Mi primera jornada me llevó hasta Rabanal del Camino,
jornada fácil sobre el papel, de unos 20 km. y con un perfil básicamente llano.
Pero no contaba con la mochila, la gran protagonista del día.
Durante la primera mitad de la jornada hizo notar sobre mis
hombros su implacable presencia. Fue una lucha constante para conseguir unos
ajustes que minimizaran su impacto. Menos mal que en unas 5 horas cubrí la
etapa, lo que evitó, al menos ese día, que mi espalda terminara excesivamente
maltrecha.
Cuando preparaba el Camino, leí numerosos artículos acerca
de la mochila: sus características, su tamaño, su peso máximo recomendado, etc.
Lo cierto es que tomas nota mental de todo ello, intentas comprar la mochila
más adecuada de acuerdo a tu presupuesto y, finalmente, casi siempre la cargas
más de lo recomendable. Ahora me doy cuenta de que esos 3 o 4 kilos de más, que
parecen nada, significan mucho, y que con la debida experiencia se puede
conseguir evitarlos. No es fácil sujetarse a la hora de echarle cosas a la
mochila, pero cuando estas inmerso en el Camino, lo que darías por haber
prescindido de algunas.
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