La escritura como terapia


viernes, 30 de enero de 2015

Los movimientos de cámara vuelven. Que Dios nos ampare

El fin de semana pasado me fui al cine a ver ´71 dirigida por Yann Demange, tentado por el argumento, como casi siempre, y dejándome influenciar por la opinión de los críticos, como casi nunca, si bien esta vez, gilipollas de mí, les hice caso.

El resultado fue reencontrarme con una forma de rodar que me horroriza y me repugna, una forma de rodar que creía superada, al menos en el tipo de cine que habitualmente consumo, pero que desgraciadamente ha vuelto con esta nefasta película que resucita fantasmas del pasado. Si es un caso aislado o no, el tiempo lo dirá.

Fue allá por el 2010 cuando escribí un artículo titulado “Movimientos de cámara o cómo estar a la última” en el que trataba este tema. Todas y cada una de las reflexiones que en él hacía, son aplicables a esta película, por lo que poco más puedo añadir. Sólo me queda reproducirlo para que quede constancia de mi opinión, que no ha cambiado un ápice desde entonces. Decía así: 

“Últimamente están proliferando películas tremendamente incomodas de ver por la obsesión compulsiva del Director de dotar a todas y cada una de las escenas de movimientos de cámara que son un sinsentido en sí mismas y que persiguiendo no se sabe muy bien el qué ¿originalidad, naturalidad, dinamismo?, lo que ciertamente consiguen es que salga del cine con dolor de cabeza tras estar durante toda la película más pendiente de la camarita que se mueve que de lo que cuenta la historia, con el resultado nefasto de que un buen guión es engullido por el traqueteo de los “cámara en mano”. Si además sumamos a estos movimientos, la utilización del primerísimo plano y las aberturas grandes de diafragma (zona enfocada mínima) ya tenemos el mareo asegurado.

Señores, esto es como todo, con moderación funciona y con exceso satura. La utilización de técnicas extremas de rodaje, y las citadas lo son, deben usarse con muchísima moderación para no caer en el absurdo, como se está cayendo con demasiada frecuencia en el cine actual.

Son muchas las películas extraordinariamente buenas que se han realizado hasta ahora y que no recurren a burdos trucos de prestidigitador para impresionar al espectador fácil.

Estoy un poco harto de  salir del cine con los ojos bizcos y cansados de tratar de definir algún detalle de las escenas que cual huracán pasan veloces ante mi mirada atónita.

Y también estoy harto, dicho sea de paso, de los críticos de cine que no parecen darse cuenta, o al menos en sus “crónicas” no lo citan, de este fenómeno visual, limitándose a glosar de forma muy poética la historia que estas películas nos cuentan, pero casi nunca cómo nos las cuentan. Diríase que son como androides avanzados a lo “Blade Runner” con una velocidad de asimilación de las imágenes en rápido movimiento muy superior a la humana, siendo lo que para mí es mareante, cámara lenta para ellos.

Tres ejemplos recientes, la muy aclamada Gomorra (que mareo), la muy comercial Quantum of Solace (una de James Bond que te hace desear que lleguen las escenas que no son de acción ¡Que aberración!) y en menor medida, My blueberry nights (equilibrando momentos vanguardistas con respiros al espectador, que lo agradece infinitamente).

Como es moda, pasará. Esperemos que sea pronto.”

P.D. Queda, con esta entrada, inaugurada una nueva sección dedicada al cine, otra de mis grandes pasiones. Titulada "Confesiones de un cinéfilo empedernido", agrupará bajo esta etiqueta mis opiniones en torno al séptimo arte.

domingo, 18 de enero de 2015

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Pulpo para desayunar y el incidente del tonto del pueblo

La novena etapa de mi Camino se inició muy temprano, en la localidad de Palas de Rei.

Tan temprana fue la partida que antes de las nueve de la mañana estaba atravesando Melide, localidad famosa por la preparación del pulpo, manjar que ofrecen en infinidad de bares que jalonan las calles por las que transcurre el Camino. Sorprendente es, que a esas horas las cocinas de dichos establecimientos estén funcionando a pleno rendimiento y que en cada puerta el empleado de turno te ofrezca entrar para degustar tan celebrada vianda. Más sorprendente es, comprobar que peregrinos hay que se rinden a la tentación y se desayunan pulpo y ribeiro como si de chocolate con churros se tratara. Por lo que a mí respecta, mi sistema digestivo protestaba sólo de pensarlo. Que le vamos a hacer. Soy un tradicional. Yo a esas horas prefiero un café con leche con una buena tostada. Cuestión de costumbres.

