Por pereza, por tibieza, por fanática fidelidad, por ingenuidad y por miedo.
“Pensar cansa” leí en una ocasión. Cuando desde hace mucho, mucho tiempo, pero en los últimos tres años con una intensidad inusitada, los medios de comunicación, al servicio de los poderosos, han dejado de lado de forma evidente y escandalosamente chulesca la objetividad e independencia informativa de la que se jactan, el Pueblo recibe, sea cual sea el medio al que se enchufe, “informaciones” sucia y uniformemente vomitadas para dirigirle hacia un pensamiento único, ese que han de difundir para satisfacer a los fariseos que les pagan. Creando confusión someten al Pueblo a un inmisericorde bombardeo mediático que le empuja a una resignada aceptación. Wuhan, pangolín, quimera sí, quimera no, covid, pcr, mascarilla sí, mascarilla no, ola, variante, mutación, muertos, ancianos, incidencia, encierros, restricciones, no te relajes, ruina, vacuna, obligatoria, que inmuniza, que no, que te da suavecito, por los demás, negacionista, pasaporte covid, dosis, otra dosis, otra dosis, más, más, se me acaba el rollo, cambio de tercio, guerra, Ucrania, buenos, malos, tienes que ir con los buenos, yo te digo quiénes son, sanciones, gas, crisis energética, cabreo a Argelia, inflación, empobrecimiento, sacrifícate, por Ucrania, come esto y no lo otro, no podéis pescar, te empobrezco 10 y te devuelvo 5, eso es política social, frío en invierno, calor en verano, por Ucrania, por el planeta, pantanos vacíos, vaciados, montes que arden, quemados, el diesel, la sostenibilidad. Tsunami de “noticias” que dificulta la reflexión. Si todos dicen lo mismo, sin duda es la verdad, argumenta el perezoso para justificar su indolencia. Dudar es tener que pensar. Pensar cansa. Mejor descansadito. Mejor Creo. Mejor obedezco.
Las relaciones con el Estado obligan a los individuos bajo su tutela, siempre bajo amenaza de sanción, a acatar normas, leyes, ordenanzas, instrucciones, trámites y obligaciones de todo tipo, además de contribuir económicamente, vía impuestos, a su mantenimiento. A cambio, el Estado velará por cubrir las necesidades básicas de sus ciudadanos y garantizará que los derechos de los que gozan no sean violentados. Este planteamiento tan sencillo, se viene abajo en el momento en el que el Estado ni cubre las necesidades ni garantiza los derechos de sus ciudadanos. Esto está pasando hoy en muchos países, entre ellos España, con el poder judicial sacándole los colores una y otra vez a un ejecutivo que se pasea chulescamente, no podía ser de otra manera ante la ausencia de procesos y condenas, con la patente de corso del “porque lo digo yo” y haciendo y deshaciendo a su antojo con la seguridad que le da el verse arropado por los organismos supranacionales para los que trabaja, en contra, no lo olvidemos, de los intereses de su propio pueblo. Su servidumbre flaco favor nos hace. Sus objetivos no son nuestros objetivos. Sus necesidades no son nuestras necesidades. No nos respeta. No merece nuestro respeto. No le debemos obediencia. Por tibieza (por no decir cobardía) muchos lo hacen. Le obedecen. Le dan alas. Justifican la humillación que nos inflige día tras día por un “no quiero problemas”, como si no enfrentarse a ellos significara que no existen o que por sí solos desaparecerán.
La ingenuidad es más frecuente entre los habitantes de los países del norte de Europa, donde tradicionalmente las relaciones Pueblo-Estado han estado regidas por la confianza mutua y por el objetivo común de salvaguardar los intereses nacionales. Esto explica la extrema dificultad que los ciudadanos de estas avanzadas sociedades tienen a la hora de desconfiar de sus autoridades. Tardarán un tiempo en constatar que, tras una larga y sistemática tarea de destrucción de los valores tradicionales, muchos de sus gobernantes, ahora carentes de escrúpulos, han dejado de servirles para subirse al carro del Globalismo internacional. Veremos su reacción cuando descubran que han sido traicionados. Mientras tanto, seguirán obedeciendo.
El miedo, el patológico, también mueve a obedecer. Mentalmente bloqueados por el terror, no son pocos los que después del experimento covidiano han quedado tocados de por vida. Son incapaces de relacionarse con familiares, amigos y compañeros. Son incapaces de arrancarse la mascarilla que dicen, pobres ignorantes, que les da seguridad. Y, lo que es peor, su miedo les hace agresivos con los que no lo tienen. El señalar culpables, deporte practicado por los medios con perruna fidelidad, afianza su enfermiza mentalidad. Cómo van a contemplar la posibilidad de desobedecer, si a los desobedientes creen deber todas sus desgracias. No entienden, pobres, que precisamente obedeciendo perpetúan el problema. No creen necesitar ayuda. Son carnaza para cualquier circo que nos monten, sea vírico, bélico, energético o de cualquier otro pelaje. Su miedo no les va a soltar. Reconocer el problema para resolverlo. No sé cuántos de ellos lo harán.
Necesitamos, pues, que los indolentes se tornen hacendosos, decididos los asustados, consecuentes y justos los fieles, desconfiados los ingenuos y lógicamente precavidos los aterrorizados.
Germen de una responsable, justa y necesaria desobediencia.
Sólo así, enseñándoles las uñas, el miedo cambiará de bando. Y, tal vez, se abra una ventana a la esperanza.
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