lunes, 14 de diciembre de 2020

El mito

Pasan los días, las semanas, los meses y seguimos igual, o peor.

No desde el punto de vista epidemiológico, donde la orgía de cifras fluctúa libremente y de forma sospechosamente conveniente a los intereses del Estado y a las fechas del calendario.

Sí, en cambio, desde el punto de vista propagandístico donde la furibunda campaña de terror instigada por el Gobierno y ejecutada por los medios de comunicación de masas se recrudece.

Y para ello, han creado un mito. Con apariencia de realidad, pero mito al fin y al cabo.

Como el coco, el hombre del saco, las brujas, los vampiros o los licántropos, el asintomático también tiene que cumplir su función, la de dar mucho miedo.

Y vaya si lo consigue. Nada puede ser más terrorífico para el común de los mortales que el que alguien aparentemente inofensivo, el asintomático, pueda llevar oculto un virus capaz de matar indiscriminadamente. La repetición ad nauseam de esta patraña, denunciada como tal por expertos independientes de diversas nacionalidades, supone uno de los planteamientos estratégicos más retorcidos y eficaces de la historia reciente. Y el Estado, una vez constatada su utilidad, se dedica en cuerpo y alma a alimentar el mito, al que se le atribuyen cualidades cada vez más perniciosas. Y rocambolescas. Ya hablan de que los futuros vacunados no sufrirán la enfermedad pero sí podrán transmitirla, lo que significa que aún vacunados seguirán siendo un peligro mortal, nueva falsedad que de conseguir implantarla en el subconsciente colectivo supondrá, de hecho, perpetuar el mito. Y el terror. Sólo cabe ponerse a salvo, nos dicen, aunque no nos revelan cómo, más allá de los manidos, constantes e inútiles confinamientos que nos convierten a todos en reos condenados a perpetuidad aunque, eso sí, con los escasos e insignificantes beneficios penitenciarios que nuestro Estado bondadoso y benefactor tenga a bien concedernos. Justo donde, in saecula saeculorum, nos quieren tener.

Las consecuencias que para nuestra sociedad supone la aceptación del mito como algo tangible y real son demoledoras, ya que, para la inmensa mayoría, el responsable de las terribles consecuencias,- físicas, psicológicas, sociales y económicas-, que la propagación del virus tiene y tendrá sobre la población nunca será el Estado, sino los ciudadanos, asintomáticos, que cuestionen la utilidad de las restricciones impuestas por los gobiernos o los que, aun sin cuestionárselas, no se autoimpongan medidas aun más drásticas, exigidas por hordas de iletrados debidamente sugestionados que dan sentido a sus miserables vidas tratando de que igual de miserables sean las de todos los demás. El mal de muchos, consuelo de tontos.

Una genial, aunque despreciable, maniobra del Estado para enfrentarnos los unos a los otros según la ya conocida estrategia del divide y vencerás.

El día que el asintomático pase de ser una realidad mayoritariamente aceptada a una afirmación al menos cuestionada, se ganará una importante batalla, principio del tortuoso camino que nos llevará a la recuperación de nuestras vidas, a la recuperación de la tan ansiada y única normalidad.

martes, 29 de septiembre de 2020

Anormales

Lo normal no es nuevo ni viejo, es normal. Lo contrario de normal, anormal. La nueva normalidad no es más que un eufemismo de la anormalidad. Lo anormal no es nuevo ni viejo, es anormal. Y anormales son los que practican, fomentan y defienden la anormalidad.

Veamos unos ejemplos.

De anormales cabe calificar las últimas manifestaciones de la OMS más propias de un circo que de una Institución que pretende ser respetable. Que estos señores se dediquen a instruirnos, como si fuéramos monos amaestrados, acerca de la importantísima cuestión de cómo tenemos que saludarnos para evitar contagios (ahora ya no vale juntar los coditos, ahora la mano al corazón) es tan lamentable que no creo tener que extenderme mucho en ello para evidenciar lo patético e indignante que resulta. Y lo de recomendar el sexo sin contacto físico, el sexo virtual, ya es de traca. Su lamentable actuación en esta pandemia espero y deseo que suponga el principio del fin de esta esperpéntica Institución.

Anormal, por amoral, es la actuación de nuestros gobernantes (centrales, autonómicos o locales, lo mismo da) que, valiéndose de su ventajosa posición y empoderados por la pasividad de las masas, ni comunican ni explican plan alguno para acabar con esta pandemia, más allá del calculado, socorrido, injusto e inútil confinamiento, tal vez porque ya esté acabada y su fingida y persistente virulencia favorezca la consecución de otros objetivos, vasallaje obliga, que nada tienen que ver con la salud. Mientras, nos han arrojado a una angustiosa y dañina existencia plagada de medidas despóticas, coercitivas, carentes de lógica y muy alejadas del sentido común. Una existencia, en fin, a la que nos han condenado haciendo gala de una extrema crueldad y ensañándose una y otra vez con el pueblo al que están dejando con lo puesto.

Anormal, por repugnante y servil, está resultado el papel de los medios de comunicación, que están difundiendo la propaganda oficial con una llamativa uniformidad de criterios y una machaconería tal que, elevada hasta cotas jamás alcanzadas, resulta grotesca e insultante para cualquier espíritu libre e independiente al que le quede una pizca de dignidad.

Anormal, por necio, está resultando el grueso de la población. Incapaces de razonar son presa fácil de la maquinaria del Estado. De pensamiento único, practican un odio despiadado, irracional e inducido hacia lo diferente, hacia lo que no comprenden. Y lo hacen notar. Hipócritas, zafios, envidiosos y cobardes, muchos de los habitantes de éste, nuestro querido y odiado país, han resultado víctimas fáciles del terror. Revisten de dignidad su gregario proceder en un patético intento de enmascarar su miedo. Pontifican desde la comodidad que proporcionan fortunas y salarios que creen bien amarrados. El coronavirus lo justifica todo. Ya no hay que tener miramientos con nadie. Ya no hay amigos, ni compañeros, ni colegas. Ya no hay individuos sanos. Miradas propias de leprosería, entre aterradas y desafiantes, se prodigan por doquier. El prójimo es el enemigo mortal al que hay que evitar. Mejor sólo, que es más seguro. Callo y obedezco, que es por mi bien.

Esta panda de anormales, en todas y cada una de las categorías anteriormente expuestas, son los culpables, por acción, colaboración o complicidad, de precipitarnos a lo que parece ser, si nadie lo remedia, el fin de la sociedad libre. Tal vez algún día, quién sabe, tengan que pagar por ello.

martes, 4 de agosto de 2020

La OMS y el Nuevo Orden Mundial

El Nuevo Orden Mundial ya está aquí.

Lo ha desvelado, con la confianza que otorga el saber de la manifiesta incapacidad de las masas para leer entre líneas, el Director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Porque, como ya he comentado en otras ocasiones, el Nuevo Orden buscado no es otro que la creación de una sociedad totalitaria de corte orwelliano donde se privilegia a unos pocos a costa de la explotación de una mayoría reprimida a la que se controla por el miedo, un miedo generalizado y atroz alimentado por una continua e inmisericorde manipulación de la información.

Y el miedo a la muerte es el rey de los miedos. Por él, renuncian las masas a un derecho tan básico y necesario como es la Libertad. Y renunciar a la Libertad les convierte en esclavos.

Que la OMS se apunte al carro de la oligarquía dominante y que haga de voceras de sus doctrinas no puede sorprender a nadie. Como buen organismo internacional tiene, al igual que el Banco Mundial por citar un ejemplo, sus servidumbres. Y nunca morderá la mano que le da de comer.

Sólo así, como un anuncio velado del advenimiento del Nuevo Orden Mundial, se pueden entender las aberrantes manifestaciones de este buen señor.

Explicarme, si no, cómo se puede decir que "La pandemia es una crisis sanitaria que ocurre una vez al siglo, cuyos efectos se sentirán durante las próximas décadas" o que "no habrá retorno a la vieja normalidad en el futuro previsible".

Se atreve este gurú de la salud planetaria a comparar los medios económicos y científicos con los que se cuenta en la actualidad con los que había cuando otras pandemias se desarrollaron hace cien, doscientos o quinientos años  y pretende que aceptemos sumisos que esta situación vaya a durar décadas, nótese que es plural lo que supone que habla de un mínimo de 20 años, para a continuación darnos la puntilla asegurando que la vuelta a la normalidad es algo que no va a suceder en un futuro previsible, período de tiempo vago e indefinido que, en todo caso,  suena a amenaza en toda regla.

Y lo peor es que lo dice convencido de que el miedo ya ha hecho su trabajo devastador y que la neutralización de la capacidad de reacción de las masas es un hecho.

