Lo de los expertos, visto lo visto, discutible sí que es.
Concentrar al grueso de la población en las calles durante unas franjas
horarias determinadas no deja de ser concentrar al grueso de la población, que
Perogrullo me perdone. Concentración y distancia social no parecen compatibles.
Tal vez liberalizar las salidas, lo que en la práctica
supone espaciarlas, suavizaría el problema.
Recular no parece que vayan a recular. Eso sí, ya tienen a
sus esbirros de los medios de comunicación en plena campaña virulenta contra
los cientos de irresponsables que se saltan el confinamiento, cargando incluso
contra las personas que se concentran a las mismas horas y en los mismos
lugares a hacer deporte o a pasear, dificultando la observancia de la necesaria
“distancia social”.
¿Pero en serio pensaban que la gente no iba a salir a la misma
hora, la más favorable de entre las impuestas, y a los mismos lugares, los más
apetecibles para paseos y actividades deportivas?
Expertos en sentido común no parecen ser. El apoyo de
muchos, aun así, lo siguen teniendo.
Ejemplo, el de una tertuliana de un vomitivo programa de
televisión que poco más o menos ha venido a decir que los españoles no somos
tan disciplinados como los nórdicos y que, consecuentemente, la solución es encerrarnos
y tirar la llave.
Hagamos una reflexión. La existencia de pirómanos que verano
tras verano queman nuestros montes ¿justificaría prohibir transitar por ellos? ¿O
lo justo sería perseguir a esos indeseables, detenerlos e imponerles penas proporcionales a los
daños, materiales y personales, que con sus actos provocan?
Aplíquese la respuesta a la gestión de la pandemia.
Es llamativo como las gentes llamadas de “izquierdas”, según
la desfasada y simplista nomenclatura política al uso, han pasado de creer ser
defensores a ultranza de las libertades individuales a ser ciegos seguidores de
un Gobierno que ha decretado un Estado de Alarma, con sucesivas y parece que
interminables prórrogas, que condiciona el ejercicio de algunas de ellas. Y
todo por la ingenua creencia de que le deben al Gobierno, cuyos dirigentes
dicen ser de su cuerda, una fidelidad sin fisuras, una fidelidad que no permite
cuestionar decisión alguna, aunque ello suponga renunciar a unos principios que
durante mucho tiempo han dicho defender. Que tiempos aquellos en los que
corrían delante de los grises. Ahora, ¡Hasta aplauden a la policía!
Entiendo la dificultad de ser coherente. Entiendo el reparo
en ser autocrítico. Pero no olvidéis que no os debéis al aparato del Estado ni
al Gobierno que dice representaros, ni penséis que con ello beneficiáis al
adversario político, mismo perro con distinto collar, cuyos ciclos, alternancia
de poder de por medio, escapan a vuestro control. A quién os debéis, es al pueblo.
Incondicional es la palabra clave. Cuando uno se la aplica,
se aleja de la ética y, sobre todo, se aleja de la Justicia.
Unamuno ya lo demostró. Se puede uno enfrentar a la
Monarquía, a la República y al incipiente Franquismo y ser coherente. Coherente con la
búsqueda de la Justicia, que él no encontró y que sigue siendo,
desafortunadamente, tan difícil de encontrar.
Yo seguiré, como Unamuno, buscando una sociedad justa y
despotricaré, como llevo haciendo toda mi vida, contra sistemas y políticos, sean
del signo que sean, que impidan su consecución.
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