La escritura como terapia


miércoles, 8 de abril de 2015

De la falta de respeto

Un mal contra el que llevo batallando toda mi vida.

Es costumbre de gran parte de mis conciudadanos inmiscuirse en la vida de los demás, sea o no de su incumbencia. Acostumbran a actuar como juez y parte. Se atreven, haciendo gala de una enorme desvergüenza, a juzgar y condenar decisiones y acciones que están muy lejos de su jurisdicción y que pertenecen al ámbito privado de personas adultas que ejercen su derecho al libre albedrío. Se crean expectativas de cómo los demás han de actuar y cuando estas expectativas, como suele ser frecuente, no son satisfechas, arremeten contra el que de esta forma, y según su limitada visión de la vida, les ha ofendido en lo más hondo de sus convicciones, regalándole una buena dosis de desprecio.

Pues señores, sepan que los despreciables son ustedes. Que las decisiones de las personas adultas, si no van en contra de su seguridad, de su dignidad y de su independencia, ni atentan contra las elementales normas de convivencia que rigen en cualquier sociedad civilizada, han de ser respetadas aún cuando no sean compartidas. Que lo contrario es una falta de respeto y que los ofendidos no deben ser ustedes, sino los que han sufrido de su injerencia. Que quién no respeta, nunca será respetado, y por tanto, ustedes actuando de esta manera serán siempre despreciados y no se ganarán nunca el respeto que de otra forma tal vez acreditarían.

Semidioses zafios, manipuladores e intolerantes que emponzoñan toda relación, desde el mismo momento en que abren sus pestilentes bocas.

Más os valdría ocuparos de vuestras mediocres vidas, muy necesitadas de valores que las hagan dignas de ser vividas. Ni coméis ni dejáis comer. Probar a vivir y dejar vivir y tal vez os ganéis un sitio en el Purgatorio, que en el Paraíso ya lo veo difícil.

Te regalo un jarrón y te digo dónde lo tienes que poner, te invito a mi casa y te digo todo lo que tienes que hacer, te hago un favor y te digo que favor quiero a cambio. Gentuza interesada.

Te digo lo que tienes que hacer, lo que tienes que decir, cómo te tienes que comportar, a quién tienes que visitar, cuántas veces me tienes que llamar. Gentuza entrometida y manipuladora.

Y si no les doy gusto, encima se cabrean conmigo e intentan colgarme la etiqueta de desagradecido o de antisocial. Los regalos, las invitaciones y los favores se han de hacer desinteresadamente. Se dan consejos, no instrucciones. Y si no se siguen, pues a joderse, que para eso el que los recibe tiene derecho a elegir.

No voy a pasar por el aro, como los leones amaestrados en la arena del circo. No voy a ser como vosotros queréis que sea, sino como yo decida ser. Muchos lo han intentado y han quedado en el camino. Mi independencia y mi derecho a elegir están por encima de vuestra injerencia, vuestra inquina y vuestra falta de respeto. Respeto, que al no respetarme, automáticamente perdéis. Basta ya. Dedicar el tiempo a revolcaros en vuestra propia mierda como los cerdos en la cochiquera que, dada vuestra catadura moral, a buen seguro os bastará para ser felices, y así, de paso, nos dejáis un poco tranquilos a los que queremos simplemente vivir.