Pasado Melide, me encontré transitando totalmente sólo por el Camino, circunstancia extraordinaria pero que se daba en ese momento y lugar. Me acercaba a un pueblo, no recuerdo cual, y a medida que avanzaba se iban perfilando los edificios, desdibujados por la neblina mañanera. Ante mí, una especie de plaza empedrada con una iglesia a la derecha y un pequeño muro a la izquierda, que, siguiendo el Camino, tenía que atravesar. Pero había algo más. Era un hombre alto, delgado y desgarbado que con aire ausente paseaba en círculos por la plaza chapurreando una letanía ininteligible. Instintivamente mis manos se tensaron sobre las empuñaduras de los bastones. En otras ocasiones me los he encontrado. En todos los pueblos dicen que hay al menos uno. Suelen ser inofensivos, pero su imprevisibilidad asusta. Caminé resuelto y con decisión para salvar lo antes posible el lugar en cuestión. Sobrepasé su posición, no sin observar que me obsequiaba con una de esas miradas atravesadas que no auguran nada bueno. Puse todos mis sentidos en alerta máxima. Mis sospechas se vieron confirmadas. Al sonido de mis pasos le seguía el sonido de otros pasos. Si mis pasos aumentaban su cadencia, los otros también. Me estaba siguiendo. Una mirada hacia atrás provocó en él un torpe movimiento de disimulo que no hizo más que aumentar mi inquietud. Reanudé la marcha, y él reanudó la suya. Tenía que acabar con situación tan absurda. Giré de pronto, alcé los bastones y di unos pasos en su dirección en actitud amenazadora y lanzando un par de alaridos del tipo de los que usan para comunicarse los obreros de la construcción. Efecto fulminante. Giró y volvió hacia su plaza. Esperé hasta que medio desapareció en la distancia. Continué.

Finalicé la etapa en Arzúa, a dos jornadas de Santiago. Mientras cenaba un plato del excelente queso de la zona, regado con un buen vino blanco y rematado con un chupito de la célebre crema de orujo, tomé conciencia de lo rara que había resultado la jornada y de lo rico en anécdotas que estaba resultando el Camino. Supe entonces que algún día lo tendría que contar.

viernes, 9 de enero de 2015

Vente a Alemania, Pepe

Resulta llamativo y estomagante constatar cómo los paladines de la supuesta democracia en la que vivimos, los mismos que encubren a correligionarios corruptos y que entierran al muerto, la crisis, sin esperar a que fallezca, reniegan y despotrican de la situación imperante en la posguerra y el franquismo, donde miles de españoles con el hatillo al hombro se lanzaban a la Europa industrial en busca de trabajo y futuro, hartos de miseria y sufrimiento.

Pues que sepan estos señores que hartos de ser ninguneados, despreciados y explotados, nuestros jóvenes, en pleno siglo XXI, se ven forzados a hacer lo mismo.

En un país incapaz de ocupar a la población activa y en el que se permiten barbaridades tales como pedirles inglés e informática a los aspirantes a cubrir un puesto de pastor-esquilador de ovejas (noticia real de la que acabo de tener conocimiento), el tener estudios ya no sirve. Y el no tenerlos ni te cuento. Consecuencia: Los hijos de los pudientes a Oxford o Harvard. Los hijos de los demás  a morirse de asco en el paro o con trabajos de mierda, contratos de mierda y salarios de mierda o a currar dónde y cómo puedan, preferiblemente en algún país angloparlante por eso del inglés. Todo será que cuando vuelvan,  el proceso de selección hispano les exija chino o swahili. 

Y todo esto viene a cuenta de que mi niña se me va. Ya sé que tiene veintitrés, pero siempre será mi niña. Y se me parte el corazón.

Pero es necesario. A ese convencimiento hemos llegado. Ella también. Como no somos de los de Oxford o Harvard, le toca currar. De aupair en el Reino Unido. Si viene dominando el inglés, objetivo cumplido y alabado sea Dios.

Es vergonzoso que hayamos llegado a esta situación. Es perfectamente válida para desarrollar infinidad de trabajos en nuestro país, si no fuéramos tan gilipollas en nuestro país. Pero gilipollas somos, y no poco. Así que tengo que verla partir, tengo que renunciar a verla durante meses y tengo que sufrir su ausencia.

Orgulloso de su valentía, por supuesto que lo estoy. Confiado en su adaptación, su rendimiento y su sentido de la responsabilidad, también. Preocupado, cómo no. Indignado, también.

No va a pasar ni un solo minuto en el que no estemos, los que la queremos,  pensando en ella. No va a pasar ni un solo minuto en el que no estemos orgullosos de ella. No va a pasar ni un solo minuto en el que no piense en la gentuza que nos ha llevado a esta situación. No pasa ni un solo minuto en el que no me avergüence de esta mierda de país en el que he tenido la desgracia de nacer.

Estoy seguro de que la experiencia será enormemente enriquecedora y le proporcionará, más allá del idioma, valiosos conocimientos para encarrilar su vida. Que bien está lo que bien acaba y que no hay mal que por bien no venga. Que dentro de unos meses celebremos tan difícil decisión. Mi niña se lo merece. Que así sea.