No sé a vosotros, pero a mí se me abren las carnes sólo de pensar que tendré que vivir con miedo y con bozal el resto de mi vida. Y que, tras años de lucha, dejaremos como legado a nuestros hijos una terrible y aberrante sociedad.

El señor éste de la OMS, lejos de pararse continúa con su desafortunada, aunque muy esclarecedora, intervención de hace unos días en la línea de que es "una ola grande, que va a subir y bajar” y que "va a ir peor, peor y peor si no se siguen las normas básicas". Miedo, miedo y miedo y balones fuera.

Ni un ápice de autocrítica en una pandemia protagonizada por un virus del que nos llegan informaciones confusas, contradictorias o directamente falsas. Desinformación, en suma. Y si a la desinformación la aderezamos con una pizca de ignorancia, tenemos la receta mágica para perpetuar la dominación por el miedo. Para instaurar, - porque somos indisciplinados, irrespetuosos y culpables de la propagación del virus dirán-, ese Nuevo Orden Mundial cuya consecuencia será nuestro fin como individuos libres.

La única forma de parar esto es empezar a exigir a nuestros gobernantes una solución a corto plazo a esta pandemia, ya que ellos son quienes tienen los medios y ellos son los elegidos por el pueblo para ganarse con su gestión los más que generosos salarios con los que han resultado agraciados. Declararse incapaces de solucionarlo y culpar al pueblo por ello supone la constatación de su ineptitud y el colmo de la desfachatez.

No pueden robarnos nuestra dignidad. No pueden pisotearnos, humillarnos y esclavizarnos. No pueden privarnos de nuestra libertad. No pueden atarnos ni amordazarnos. No pueden matarnos en vida para ellos vivir. No lo podemos permitir. Nuestro futuro y el de las generaciones venideras están en juego.

Ya han hecho parte del trabajo. Paro, pobreza, hambre, suspensión de derechos fundamentales y recesión, así lo atestiguan.

No les dejemos avanzar más o lo próximo que harán será mostrarnos la imagen del líder supremo acompañada de un lema parecido al muy orwelliano  “El Gran Hermano te vigila”.

Para entonces ya sería demasiado tarde.

martes, 28 de julio de 2020

Una política interesada y cobarde

Mascarilla para todos. La Ayuso ya se ha sumado. Sólo queda Canarias, veremos hasta cuándo.
   
Ya escribí en http://pellejudoscorner.blogspot.com/2020/06/como-perros-con-bozal.html sobre la mascarilla y su razón de ser.

Entonces eran los todopoderosos dirigentes del Estado Central. Ahora esos reyezuelos de taifas, mandamases de cuestionables territorios llamados autonomías, los que siguiendo la estela marcada por aquellos se dedican a legislar a golpe de decreto todas y cada una de las sandeces que, sin criterio científico alguno, pergeñan en sus lujosos cubículos para humillación y escarnio de sus ciudadanos.

Desoyendo de forma despótica y arrogante las advertencias de expertos sin comillas que se mojan de verdad, imponen a sus poblaciones medidas absurdas y desproporcionadas, de las que la mascarilla obligatoria al aire libre es la más visible, que sólo sirven a un propósito que no es otro que la reafirmación de su recién incrementado poder.

Es por nuestro bien, por respeto y por responsabilidad. Con gilipolleces de este estilo justifican sus tropelías, apoyadas siempre por una maquinaria represora y sancionadora a la que el adjetivo dictatorial se le queda corto.

Infinidad de médicos y epidemiólogos no alienados con el poder y varios informes de la OMS, a la que de vez en cuando se le escapan algunas verdades, han advertido sobre la escasísima utilidad del uso generalizado de la mascarilla en exteriores, a la vez que han alertado sobre las nefastas consecuencias que para la salud esa práctica provoca.

Pero nuestros aprendices de monarcas absolutos, nuestros tiranos de república bananera, nuestros reyezuelos tribales, nuestros presidentes autonómicos, sean del partido que sean, se han embarcado en una frenética carrera para, decreto va, decreto viene, contentar a las masas aterrorizadas por los medios generalistas y cuya nula reacción ante la humillación ya ha sido suficientemente probada por el Estado Central.

Porque estos señores, politicastros de todos los colores, sólo piensan en contentar a sus futuros votantes, legislando para la mayoría, tenga o no tenga razón en sus temores y sea o no beneficioso para sus intereses. Hay que contentar a las moscas que bien es sabido que acuden por miles a la mierda, lo que no significa que la mierda sea buena.

Una política de cobardes e interesados  que, por cierto, no dejan de cobrar sus sueldos. Una política muy alejada de la búsqueda del equilibrio social, del bien común y de la eliminación de la pandemia, a la que ya algunos llaman PLANdemia.

Sigamos pues felices con nuestro bozal bien apretado, viviendo en los mundos de yupi mientras el mundo a nuestro alrededor se desmorona. Abracemos con alegría una sociedad de esclavistas y esclavos, de carceleros y reos, de represores y reprimidos, de acaudalados y miserables, de ventajistas y oprimidos. Porque sumiso se es más feliz.

Yo, desgraciado de mí, temo más a ese nuevo orden mundial que barrunto que a la propia muerte. Y no sé vivir sin luchar. El camino, fatalmente, lo tengo marcado.  

viernes, 19 de junio de 2020

Segundo asalto

Tengo la sensación de que esto se va a repetir, porque ha sido tal el éxito de este primer ensayo que sus promotores no albergan duda alguna sobre la viabilidad de un segundo asalto, esta vez definitivo, al poder absoluto.

Mientras que la resistencia ha sido mínima y condicionada por el miedo, la defensa de las posiciones oficiales ha sido sorprendentemente furibunda y enconada. Han tenido a su disposición un ejército tremendamente fiel y bastante numeroso que a través de las redes sociales ha sabido dar soporte a un fanatismo que, como todos, carece de lógica y asume como verdad absoluta todo aquello que provenga de fuentes por ellos idolatradas.

Peligrosísimo precedente ha sentado la gestión de esta pandemia, donde se ha puesto de manifiesto de forma inequívoca la debilidad de un pueblo dispuesto a rendirse al gregarismo y a la docilidad, creyendo ingenuamente que no existe alternativa a esa forma de pensar y de actuar que, creyendo propia, les ha sido impuesta.

Y tremendamente preocupante es la incapacidad de crear y organizar un frente que aglutine a todos los que estamos fuera, a todos los que cuestionamos toda esta pantomima, a todos los que no queremos vernos abocados a malvivir inmersos en una sociedad de esclavitud y sumisión.

Parece que nos dan dos meses de gracia, dos meses donde el turismo les proveerá de fondos para seguir con su plan, dos meses donde crearán una falsa esperanza de seguridad, eso sí vejándonos con mascarillas y otras mierdas  por el estilo y amenazándonos continuamente con rebrotes y pasos atrás. Dos meses tras los cuales volverán a la carga.

No sé cómo, pero es el momento de organizarse. Porque no podemos permitir que esto vuelva a suceder. Tenemos, si lo intentan, que pararlos en seco. Tenemos que hacer uso de nuestro derecho a disentir. Tenemos que defender nuestra libertad. Tenemos que actuar. Uno de los ídolos de estas masas progres, sostén del Estado y de su inmisericorde adoctrinamiento, dijo aquello de “Mejor morir de pie que vivir arrodillado”. Por una vez suscribo su frase, porque ahora son sus admiradores los que nos quieren poner a todos de rodillas y de cara a la pared.

Me cuesta encontrar adjetivos suficientemente contundentes para definir la repugnancia que me provoca este Gobierno, vocero de un Estado que rinde vasallaje a un grupo de oligarcas que ya saborean el triunfo final. Y me sobran para calificar a los voceros del vocero, patéticos e insignificantes individuos más tontos que Abundio, pero amargados, resentidos, envidiosos y dañinos hasta decir basta.

Ahora la lucha está en las Redes, cómoda lucha donde los cobardes se mueven como pez en el agua. Habría que verlos si la lucha fuera real. Habría que ver si sus convicciones y su adhesión al régimen son tan sólidas como ellos creen. Habría que ver si realmente tienen una visión de futuro y qué estarían dispuestos a sacrificar para defenderla. 

Los animales, heridos de muerte, lanzan su último ataque, muchas veces letal. Heridos estamos. Muertos, todavía no.

jueves, 18 de junio de 2020

La hostia

Muchos dicen que no tienen miedo, pero lo tienen y mucho. Y tener tanto miedo es un problema. La solución, reconocerlo y buscar ayuda. Ya ha pasado con las drogas, el alcohol, el tabaco o el juego. Ahora pasa con el miedo. Es para ellos motivo de congoja y sufrimiento. Hasta ahí, son dignos de lástima.

No obstante, muchos de ellos, cortos de entendederas, consideran imposible que haya personas que cumplan escrupulosamente con las normas establecidas para evitar contagios y, a la vez, no tengan miedo. Y eso les jode.

