La escritura como terapia


jueves, 4 de agosto de 2016

Vendiendo imagen

Hoy he dado de baja a un "amigo" en Facebook.

Porque aunque ya había dado muestras de ser un individuo repugnantemente rastrero, retorcido, cultivador de la falsa modestia y falso adulador, uno puede asumir que esas "virtudes" son más frecuentes de lo deseable en las personas que frecuentan las ya consolidadas y prácticamente inevitables redes sociales.

Pero lo que ya es el colmo y en modo alguno asumo ni acepto es que este individuo haga impúdica ostentación de su supuestamente generoso y desinteresado proceder. Con su entrada tipo "fulanito está en el hospital x donando sangre" se equipara a empresas y famosillos que cuando realizan algún tipo de actividad benéfica o solidaria pierden el culo en asegurarse de que se sepa hasta en el último rincón del universo porque su generosidad, presumiblemente falsa y evidentemente  interesada, vende.

Los de verdad generosos y solidarios son también desinteresados y humildes y suelen resultar invisibles para el resto de la humanidad. No necesitan reconocimiento ni notoriedad. A ellos me quiero parecer y no a este, mi ex-amigo del Facebook.

domingo, 19 de junio de 2016

Necios e hipócritas

El autodenominado “Estado de Derecho”, bajo cuyo paraguas tengo la desgracia de vivir, ha demostrado, una vez más, su necedad y su hipocresía.

Necios, por ignorar con prepotencia las señales inequívocas que algunos ciudadanos contrarios a tan abyecto régimen, entre los que me encuentro, ponemos de manifiesto en todas y cada una de las ocasiones en que somos invitados a participar en lo que supone el acto supremo que legitima su perpetuación, las elecciones. Ya me contaréis qué sentido tiene el ser conminado a formar parte de una mesa electoral cuando es indudable que tienen acceso a una información que, si se tomaran la molestia de consultar, les permitiría conocer el número de veces que he participado en las tristemente famosas jornadas electorales y que, como ya habréis adivinado, es igual a cero. De este hecho deducirían, si la necedad no les impidiera ver, que si no he acudido nunca sólo puede ser por desidia o por oposición. En ambos casos la convocatoria está de sobra, sobre todo teniendo en cuenta las legiones de seguidores con las que parece contar este maravilloso régimen y que, a buen seguro, se prestarían a participar voluntariamente con la alegría y el entusiasmo que toda acción altruista conlleva.

Hipócritas, porque de nada sirve la difusión de eslóganes y palabrería barata si no se predica con el ejemplo. Porque contrariamente a los principios que dicen defender, la libertad de credo y de pensamiento, obligan bajo pena de cárcel a participar en un acto propio del régimen, para nada desprovisto de significado y para nada neutral. Obligan a opositores al régimen, sin reconocerles su libertad de credo y su derecho a la objeción de conciencia, a participar en su particular orgía de papeletas y urnas. Y sí, he dicho opositores al régimen, porque aunque resulte difícil de creer y a pesar del bombardeo mediático del “es el menos malo de los sistemas”, hay personas que no dan esa frase por buena y que tienen el valor de disentir de estos demócratas de pacotilla para los que todo lo que se salga del reconocimiento a sus postulados políticos y económicos, si es que realmente tienen alguno, no merece ni su respeto ni su comprensión. Pues señores, sepan que a mí  este régimen corrupto y tremendamente dañino no me gusta en absoluto y que, por tanto, tengo la obligación ética y moral de no colaborar en absoluto a su perpetuación. Y que obligarme, bajo pena de cárcel, a facilitar el desarrollo de una jornada electoral es un atentado contra mi libertad de pensamiento, contra mis convicciones y contra mis creencias, o lo que es lo mismo un ataque directo a mi dignidad. Es como si a un animalista le obligaran a colaborar en la preparación de una plaza de toros para un festejo, o como si a un católico le obligaran a peregrinar a La Meca, o como si a un antibelicista le mandaran a la guerra. Es actuar como tiranos, haciendo gala de esa tiranía que, según cuentan, es deseable evitar. 
 
Necios e hipócritas. Árboles más altos han caído. Lástima que yo, probablemente, no lo veré.  

lunes, 21 de marzo de 2016

Mimoun

Hace dos años, tal vez tres, que descubrí a Chirbes. Fue con su novela “Crematorio”,  feroz crítica de la España del boom inmobiliario, esa España que a todos habría de pasarnos factura. Un libro contundente, directo y demoledor, escrito con una prosa soberbia que resultó para mí una gratísima sorpresa y un descubrimiento literario de primer orden.

Como siempre que descubro a un escritor que me gusta, no suelo tardar mucho en continuar leyéndole. Eso he hecho con Chirbes. Y lo he hecho con su primera novela, “Mimoun”.

Tremendo error, porque este relato ambientado en Marruecos y afortunadamente corto, nos muestra desde la página uno esa prosa que años más tarde convertiría a Chirbes en uno de los grandes de la lengua castellana, pero también nos muestra a un Chirbes incomprensiblemente pedante que escribe en francés cuando esa es la lengua en la que se expresa el personaje de turno. Una forma de seleccionar lectores, desacertada a todas luces, porque poco o nada tienen que ver la cultura y el gusto por la literatura con el multilingüismo. Recurso estilístico que emponzoña la obra e indigna al lector.

