No obstante, muchos de ellos, cortos de entendederas,
consideran imposible que haya personas que cumplan escrupulosamente con las
normas establecidas para evitar contagios y, a la vez, no tengan miedo. Y eso
les jode.
Y como de una premisa estúpida siempre surge una conclusión
absurda, estos genios del razonamiento empírico concluyen que si tienes miedo
eres un modelo de persona seria y responsable, mientras que si no lo tienes
eres un homicida irresponsable.
Y llegados a esa brillante conclusión, muchos de estos
miedosos se creen en la obligación de crear una profusa normativa,
infinitamente más restrictiva que la oficial, que como hombres de bien que son
están obligados a hacer cumplir a todos aquellos impíos que pululan por la
calle con la única misión de infectar y matar.
Si la norma dice “uso obligatorio de mascarilla siempre que
no se pueda mantener la distancia social de 1,5 metros”, ellos la convierten en
“uso obligatorio de mascarilla”, con lo que de un plumazo dejan a la mitad de
la población fuera de la ley, de su ley.
Autoproclamados depositarios de la moral y las buenas costumbres,
a nadie puede extrañar que lleven el cumplimiento de lo que creen su supremo
deber hasta las últimas consecuencias y se dediquen a señalar y descalificar de
forma ostentosa y audible, y evidentemente injusta, a todos aquellos que según
su criterio no cumplen con las normas, sus normas.
Yo creo que una hostia es lo que se están buscando.
Porque no se puede ser imbécil y que, tarde o temprano, no
te caiga una hostia.
Si no creéis tener un problema, pues perfecto. Disfrutad de
vuestro miedo disfrazado de sensatez, civismo y responsabilidad. Encerraos, si
queréis, y tirar la llave. Pero a los demás, dejarnos vivir. Dejar, en fin, de tocarnos
los cojones.
Porque esto se está yendo tanto de madre y tan extendido
está este miedo irracional, hábilmente inoculado y alimentado por nuestro
maquiavélico Estado, que ya se barruntan, en esta España de iletrados, palurdos
y aldeanos, movimientos de rechazo al forastero, al que miran de reojo como si se
tratara de un apestado egoísta y desalmado cuya misión fuera llevar la
destrucción y la muerte a las afortunadas poblaciones que han salido
relativamente indemnes de la pandemia. Unos enfrentados a otros. Divididos y
perdidos. Al Estado le viene de muerte. Será casualidad.
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