Y como de una premisa estúpida siempre surge una conclusión absurda, estos genios del razonamiento empírico concluyen que si tienes miedo eres un modelo de persona seria y responsable, mientras que si no lo tienes eres un homicida irresponsable.

Y llegados a esa brillante conclusión, muchos de estos miedosos se creen en la obligación de crear una profusa normativa, infinitamente más restrictiva que la oficial, que como hombres de bien que son están obligados a hacer cumplir a todos aquellos impíos que pululan por la calle con la única misión de infectar y matar.

Si la norma dice “uso obligatorio de mascarilla siempre que no se pueda mantener la distancia social de 1,5 metros”, ellos la convierten en “uso obligatorio de mascarilla”, con lo que de un plumazo dejan a la mitad de la población fuera de la ley, de su ley.

Autoproclamados depositarios de la moral y las buenas costumbres, a nadie puede extrañar que lleven el cumplimiento de lo que creen su supremo deber hasta las últimas consecuencias y se dediquen a señalar y descalificar de forma ostentosa y audible, y evidentemente injusta, a todos aquellos que según su criterio no cumplen con las normas, sus normas.

Yo creo que una hostia es lo que se están buscando.

Porque no se puede ser imbécil y que, tarde o temprano, no te caiga una hostia.

Si no creéis tener un problema, pues perfecto. Disfrutad de vuestro miedo disfrazado de sensatez, civismo y responsabilidad. Encerraos, si queréis, y tirar la llave. Pero a los demás, dejarnos vivir. Dejar, en fin, de tocarnos los cojones.
   
Porque esto se está yendo tanto de madre y tan extendido está este miedo irracional, hábilmente inoculado y alimentado por nuestro maquiavélico Estado, que ya se barruntan, en esta España de iletrados, palurdos y aldeanos, movimientos de rechazo al forastero, al que miran de reojo como si se tratara de un apestado egoísta y desalmado cuya misión fuera llevar la destrucción y la muerte a las afortunadas poblaciones que han salido relativamente indemnes de la pandemia. Unos enfrentados a otros. Divididos y perdidos. Al Estado le viene de muerte. Será casualidad.

martes, 9 de junio de 2020

La duda

Tremendamente agotado, desilusionado y desesperanzado me ha dejado este lamentable y vírico episodio que ni en el peor de mis sueños pensé que me tocaría vivir.

Agotado de ver, leer y escuchar infinidad de necedades y  mentiras, y de sufrir un bombardeo mediático de informaciones interesadas, falsas y manipuladas que han puesto de manifiesto el tremendo poder de la maquinaria del Estado.

Desilusionado por constatar que la estupidez humana es mucho mayor de lo que yo pensaba, y eso que mi cuantificación de la misma ya era más que generosa.

Desesperanzado porque esa estupidez, bien aprovechada por un poder inmoral y despótico, nos lleva irremisiblemente hacia una sociedad aberrante y distópica en modo alguno deseable.

Mi fe en la humanidad, muy debilitada aun antes de la pandemia, ha desaparecido por completo, dando paso a complejos sentimientos de aversión cercanos a la misantropía.

Curiosamente mi escasa propensión a la sociabilidad no me ha impedido jamás conducirme de forma socialmente responsable ni me ha impedido tener el convencimiento de que la búsqueda de una sociedad justa constituye un fin por el que merece la pena luchar.

Antes el bien común que el provecho individual, me he repetido machaconamente. Sentencia axiomática que condiciona toda una vida. Marca un camino y un comportamiento.

Pero la duda, siempre acechante, trata de hacer mella aprovechando cualquier resquicio. La pandemia y el comportamiento de las masas, rara vez coincidente con el mío, han sido campo abonado para ello. Me pregunto si merece la pena mantener la lucha por esa anhelada sociedad justa, cuyos fundamentos y estructura dudo mucho que sean entendidos. Me pregunto si la humanidad merece ese esfuerzo. Me pregunto si la atrocidad de una sociedad de oligarcas y siervos es ya una realidad inminente y fatalmente inevitable.

Escéptico, inconformista y defensor de causas perdidas e impopulares, no dejo de sentirme más celiniano que nunca.

Tal vez algún día mis temores se hagan realidad. En ese caso, espero estar muerto.

O tal vez con el tiempo una sociedad justa florecerá. A buen seguro, yo ya estaré muerto.

lunes, 8 de junio de 2020

Como perros con bozal

La mascarilla, como símbolo de dominación, constituye una vejación en toda regla. 
Como perros con bozal nos quieren tener, hasta nueva orden y bajo sanción, estos campeones de la arbitrariedad y la intimidación.

El cambio de criterio con respecto al uso de la mascarilla ha puesto en evidencia, una vez más,  al Estado y a sus mediocres y rencorosos defensores.

Agotado estoy de esperar coherencia en las caóticas y vergonzosas decisiones gubernamentales, cuya único propósito parece ser la eliminación de cualquier resto de dignidad que pudiera quedarnos.

Volcados en una labor implacable de adoctrinamiento, más cruel y dañina que el castigo físico, no escatiman esfuerzos para someternos, para humillarnos, y la mascarilla es ideal para ser usada como símbolo visible de su aberrante dominio.

Bueno sería para este arrogante Estado vasallo que se acordara de la historia de Espartaco, esclavo y gladiador que se rebelo contra el poderosísimo Imperio Romano y que si bien, tras varios años de guerra, fue finalmente derrotado, desató una crisis que dejó sensiblemente tocada a la hasta entonces invencible Roma.

Como perros nos tratan y nos han tratado. Primero con la correa atada en corto. Ahora sueltan un poco la correa pero nos ponen el bozal.

Los perros, por perros, no pueden evitar el bozal, pero nosotros no somos perros.

Y como Espartaco, tal vez algún día colmen nuestra paciencia y no sea “vale” sino “basta” lo que brote de nuestras gargantas. Y tal vez su ultrajante e inmisericorde comportamiento sea convenientemente castigado.

martes, 19 de mayo de 2020

La estrategia del miedo

Gobiernos hay que parecen pretender la instauración de un totalitarismo de los chungos, no de los que están basados en el respeto a una autoridad cualificada, moralmente intachable y orientada al bienestar del pueblo, sino de los que carentes totalmente de escrúpulos esclavizan a su pueblo para favorecer los intereses de unos pocos y, de paso, de ellos mismos que, como perros obedientes que son, tienen derecho a su hueso.

Y una tiranía oligárquica de tal calibre sólo es posible implantarla mediante la mentira y el miedo. Nada como un misterioso virus mortal, de dudosa procedencia y cuyas características parecen envueltas en una constante indefinición, para favorecer tan inmoral propósito.

Conseguir inocular al pueblo el veneno del miedo en dosis tan generosa que le impida darse cuenta de su evidente y paulatina esclavización, la pérdida de libertades lo es, es el planteamiento estratégico.

La mentira, es el medio.

Más que la previsible sinvergonzonería servil de un Gobierno únicamente interesado en disfrutar de las prebendas propias de su ventajosa posición, lo que realmente me preocupa, y mucho, es la facilidad con la que el pueblo, aterrorizado, renuncia a su libertad y se conduce mansamente hacia el sacrificio sin ni siquiera sospecharlo y, consecuentemente, sin plantearse una legítima reacción.

El Gobierno, el Estado, es astuto, a pesar de su iniquidad. Una cosa no quita la otra.

Mentiras monumentales y constantes, a pesar de frecuentes contradicciones fruto de la prepotencia y la seguridad que el aborregamiento de las masas le proporciona, hacen que el Estado, sirviéndose para ello de los medios de comunicación, consiga crear tan irracional estado de pánico que la implantación de sucesivas medidas, absurdas la mayor parte de las veces y encaminadas a restringir cada vez más las libertades de las personas, no solo pasan desapercibidas, sino que son apoyadas por hordas de simples y aterrorizados ciudadanos. Ya lo dijo G.B. Shaw “Hay personas que preferirían morir antes que pensar. Son las víctimas de la estupidez humana”.

Las mascarillas que antes no eran necesarias, la mejor prevención es mantener la “distancia social” nos decían, ahora pasan a ser obligatorias en muchos más escenarios de los hasta ahora contemplados, supeditando además su uso, en otros, a la posibilidad, o imposibilidad, de mantener la dichosa distancia social que ha pasado, por otro lado, del metro inicial a los dos metros actuales. La Stasi visilleril ya tiene otro motivo para perseguir y someter, si pueden, a linchamiento social a los que no sean precisos en la medición de la distancia normativamente establecida.

Los guantes, antes aconsejables, ahora ya no lo son por resultar un peligroso foco de infección.