Y todo ello, consentido por un editor que complaciente, prioriza las preferencias del autor.
Fácil habría sido contentar a todos mediante la inclusión de pies de página que arrojaran un poco de luz sobre aquellos fragmentos sólo actos para francoparlantes.

Yo, por mi parte, le daré otra oportunidad a Chirbes. La excelencia de su “Crematorio” le hace merecedor de ella. Espero que deshaga el empate.

Respecto a “Mimoun” no gastaría ni tiempo ni dinero en ella. A Chirbes, q.e.p.d., poco le va a importar. A la editorial, es otro cantar. 

jueves, 18 de febrero de 2016

Historia de un parado - El cazador

En 1978 Michael Cimino dirigió “El Cazador”, película cuyo argumento gira, según podemos leer en la wikipedia, en torno a “la vida de tres obreros siderúrgicos de Pensilvania: Michael, Nick y Steven, cuyas rutinarias y felices vidas se transforman de modo irreversible en medio de la trágica devastación de la Guerra de Vietnam. Allí son capturados por el vietcong, que mantiene a los presos en condiciones infrahumanas y les obliga a jugar a la ruleta rusa apostando a ver cuál de ellos sobrevivirá. Logran escapar, pero la experiencia les produce heridas físicas y psicológicas que les marcarán en su regreso a casa”. 

Es una película que me causó un gran impacto la primera vez que la vi. Plasmaba, de forma magistral, la fragilidad de las diferentes etapas de nuestras vidas. La facilidad con la que, en un instante, factores externos las cambian y marcan para siempre. El gran crítico de cine Carlos Boyero la define muy bien "No es una película sobre la guerra, sino sobre la amistad. Sobre cómo la vida puede joder las cosas más hermosas que hemos tenido, la imposibilidad de recobrar el esplendor en la hierba. También es un canto a la supervivencia. A mí me sigue haciendo llorar".

Si donde dice obreros siderúrgicos ponéis empleados de banca, si cambiáis el número y los nombres de los protagonistas y si sustituís la Guerra de Vietnam por el ERE de CatalunyaCaixa, el guión de mi vida parece adaptarse, salvando las distancias, al guión de tan magnífica película.

La primera parte de la película trata de la amistad. De cómo se sustenta en una vida rutinaria pero estable en lo laboral, en lo económico y, en cierta medida, en lo sentimental. Probablemente como nosotros.

Es en la segunda parte, la guerra, donde el sufrimiento extremo provocado por un hecho ajeno a las voluntades de los protagonistas tiene como consecuencia un terremoto físico y, sobre todo, psicológico que resquebrajará los cimientos de dicha amistad, ya que no todos salen del mismo modo ni lo afrontan de la misma manera. Posiblemente como nosotros.

Michael (el personaje interpretado por Robert De Niro), en su regreso a casa se muestra cerrado y distante con sus amigos y seres queridos, los cuales se muestran débiles, infelices y, por qué no decirlo, incómodos con su sufrimiento y su situación. Como con el pobre atormentado y desgraciado al que conviene evitar. Steven (interpretado por John Savage) también ha regresado y se encuentra recluido en una institución para veteranos porque la vergüenza de haber perdido sus dos piernas le hace sentirse física y psicológicamente inservible y es incapaz de enfrentarse a su mujer, a su hijo y a sus amigos, por los que siente un resentimiento irracional al verificar que ellos conservan lo que él ha perdido. Nick (interpretado por Christopher Walken) ha perdido totalmente la cabeza y se dedica a deambular por el sudeste asiático jugándose la vida en partidas de ruleta rusa como medio de alcanzar una muerte lo más rápida e indolora posible.

Diferentes formas de afrontar el desastre. Como nosotros y como nuestro entorno.

A través de tres horas de metraje, Michael se embarca en un torrente emocional en el que confluyen los más variados y complejos estados anímicos,  sin abandonar, no obstante, la voluntad de reconducir la vida de sus amigos. Los daños emocionales que ha causado la guerra son demasiado poderosos como para permitirle triunfar en el empeño.

Personajes cambiantes y desconcertantes en su manera de pensar y actuar, a los que a veces entendemos y a veces odiamos, pero por los que siempre sentimos una extrema compasión. Será por la felicidad, la estabilidad y la amistad, si no perdidas del todo, sí sensiblemente afectadas. Tal vez, como nosotros.

Culpables. No los hay. Culpable. Sí, la vida y sus circunstancias. La guerra, la enfermedad, la muerte, …,  la exclusión, El ERE.

Pensilvania, cuando volvieron, seguía ahí. Ya no la disfrutarían de la misma manera, probablemente ya no la disfrutarían juntos. Pero seguía ahí. La tierra y la vida. Algo poderoso a lo que aferrarse.

La montaña, sigue ahí. Probablemente ya serán pocas las ocasiones en las que la disfrutemos juntos y ya no la disfrutaremos de la misma manera. Pero sigue ahí, y es algo muy poderoso a lo que aferrarse.