La escritura como terapia


jueves, 18 de febrero de 2016

Historia de un parado - El cazador

En 1978 Michael Cimino dirigió “El Cazador”, película cuyo argumento gira, según podemos leer en la wikipedia, en torno a “la vida de tres obreros siderúrgicos de Pensilvania: Michael, Nick y Steven, cuyas rutinarias y felices vidas se transforman de modo irreversible en medio de la trágica devastación de la Guerra de Vietnam. Allí son capturados por el vietcong, que mantiene a los presos en condiciones infrahumanas y les obliga a jugar a la ruleta rusa apostando a ver cuál de ellos sobrevivirá. Logran escapar, pero la experiencia les produce heridas físicas y psicológicas que les marcarán en su regreso a casa”. 

Es una película que me causó un gran impacto la primera vez que la vi. Plasmaba, de forma magistral, la fragilidad de las diferentes etapas de nuestras vidas. La facilidad con la que, en un instante, factores externos las cambian y marcan para siempre. El gran crítico de cine Carlos Boyero la define muy bien "No es una película sobre la guerra, sino sobre la amistad. Sobre cómo la vida puede joder las cosas más hermosas que hemos tenido, la imposibilidad de recobrar el esplendor en la hierba. También es un canto a la supervivencia. A mí me sigue haciendo llorar".

Si donde dice obreros siderúrgicos ponéis empleados de banca, si cambiáis el número y los nombres de los protagonistas y si sustituís la Guerra de Vietnam por el ERE de CatalunyaCaixa, el guión de mi vida parece adaptarse, salvando las distancias, al guión de tan magnífica película.

La primera parte de la película trata de la amistad. De cómo se sustenta en una vida rutinaria pero estable en lo laboral, en lo económico y, en cierta medida, en lo sentimental. Probablemente como nosotros.

Es en la segunda parte, la guerra, donde el sufrimiento extremo provocado por un hecho ajeno a las voluntades de los protagonistas tiene como consecuencia un terremoto físico y, sobre todo, psicológico que resquebrajará los cimientos de dicha amistad, ya que no todos salen del mismo modo ni lo afrontan de la misma manera. Posiblemente como nosotros.

Michael (el personaje interpretado por Robert De Niro), en su regreso a casa se muestra cerrado y distante con sus amigos y seres queridos, los cuales se muestran débiles, infelices y, por qué no decirlo, incómodos con su sufrimiento y su situación. Como con el pobre atormentado y desgraciado al que conviene evitar. Steven (interpretado por John Savage) también ha regresado y se encuentra recluido en una institución para veteranos porque la vergüenza de haber perdido sus dos piernas le hace sentirse física y psicológicamente inservible y es incapaz de enfrentarse a su mujer, a su hijo y a sus amigos, por los que siente un resentimiento irracional al verificar que ellos conservan lo que él ha perdido. Nick (interpretado por Christopher Walken) ha perdido totalmente la cabeza y se dedica a deambular por el sudeste asiático jugándose la vida en partidas de ruleta rusa como medio de alcanzar una muerte lo más rápida e indolora posible.

Diferentes formas de afrontar el desastre. Como nosotros y como nuestro entorno.

A través de tres horas de metraje, Michael se embarca en un torrente emocional en el que confluyen los más variados y complejos estados anímicos,  sin abandonar, no obstante, la voluntad de reconducir la vida de sus amigos. Los daños emocionales que ha causado la guerra son demasiado poderosos como para permitirle triunfar en el empeño.

Personajes cambiantes y desconcertantes en su manera de pensar y actuar, a los que a veces entendemos y a veces odiamos, pero por los que siempre sentimos una extrema compasión. Será por la felicidad, la estabilidad y la amistad, si no perdidas del todo, sí sensiblemente afectadas. Tal vez, como nosotros.

Culpables. No los hay. Culpable. Sí, la vida y sus circunstancias. La guerra, la enfermedad, la muerte, …,  la exclusión, El ERE.

Pensilvania, cuando volvieron, seguía ahí. Ya no la disfrutarían de la misma manera, probablemente ya no la disfrutarían juntos. Pero seguía ahí. La tierra y la vida. Algo poderoso a lo que aferrarse.

La montaña, sigue ahí. Probablemente ya serán pocas las ocasiones en las que la disfrutemos juntos y ya no la disfrutaremos de la misma manera. Pero sigue ahí, y es algo muy poderoso a lo que aferrarse.

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