Las mascarillas quirúrgicas que antes sólo protegían del contagio en una dirección, de infectado a sano, ahora ya no, ahora milagrosamente protegen de forma integral, milagro que se ha hecho público inmediatamente después de que en Madrid se hayan repartido mascarillas que, de todos es sabido, ofrecen un nivel de protección más alto, pero que las fuerzas gubernamentales se han apresurado a calificar de poco aconsejables para su uso por la población en general. La sobreprotección no parece favorecer los intereses del Estado. Y este rocambolesco giro no es una cuestión política. Es por nuestro bien, faltaría más.

El maldito asintomático, ser potencialmente mortal que, sin ser consciente de ello, pulula entre nosotros dispuesto a matarnos en cualquier momento. Joder, hay algo más terrorífico que eso. Realidad o ficción, las (des)informaciones no aclaran gran cosa al respecto.

El exuberante lenguaje pandémico, rebosante de eslóganes y soflamas que transportan al pueblo a un estado de euforia alucinógena que propicia su adhesión incondicional a la tan cómoda y socialmente aceptada doctrina oficial.

Son una muestra, que para ello sirve un botón, de nuestro día a día desde hace ya más de dos meses. Mentiras, contradicciones y el omnipresente lenguaje del miedo.

Si alguna vez el pueblo despierta, descubrirá que lo que ha experimentado es un “mal viaje” que le ha hecho abrazar los postulados de un Estado Totalitario inmoral, catastrófico para todos en general y para las nuevas generaciones en particular, a las habrá condenado a la esclavitud. Si alguna vez el pueblo despierta, tal vez sea demasiado tarde. A este escenario futuro al que una panda de canallas nos quiere llevar lo llaman la “Nueva normalidad”.

Tenemos una gestión de la pandemia nefasta cuyas cifras, pese a la interpretación maniquea que de ellas hace el Estado, son harto elocuentes. Y tenemos un confinamiento, que incluye una desescalada por fases que más bien parece una broma de pésimo gusto ideada por una mente perturbada, cuyas calamitosas consecuencias, cuando las analicemos en perspectiva, superarán con creces los pocos beneficios, si es que hay alguno, que de él se hayan podido derivar.

Tenemos, por otra parte, una economía irremisiblemente hundida cuya consecuencia va a ser la materialización de una sociedad empobrecida hasta tal punto que dependerá en gran medida de las limosnas del Estado. Nos tendrán, pues, donde quieren. Comiendo de su mano. Nuestra pérdida de libertad será, si queremos comer, un sacrificio que habrá que asumir. Culpa del coronavirus, como todo. Muy oportuno.

El confinamiento, culminación de la Estrategia del Miedo y demostración de la eficacia de la mentira y la manipulación como instrumento, ha supuesto, de forma harto escandalosa y sorprendentemente rápida, la aplicación despótica de unas medidas que restringen significativamente nuestros derechos y libertades, eliminados de un plumazo sin aparente oposición. Encarcelados en nuestras casas como si fuéramos vulgares delincuentes, cada día que pasa aplastan más nuestras cabezas contra el barro para, a modo de experimento, comprobar hasta donde somos capaces de aguantar. Parece como si nuestro país hubiese sido elegido como prueba piloto para la implantación de un Estado oligárquico y despótico basado en la mentira y el miedo y capaz de mantener bajo control el peligro, al que ellos más temen, de una posible rebelión. Lo peor de todo, ya lo he dicho antes pero quiero insistir en ello, es que cuentan con la colaboración (todo régimen de este tipo necesita su legión de chivatos colaboracionistas) de un puñado de descerebrados cobardes que piensan que el culpable de la pandemia, y enemigo del Estado, es el vecino, sobre todo el vecino que no comulga con su absurda y demencial fidelidad incondicional, que no es otra cosa que incapacidad para pensar o cobardía para disentir.

Rebelión es la palabra más temida por los que ahora juegan la baza del terror. Siempre existe la posibilidad de que una cuerda, al tensarla, se rompa. Si esto ocurre, las consecuencias no son difíciles de imaginar. Se les acaba el tiempo para rectificar. Avisados están. Invita la casa.

jueves, 14 de mayo de 2020

Bananas

En una memorable escena de la película satírica “Bananas” escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen, el recién autoproclamado presidente de San Marcos, pequeño -y por supuesto ficticio- país de Sudamérica donde se desarrolla la acción, se dirige por primera vez a su pueblo en los siguientes términos:

“Escuchadme. Soy vuestro nuevo Presidente. A partir de hoy el idioma oficial de San Marcos será el sueco. ¡Silencio!. Además de eso, todos los ciudadanos de San Marcos deberán cambiarse la ropa interior cada hora y media. La ropa interior deberá llevarse por fuera, para que podamos comprobarlo. Además, todos los niños menores de 16 años, tendrán ahora 16 años”.

Últimamente me acuerdo muchas veces de esta escena. Digo yo que será porque parodiando la irracionalidad del poder mediante un sarcástico, genial y surrealista discurso, Allen pone el acento en lo alejadas que suelen estar del pueblo las arbitrarias medidas que el Estado dispone en muchas más ocasiones de las que creemos posibles.

Porque el Estado, dando la espalda a su pueblo aunque bien que sabe disimularlo, aplica leyes, medidas, normativas, disposiciones, etc., etc. que pocas veces dejan contento a alguien que no sea él mismo. Y la explicación nos la brinda el hecho de que su servidumbre le impide aplicar el sentido común.

De esta y no de otra manera se explican algunas de las medidas que se están tomando durante la gestión del confinamiento y la “desescalada” sobrevenidos por la propagación pandémica del ya tristemente famoso Covid-19.

De la aplicación de las medidas dispuestas hasta la fecha se deriva una situación que me gustaría analizar, porque hace que me hierva la sangre de indignación, por lo gratuita, castrante y discriminatoria que resulta.

Esta no es otra que la aplicación de las restricciones en la movilidad de las personas, tanto a nivel geográfico como temporal.

Y me centro en la llamada fase I, que supone cambios en las restricciones a dicha movilidad, cambios que resultan tan alejados del sentido común que suponen, de hecho, una afrenta para un elevadísimo número de ciudadanos que, por otra parte, han mostrado un comportamiento ejemplar en las semanas, muchas ya, que llevamos confinados.

En esta nueva fase, de la que personalmente todavía no disfruto, se permite la movilidad a las personas dentro de los límites de la provincia en la que residen y sin limitación temporal alguna para realizar algunas actividades, de entre las que el “ir de bares” es la más comentada por su evidente popularidad.

Si puedo, pues, ir de bares, con grupos de hasta 10 personas además, a cualquier lugar dentro de mi provincia y a cualquier hora, me gustaría saber cuál es el argumento “bananero” de nuestras autoridades para mantener la prohibición de desplazarse a cualquier lugar de la provincia y a cualquier hora para pasear o hacer deporte (senderismo por la montaña o salir con la bicicleta de montaña, por ejemplo y porque es lo que más de cerca me toca), teniendo además en cuenta que estas actividades se hacen en muchas ocasiones en solitario o en grupos reducidos.

No puedo entenderlo, sinceramente. No entiendo porque soy más peligroso andando por la montaña que sentado en la terraza de un bar.

Abran los bares, de acuerdo, pero abran también otras posibilidades.

Ya no es cuestión de afinidades políticas.

Esto nos perjudica a todos y discrimina a muchos. Sin sentido, sin razón, sin lógica alguna.

Es una cuestión de sentido común.

Deberíamos reivindicarlo.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Más papistas que el Papa

No hace mucho tiempo cuando se comentaban ciertos acontecimientos históricos relacionados con comportamientos gregarios e irracionales, la reacción de una gran parte de la sociedad solía ser de incredulidad y rechazo.

La caza de brujas en la puritana sociedad de Nueva Inglaterra, los autos de fe en la España inquisitorial o los linchamientos en el salvaje oeste norteamericano, entre otros,  suscitaban en nosotros el asombro por las consecuencias que comportamientos basados en el fanatismo y la incultura podían llegar a tener.

Pues siento tener que decir que no hace falta irse tan lejos para comprobar que esa forma de actuar fanática, irreflexiva y gregaria está, aquí y ahora, fuertemente arraigada en el alma de las masas.

“Más papistas que el Papa” reza el dicho popular para calificar a aquellos que gustan de llevar las normas a un nivel de restricción mayor que el dispuesto por las autoridades.

Personas inseguras, mediocres y mezquinas sólo se encuentran a gusto entre personas inseguras, mediocres y mezquinas. De ahí su comportamiento despótico y cruel hacia el que piensa o actúa diferente. O estás conmigo o estás contra mí.

Y lo peor es que su postura se basa en la incultura y el miedo. Leyendas urbanas y creencias abrazadas porque así lo hace la mayoría, llevan a estas gentes a ser despreciables tiranos insensibles dispuestos a ajusticiar al que ose nadar contracorriente, aunque la ley permita esa manera de nadar.

Y el Estado, que tonto no es, aprovecha esta circunstancia para usar a estas idiotizadas gentes para que sean las ejecutoras de aquellas medidas represivas que él, tal vez, gustosamente aplicaría, pero que de hacerlo podría suponer una merma en su popularidad.

Por eso esta gentuza se dedica a estigmatizar a los que, cumpliendo escrupulosamente las leyes, no se comportan como ellos creen que deberían comportarse.

Menos mal que todavía no les dejan, ni se atreven, a ejecutar la sentencia, su sentencia. De no ser así, muchos habríamos sido ya fusilados, ahorcados, guillotinados o quemados en la hoguera.

Y todo por salir a la calle sin ponernos la puñetera mascarilla.

viernes, 8 de mayo de 2020

Adoctrinamiento

Si hay algo que esta pandemia nos está mostrando es la intolerancia, el fanatismo diría yo, de una parte significativa de la población.

Porque no contentos con defender sus postulados y su apoyo incondicional al Gobierno de nuestra nación, intentan adoctrinar a los que, rebeldes ellos, se resisten a comulgar con la doctrina oficial. Y lo hacen, sin ponerse límite alguno, seguros de que el estar del lado del poder les da vía libre para pisotear sin miramiento a los que osan aventurar una opinión distinta a la que ellos han abrazado.

Empiezo a estar algo cansado de adeptos al régimen que, como si de comisarios políticos se tratara, tienen la desfachatez de ocupar espacios privados para intentar adoctrinar a las masas.

Me estoy refiriendo a aquellos que, además de repetir como loros las consignas del Gobierno en sus perfiles de las omnipresentes redes sociales, se permiten el lujo de, mediante comentarios más o menos velados, intentar, en perfiles ajenos, imponer su doctrina.

Pues bien, señoras y señores, que sepáis que es prepotente y de una pésima educación aprovechar entradas en perfiles de redes sociales que no son vuestros para con vuestros comentarios intentar adoctrinar y llevar al, según vosotros, camino correcto al disidente en cuestión.

Parece que en esta especie de locura vírica se os haya ido la olla. Parece que habéis olvidado que no todo el mundo está obligado a pensar como vosotros. Parece que sólo pueden ser vuestros amigos, o amiguetes, aquellos que piensen como vosotros.

Triste, muy triste, es que esto sea así. Que la amistad se base en la ideología clónica de quienes la comparten es patético. Los amigos, amiguetes si queréis, no pueden ser clónicos. Porque de ser así, dónde queda la tan reivindicada diversidad.

Señoras y señores con vocación de comisarios/as políticos/cas, usad vuestros propios perfiles para difundir vuestras ideas y absteneros de comentar opiniones ajenas con espíritu adoctrinador. Valorad las virtudes de vuestros amigos/amiguetes por encima de su forma de pensar. Y, sobre todo, respetad sus opiniones, si queréis que sean respetadas las vuestras.

El perfil en redes sociales (Instagram, Facebook, blogs, etc.) es un ámbito privado que se debe respetar. Cada uno en su perfil es libre de expresar las opiniones que crea convenientes y nadie, repito, nadie, está facultado para emponzoñarlas mediante mensajes supuestamente ejemplarizantes, pero al fin y al cabo partidistas y doctrinales.

Respeta si quieres ser respetado. Es la clave. Jamás he mostrado mi disconformidad, o indignación, con una entrada, sea en la red social que sea, que me haya provocado dichos sentimientos. Porque siempre queda la opción de no leer, de no seguir, de ignorar. Si os resulto incómodo, hacerlo conmigo. Pero no me faltéis al respeto con consignas y soflamas. Eso sí que es insultante. Y no os lo voy a permitir.

Si lo entendéis, buenos momentos, a pesar de las diferencias, nos esperan en un futuro próximo. Si no es así, candidato al gulag me temo que soy.

jueves, 7 de mayo de 2020

De gobernantes y opositores

No puedo decir que me sorprenda el hecho de que ayer se haya aprobado en el Congreso la cuarta prórroga del Estado de Alarma, vigente en España desde hace mucho más tiempo del deseable y cuyo teórico objetivo es el de frenar la pandemia causada por el Covid-19.

Y no me sorprende porque tanto los partidos hoy en el Gobierno como los que se sitúan en la “oposición” se encuentran cómodamente instalados dentro del Sistema.

Desde que las autodenominadas “democracias parlamentarias” se hicieron con el poder en una gran parte del mundo occidental ,- y no precisamente por haber sido elegidas sino como consecuencia de actos de fuerza o aprovechando situaciones coyunturales favorables-, han impuesto el costoso juego de los partidos, de forma que una minoría adinerada maneja los resortes de la maquinaria del Estado, controlando los medios de comunicación de masas en régimen de virtual monopolio, lo que resulta decisivo a la hora de determinar que partido o partidos van a ser los detentores del poder durante el tiempo que en cada momento resulte conveniente.

Y su legitimación viene a estar fundamentada en la “soberanía popular”, espejismo sustentado en una falsa premisa, toda vez que el pueblo no ha elegido el Sistema -sepa el querido lector que existen otros como el monárquico, el absolutista, el teocrático, el comunista o el fascista, sólo por citar algunos ejemplos- bajo el que quiere ser gobernado y, por tanto, no es soberano.

Lo que sí dejan elegir al pueblo es a los que habrán de ser sus representantes durante un tiempo determinado, la legislatura, siempre y cuando los candidatos acepten como bueno el Sistema imperante y todo ello bajo la ya descrita manipulación mediática que decide de hecho, y de antemano, el resultado de la votación.

Y como quién paga manda, los políticos elegidos deberán devolver el favor a esa minoría que les ha encumbrado, para cuyos intereses gobernarán.

Y la oposición, haciendo su papel de perro ladrador y poco mordedor. Porque no olvidemos que más temprano que tarde pasarán ellos a ostentar el poder, el teórico, sirviendo a los mismos intereses y merced a otro truco de magia llamado “alternancia del poder”, pensado para crear al pueblo la sensación de que decide su destino y de que su voto tiene verdadera trascendencia. Papel mojado es lo que es. Los políticos inmersos en el juego de este corrupto Sistema nunca podrán oponer resistencia real a quién dictamina desde la sombra. Su capacidad de maniobra se verá reducida a pequeños gestos ideológicos de escasa eficacia. Y por eso estaba seguro de que la prórroga, más allá de ladridos de cara a la galería, nos la endilgaban, sí o sí.

Oposición real sería la de algún político o partido que de forma milagrosa llegara a ser, con el respaldo popular, lo suficientemente fuerte para cuestionar al Sistema y proponer uno alternativo. Si esto pasara se vería inmediatamente acusado de no respetar ni las “leyes” ni “las reglas del juego democrático”, esas reglas que ellos crearon a su medida para salvaguardar un Sistema no elegido, recordemos, por el pueblo. De esta forma, tras virulenta campaña, el opositor sería desprestigiado y eliminado o, en su caso, convenientemente fagocitado.

martes, 5 de mayo de 2020

De expertos e incondicionales

El Comité de Expertos ha llegado a la conclusión, y así se lo ha comunicado al Gobierno para que proceda a su imposición, que lo mejor para evitar un retroceso en la evolución de la pandemia es dejar salir a solazarse a los sufridos ciudadanos, eso sí, en determinadas franjas horarias (yo sospecho que su recomendación habrá sido mantener el confinamiento “per saecula saeculorum”, si bien el temor a que un incipiente sentimiento de rebelión anide en las masas ha frenado la arrogancia del Estado, forzándole, muy a su pesar, a hacer concesiones).

Lo de los expertos, visto lo visto, discutible sí que es. Concentrar al grueso de la población en las calles durante unas franjas horarias determinadas no deja de ser concentrar al grueso de la población, que Perogrullo me perdone. Concentración y distancia social no parecen compatibles.

Tal vez liberalizar las salidas, lo que en la práctica supone espaciarlas, suavizaría el problema.

Recular no parece que vayan a recular. Eso sí, ya tienen a sus esbirros de los medios de comunicación en plena campaña virulenta contra los cientos de irresponsables que se saltan el confinamiento, cargando incluso contra las personas que se concentran a las mismas horas y en los mismos lugares a hacer deporte o a pasear, dificultando la observancia de la necesaria “distancia social”.

¿Pero en serio pensaban que la gente no iba a salir a la misma hora, la más favorable de entre las impuestas, y a los mismos lugares, los más apetecibles para paseos y actividades deportivas?

Expertos en sentido común no parecen ser. El apoyo de muchos, aun así, lo siguen teniendo.

Ejemplo, el de una tertuliana de un vomitivo programa de televisión que poco más o menos ha venido a decir que los españoles no somos tan disciplinados como los nórdicos y que, consecuentemente, la solución es encerrarnos y tirar la llave.

Hagamos una reflexión. La existencia de pirómanos que verano tras verano queman nuestros montes ¿justificaría prohibir transitar por ellos? ¿O lo justo sería perseguir a esos indeseables, detenerlos e imponerles penas proporcionales a los daños, materiales y personales, que con sus actos provocan?

Aplíquese la respuesta a la gestión de la pandemia.

Es llamativo como las gentes llamadas de “izquierdas”, según la desfasada y simplista nomenclatura política al uso, han pasado de creer ser defensores a ultranza de las libertades individuales a ser ciegos seguidores de un Gobierno que ha decretado un Estado de Alarma, con sucesivas y parece que interminables prórrogas, que condiciona el ejercicio de algunas de ellas. Y todo por la ingenua creencia de que le deben al Gobierno, cuyos dirigentes dicen ser de su cuerda, una fidelidad sin fisuras, una fidelidad que no permite cuestionar decisión alguna, aunque ello suponga renunciar a unos principios que durante mucho tiempo han dicho defender. Que tiempos aquellos en los que corrían delante de los grises. Ahora, ¡Hasta aplauden a la policía!

Entiendo la dificultad de ser coherente. Entiendo el reparo en ser autocrítico. Pero no olvidéis que no os debéis al aparato del Estado ni al Gobierno que dice representaros, ni penséis que con ello beneficiáis al adversario político, mismo perro con distinto collar, cuyos ciclos, alternancia de poder de por medio, escapan a vuestro control. A quién os debéis, es al pueblo.

Incondicional es la palabra clave. Cuando uno se la aplica, se aleja de la ética y, sobre todo, se aleja de la Justicia.

Unamuno ya lo demostró. Se puede uno enfrentar a la Monarquía, a la República y al incipiente Franquismo y ser coherente. Coherente con la búsqueda de la Justicia, que él no encontró y que sigue siendo, desafortunadamente, tan difícil de encontrar.

Yo seguiré, como Unamuno, buscando una sociedad justa y despotricaré, como llevo haciendo toda mi vida, contra sistemas y políticos, sean del signo que sean, que impidan su consecución. 

miércoles, 29 de abril de 2020

Yo no he sido

Es Bart Simpson quién, en un episodio de la aclamada serie que protagoniza su singular familia, repite una y otra vez y a modo exculpatorio la frase “Yo no he sido”, pretendiendo de este modo salir indemne de sus barrabasadas. Y son tantas las veces en las que, a pesar de las evidencias, hace uso de tan útil coletilla, que termina provocando la hilaridad de sus vecinos.

Dila, dila, Bart, dicen. “Yo no he sido” dice Bart. Ja, ja, ja, ja, ja, … Con tan exiguo argumento hasta crean un programa de televisión para regocijo de todos. Hasta que esos mismos todos que un día le encumbraran se cansan de Bart y de su dichosa frasecita, condenándolo irremediablemente al ostracismo y haciendo que su otrora famosísimo “Yo no he sido” recupere su verdadero significado, que no es otro que el de ser una burda excusa para eludir responsabilidades.

Y a qué viene todo esto, os preguntaréis.

Pues viene a cuento de que variopintos personajes representando al Gobierno, o al Estado que tanto da, llevan semanas metidos en un pandémico “Yo no he sido” que a estas alturas provoca una cada vez más escasa comprensión, un cada vez mayor rechazo, y desde luego una nula hilaridad.

“La pandemia nos ha cogido a todos por sorpresa”, “No se ha reaccionado tarde, porque a todos los países les ha pasado prácticamente lo mismo” o “No se están haciendo test a todos porque es imposible”. Es el “Yo no he sido” versión “mal de muchos consuelo de tontos”, pero es que además es mentira, porque solo hay que consultar las cifras de afectados en los distintos países del mundo para darnos cuenta de que no todos lo han hecho igual de mal y de que no todos han realizado porcentualmente el mismo número de test a sus ciudadanos, pese al intento de falsear las cifras por parte de nuestros avispados representantes.

Si os dejo salir a pasear al perro y a comprar al super y no hay repunte, saldrán los niños. Si dejo salir a los niños y no hay repunte, dejaré salir a deportistas y paseantes. Si dejo salir a deportistas y paseantes y no hay repunte, os dejo visitar a familiares y amigos. Si os dejo …

Es decir, si tardo en salir será por culpa de los colectivos a los que han dejado salir antes que a mí, a los que tendré que odiar con todas mis fuerzas por haberse comportado de una forma egoísta e irresponsable, tal y como nos muestran a diario en los noticiarios televisivos, paradigma de la independencia y divulgadores de la verdad. Este sí que es un “Yo no he sido” en toda regla. Pase lo que pase la culpa será siempre de los ciudadanos. Divide y vencerás, se afana en conseguir la propaganda oficial. Y dada la proliferación de los popularmente llamados “policías del visillo”, a fe que lo están logrando.

Y lo del desconfinamiento progresivo y asimétrico ya es de traca. Como no nos hacen test no podemos saber si estamos infectados o no. Como no nos hacen test no pueden separar contagiados de sanos. Como no nos hacen test, nuestra libertad, aunque sea condicional,  depende de un pandemónium de fases de confinamiento, 0, 1, 2 y 3, diferentes para cada territorio y siempre bajo la atenta mirada del “Gran Hermano” que pudiendo recular cuando lo estime conveniente, puede llevar este sinsentido hasta el infinito y situar, de esta forma, nuestro gozo en un pozo. De lo que no depende, nuestra libertad, es de si estamos sanos o no.
   
Algunos, sin hacer nada,  parecemos más cerca de la perpetua que de la condicional.

Sí, ya lo sé, ellos no han sido.

domingo, 26 de abril de 2020

La alienación como antesala de un modelo de Estado

En estos días nuestras mentes bullen, unas más que otras, en busca de una explicación plausible al porqué de esta pandemia y al porqué de su nefasta gestión por parte de un número significativo de gobiernos de países pertenecientes al llamado primer mundo, verdaderos pilares de la economía mundial.

 Y las respuestas a las que individualmente llegaremos tendrán mucho que ver con la idiosincrasia del país en el que vivamos y con el grado de escepticismo con el que hayamos afrontado el adoctrinamiento político, social y económico al que llevamos siendo sometidos desde hace casi un siglo.

Los poco escépticos, las masas orteguianas, parecen manejar una sola ecuación, a saber, verdad oficial = verdad absoluta.

Los otros, pondrán en duda la verdad oficial e intentarán comprender el sentido y la finalidad del comportamiento de sus Estados.

Estos otros, al poner en duda la verdad oficial, no serán nunca cómodos para el Estado, siendo por ello discriminados, desacreditados y ninguneados, en el mejor de los casos. En el peor, encarcelados o eliminados. Porque tendrán más o menos razón, pero asegurar que carecen totalmente de ella supone perpetuar un modelo de Estado que, tal vez, está haciendo las cosas más mal que bien, digan lo que digan los poderosos medios de adoctrinamiento con los que cuenta y que, de nada sirve negarlo, moldean conciencias con la precisión de un cirujano experto y consiguen que la ingenuidad de las masas sea prácticamente impenetrable.
   
Ya en los años 20 del siglo XX, después del desastre que para Europa supuso la Gran Guerra y en base a su desarrollo y a sus consecuencias políticas y económicas, se empezó a cuestionar la teórica independencia de los Estados y su aparente orientación al bienestar de sus pueblos. Eran muchas las voces que afirmaban que los Estados servían a intereses, fundamentalmente económicos, que ejercían con mano de hierro el verdadero poder. Y nada más útil para ello, que la implantación de regímenes basados en la teórica “soberanía popular”, donde se le creaba al pueblo la ilusión de “gobernar” merced al ejercicio del “sufragio” que garantizaba una sana y deseable “alternancia en el poder”.

Mucho menos idílica y para nada inocente ha resultado ser la realidad, donde se encumbran o destituyen gobiernos a golpe de talonario, mediante la financiación de costosísimas campañas electorales que sólo los muy poderosos grupos económicos a cuyos intereses sirven pueden sostener. Y ya se sabe que quién paga, manda. Y si el dinero no fuera suficiente, cuentan, a su vez, con la inestimable, poderosísima y determinante ayuda de los medios de comunicación de masas, cuyo control también ejercen. Consecuentemente, salga quién salga elegido, el poder real estará siempre en las mismas manos, lo que convierte a estas “democracias” en monumentales mentiras.

Si este planteamiento es, aunque sólo sea en parte, cierto, el desarrollo de la historia desde principios del siglo XX se puede entender como una consecución de maniobras tendentes a destruir, en beneficio de unos pocos, los cimientos de toda civilización que amenace sus privilegios, todo ello apoyado en una labor constante e implacable de adoctrinamiento de las masas hasta conseguir, pirueta del destino, que este estado de cosas sea tomado por ellas como algo normal, legítimo, inevitable e incluso deseable. Es la antesala de la distopía.

Grandes escritores, grandes visionarios, han descrito a lo largo del siglo pasado lo que entendían sería la culminación, para nada deseable, de la alienación de las sociedades occidentales, a saber, el Estado distópico, conformado y afianzado de forma incruenta pero no por ello menos perniciosa. Estado que, bajo la afable apariencia de benefactor del pueblo, ejerce, no obstante, un férreo control sobre las masas, previamente aleccionadas e incapacitadas para disentir merced a una inmisericorde propaganda que anula su voluntad.

Visto lo visto, lo novelado y lo real parece, por momentos, confluir. El poder real cada vez se esconde menos y sus Estados vasallos son puestos en evidencia cada vez más. Un futuro Estado distópico parece, ahora más que nunca, posible.

Llegados a este punto, y recordando lo oportunas que guerras y epidemias han resultado ser a lo largo de la historia, cabe preguntarse si la cruel pandemia que estamos sufriendo no será la culminación, el acto final, de una representación que, aunque dilatada en el tiempo, ha sido concebida y programada con el propósito de posibilitar la instauración de un modelo de Estado totalitario y amoral que beneficie a unos pocos a costa del sometimiento de todos los demás.

Muchos son los rumores de la creación en laboratorio del tristemente famoso Covid-19, máxime cuando en los primeros días tras su aparición murió de forma muy oportuna, y por ello no poco sospechosa,  el Doctor Li Weinlang, una persona joven y sin patologías previas que fue de los primeros en alertar sobre la gravedad del virus y que de no haber fallecido es más que probable que hubiera facilitado información vital sobre esta cuestión.

Sea cual sea su origen y observando las torpes, tardías y negligentes políticas de contención llevadas a cabo por la mayoría de los Estados del mal llamado mundo libre, ya se pueden vislumbrar sus terribles consecuencias y se puede, por qué no, presumir su utilidad.

El virus ha matado y sigue matando a miles de personas, especialmente en el llamado primer mundo y muy especialmente en la población de mayor edad, lo que le convierte en un eficacísimo instrumento para reducir la población y rejuvenecerla, que para la reconstrucción hará falta mucha mano de obra joven, sana y, por supuesto, barata.

Es la civilización occidental la que, por su historia, su cultura y su desarrollo tecnológico, mayor resistencia teórica podría oponer a cualquier intento totalizador.  Y tal vez por ello la pandemia se ha cebado especialmente en ella.

Observamos, no obstante, que la respuesta por parte de los diferentes países ha sido desigual. Pensemos en la idiosincrasia de cada uno de ellos, muy ligada a la integridad moral de sus gobernantes y a su nivel de vasallaje, por un lado, y al nivel de adoctrinamiento y sumisión de sus ciudadanos, por otro, y tendremos la solución. Me viene al pelo una reflexión que leí en algún sitio y que, refiriéndose a los españoles, decía “No somos noruegos, pero ¿podemos permitirnos no serlo?”.

Podamos o no, lo cierto es que no lo somos y consecuencia de ello será nuestra fulminante caída. Con una estructura de Estado corrupta hasta los tuétanos, no parece haber problema alguno en seguir las directrices recibidas del poder real, aunque ello suponga la aniquilación física y mental del pueblo. Es en la Europa mediterránea, o tal vez en los EEUU, donde probablemente el Estado distópico, totalitario y amoral, se materializará en primer lugar. Con unos gobernantes miserables y fieles a su amo y un pueblo absolutamente idiotizado y sumiso, la batalla la tienen ganada.

La gestión de la pandemia parece ser un ensayo, un monumental simulacro de sometimiento del pueblo que, visto lo visto, estaría arrojando unos resultados que sus instigadores no hubieran imaginado ni en el mejor de sus sueños. La propagación de un virus, mortal, es la propagación del miedo, y el miedo es el instrumento ideal para la dominación.

La extensión de la pandemia y sus dramáticas consecuencias ha supuesto para el Estado un reforzamiento de su poder. De un plumazo, y merced al Estado de Alarma, ha restringido libertades y ha enmascarado su negligente inutilidad mediante una hábil maniobra de distracción consistente en culpabilizar a parte del pueblo de la propagación del virus. Y de propina, puñetazo en la mesa, avisa de que su poder es infinito e incuestionable ya que en cualquier momento futuro puede, recaída de por medio, volver a confinarnos. El miedo y la indefensión están servidos. Cogidos por los huevos nos tienen. La distopía, pues, ya está aquí.

 Y el pueblo, como siempre, a verlas venir. Le han endilgado una pandemia cuyo origen está en un virus de procedencia más que sospechosa y al que han permitido propagarse sin apenas control apelando a la excepcionalidad de la situación y a la imposibilidad de tener previstas medidas eficaces para su contención, y el pueblo, feliz. Feliz porque, propaganda a tope y efecto arrastre de por medio, acepta automáticamente lo que la mayoría piensa, que es lo que le han dicho que tiene que pensar, y se comporta como la mayoría lo hace, que es como le han dicho que se tiene que comportar, pensando que esa y no otra es la manera correcta de pensar y de actuar, sumándose a la manada de forma gregaria, acrítica y oportunista. La derrota, si nadie lo remedia, está servida.

Y por si a las masas les quedara una pizca de dignidad  y osaran poner en entredicho los designios de su poderoso Estado, éste parece empeñado en dilatar los efectos de la pandemia “ad infinitum” para que la crisis económica resultante tenga un efecto tan devastador, en especial para trabajadores, autónomos y pequeñas empresas, que la lucha por la supervivencia y la dependencia de paupérrimas ayudas estatales sean la única posibilidad de subsistencia para una gran parte de la población, lo que conllevará un retroceso social, cultural y laboral sin parangón en la historia reciente de la humanidad.

Ésta, y no otra, parece que será la que con enorme desvergüenza llaman la “nueva normalidad”. Nueva sí será. Deseable, en modo alguno. Una sociedad, apunta a que será, tiranizada por un Estado despótico y policial que salvaguardará los privilegios de unos pocos  a costa de someter a unas condiciones de semiesclavitud a otros muchos. Una sociedad reducida a dos clases. Un absolutismo ciego. Un nada para el pueblo, con el pueblo. Una indecencia.

Y el medioambiente, bien gracias. Se les estaba yendo de las manos. Curioso, para esto la pandemia también les ha ido bien. Pudientes y privilegiados podrán disfrutar de una Naturaleza mejorada. El resto, bastante tendrá con cubrir sus necesidades básicas, con sobrevivir.


lunes, 13 de abril de 2020

Chulos

“El Congreso aprobó el jueves por una mayoría aplastante la continuidad del estado de alarma en España hasta el 26 de abril. Mediado el debate, el presidente, Pedro Sánchez, confirmó que pedirá una nueva prórroga del mismo, que será la tercera, que presumiblemente extenderá el confinamiento hasta el 10 de mayo”  Diario El País, 10 de abril de 2020.

Esto lo hemos podido leer. La actitud, chulesca, con la que se nos dijo, la pudimos ver, que para eso está la caja tonta.

Si según la RAE, “chulo” es el que habla y obra con chulería y “chulería” es sinónimo de jactancia y de arrogancia, tal y como yo lo vi, la comunicación de la prórroga del estado de alarma y el adelanto de que no será la última es un acto de chulería. Jactancioso y arrogante.

Porque no es de recibo que según nos endilgan 15 días más de confinamiento, ya nos avisen de que vienen, sí o sí, otros 15. Sin condiciones, sin cesiones, sin aligerar ni un ápice las duras condiciones de tan cruel confinamiento, y haciendo gala de una chulería desmotivadora y fuera de lugar.

Chulos y prepotentes han sido todos los antecesores del Sr. Sánchez, llámense Rajoy, Zapatero, Aznar o González, sólo por citar algunos ejemplos, pero hasta ahora ninguno nos había encerrado en casa, por lo que cabía esperar algo más de empatía con el sufrimiento y la intolerable sensación de pérdida de libertad, y de dignidad, que ello supone.

Porque, tal vez sean imaginaciones mías pero más allá de tres o cuatro eslóganes ya demasiado manidos no apuntan solución esperanzadora alguna y más parece una carrera para salir airosos de la crisis que para solucionarla.

La mayoría aplastante que ha apoyado este acto de chulería no deja lugar a dudas sobre cuáles son las consignas políticas de nuestros amados congresistas, lleven el collar que lleven, pero lo cierto es que esperamos de ellos, como poco, que aprieten un poco a los responsables de sacarnos de este desaguisado y que, al menos, las sucesivas y parece que interminables prórrogas del estado de alarma no sean incondicionales.

Algunos queremos, necesitamos y exigimos que se relaje el confinamiento al menos un poquito. Que estos políticos chulescos nos demuestren confianza y respeto, lo mismo que nos piden ellos cuando concurren a las jodidas elecciones. Necesitamos, desde la responsabilidad, salir a pasear, a hacer deporte, a respirar … como terapia para no enloquecer, y lo necesitamos ya.

No más arrogancia en las prórrogas. No más actitudes despóticas en las comparecencias.

La repetición “ad nauseam”, en los medios de comunicación de masas, de “incuestionables” formas de proceder ni demuestra su validez, ni las hace especialmente deseables, máxime cuando se aplican con no poca arbitrariedad.

Aunque no lo creáis, señores representantes del Estado,  no todos comemos en vuestras manos. Muy confiados, sin embargo, estáis. De ahí el aire chulesco de vuestras comunicaciones.

No os creáis a salvo en vuestra atalaya. La culpable ineptitud y negligencia, salpicada de corrupción, de los sucesivos gobiernos “democráticos” que hemos sufrido en este país no os es ajena. Nadie ni nada es incuestionable e imprescindible. Cuidad, pues, de demostrarnos vuestra utilidad, si es que todavía os queda algo que demostrar.

jueves, 2 de abril de 2020

Pues ya no te ajunto

Hoy, nuestro queridísimo y admirado Ministro de Sanidad, ante una batería de preguntas relacionadas con su gestión de la crisis del dichoso coronavirus efectuadas por políticos poco afines, aunque igual de patéticos me temo, ha terminado respondiendo “Como es una semana muy dura, no voy a entrar en ningún tipo de reproches”, a lo que los interpelantes podrían haber respondido “Joooo, pues ya no te ajunto”.

Porque capotazo como el que ha dado no se puede permitir cuando hay encima de la mesa cientos de miles de damnificados, miles de muertos y millones de acojonados.

Pero claro, nada como la tranquilidad y la seguridad que le da el hecho de que los perros ladradores no son sino la otra cara de la misma moneda y, por tanto y a pesar de todo, le seguirán ajuntando cuando acabe todo esto y todos conserven íntegramente sus salarios, sus riquezas y sus privilegios.

Todo en medio de un panorama donde se cursan circulares a los hospitales para que dejen morir a los mayores de 80 años que no respondan adecuadamente al oxígeno, eso sí siempre bajo el criterio del médico, que así si alguien se tiene que comer el marrón que sea el ejecutor, nunca el instigador. Todo en medio de la compra de test que ofrecen una fiabilidad deplorable y de la escasez, ya sangrante, de respiradores y medios de protección. Todo en medio de ingresos selectivos en los hospitales y altas de pacientes potencialmente contagiosos. Todo, en fin, mostrando una lamentable incapacidad, voluntaria o negligente, para detectar y segregar a la población infectada como paso fundamental para superar la crisis, según ha reiterado en numerosas ocasiones la OMS y según dicta el sentido común, el menos común de los sentidos.

Porque no hay que ser muy lince para ver que la única solución que ofrece este deleznable Estado es la de confinarnos a perpetuidad. Cerrar la puerta y tirar la llave. Es el equivalente sanitario al “si necesito ingresos subo los impuestos” de toda economía estatal más que básica, submental.

Con “nos acercamos al pico” y “lo peor está por llegar” ya preparan al pueblo para la cadena perpetua. Frases recurrentes y machaconas que llenan nuestros noticiarios, no tan inocentemente como se pudiera pensar, e inducen a las masas a conclusiones del tipo “si lo peor está por llegar no pueden soltarnos tan pronto”, lo que supone la aceptación tácita de la perpetuación de esta indeseable situación.

Pues, señores, por mi parte no van a tener ni mi apoyo ni mi comprensión. Hagan su trabajo, háganlo bien y en plazo, y sólo así acreditarán algún atenuante a su negligente actuación que tantas y tantas vidas está costando.

Tal vez ha llegado la hora de empezar a exigir, más que a homenajear y a trivializar. Tiempo habrá para todo, pero lo primero es lo primero. Y lo primero es solucionar el problema. Exigir que se solucione el problema. Luego vendrán los homenajes a todos los que lo merezcan, que serán muchos, sanitarios o no. No permitamos que la gestión de la crisis sea un circo de tres pistas, donde por no saber a dónde mirar, perdemos de vista lo importante en aras de un entretenimiento improductivo y vacío. A pesar de la presión mediática tenemos que conseguir ver el bosque a través de los árboles.

Exigir una eficaz y rápida solución no es ser insolidario. Lo contrario tampoco, pero aunque no lo creáis no sirve para nada, o a lo peor sirve para enquistar la incompetencia y la deslealtad de un Estado para con su pueblo. No legitimando esta actuación honramos a nuestros muertos, víctimas irreparables de esta nefasta crisis cuyas consecuencias serán largo tiempo recordadas. Y no olvidéis que si lo peor está por venir, ni es culpa nuestra ni está en nuestras manos solucionarlo. El “Quédate en casa” no es suficiente. Y el Estado lo sabe.

martes, 31 de marzo de 2020

De la sociedad actual y el papel del Estado

Ni el orden exterior aparente de un Estado policial, ni los ejercicios legalmente permitidos de ingeniería y saqueo en torno al capital financiero, ni los convenios de consorcios y multinacionales, ni otras medidas organizadas para engañar al pueblo pueden ser reconocidos como “orden” por muy bien que “funcionen”. También la mafia tiene su “orden” y las cárceles se rigen por el llamado “orden carcelario”.

Desde el punto de vista de una comunidad orgánicamente estructurada, diríase más bien que todas las manifestaciones de nuestra vida pública, de esta nuestra sociedad con la que nos ha tocado lidiar, son absolutamente decadentes, esclavizadoras, alienantes, falsas y, observadas desde arriba, muestran un cuadro totalmente anarquizado y caótico, el cuadro de una lucha de todos contra todos.

Gobierno contra pueblo, partidos contra partidos –concertando simultáneamente las alianzas más extrañas e imposibles-, parlamentos contra gobiernos, trabajadores contra empresarios, consumidores contra productores, comerciantes contra productores y consumidores, propietarios de viviendas contra inquilinos, funcionarios contra ciudadanos, clase obrera contra burguesía; todos golpeando con furia sobre el momentáneo adversario, todos teniendo únicamente en cuenta su propio interés, la salvaguarda de su posición de privilegio y los intereses de su bolsillo.

Ninguno piensa que también el otro tiene derecho a la vida, nadie reflexiona acerca del hecho de que la persecución desconsiderada del provecho propio sólo puede ser alcanzada a costa de los demás. Nadie se preocupa por el bienestar del semejante, ni dirige la mirada hacia los deberes a cumplir frente al conjunto de la sociedad, ninguno quiere detenerse mientras corre sin aliento en pos del enriquecimiento personal. Codazo en el estómago del vecino para adelantarle y, si proporciona ventaja, pues se camina sobre cadáveres. ¿Para qué andarse con consideraciones? Ande yo caliente ríase la gente. Este es el moderno espíritu económico y social.

Así caza y ruge, vocifera y grita la multitud. Así empuja, tironea, pisotea y derriba a golpes el más fuerte al más débil, el más vulgar al más respetuoso, el más bruto al más noble. La avidez de placeres mata a la cultura, la arbitrariedad triunfa sobre el derecho, el interés partidario sobre el bien colectivo. El robo y la especulación aplastan al trabajo honrado.

Victoria tan contundente de todos los bajos instintos jamás se había visto.

Pero no nos engañemos, estamos en una época de férrea disciplina apoyada en una virulenta manipulación, por lo que es comprensible que la mayor parte de las personas inmersas en esta sociedad no vean salida al caos imperante y se lancen a favor de la corriente en un insensato baile en torno al becerro de oro, aún a sabiendas de que ello los llevará a la destrucción y a la muerte.

Una conmoción tan profunda de la estructura orgánica de un pueblo sólo es posible cuando los valores de toda la sociedad están en franca decadencia o se basan en premisas falsas. Y en efecto, dentro de este mal llamado Estado de Derecho, políticos de todo signo y condición rinden tributo a una misma ideología: el individualismo.

De ahí la inutilidad manifiesta del Estado para afrontar retos que exigen de él eficacia y generosidad, características que ni tiene, ni quiere tener. Tan podrido moralmente está, y tan sometido a vasallaje, que el tan deseable “Antes el bien común que el bien individual” se le antoja una tarea imposible, más allá de torpes, simbólicas e inútiles manifestaciones más o menos sensibleras que sirven de eficaz cortina de humo ante un pueblo ciego y alienado que, hoy por hoy, está muy lejos de reaccionar.