lunes, 14 de diciembre de 2020

El mito

Pasan los días, las semanas, los meses y seguimos igual, o peor.

No desde el punto de vista epidemiológico, donde la orgía de cifras fluctúa libremente y de forma sospechosamente conveniente a los intereses del Estado y a las fechas del calendario.

Sí, en cambio, desde el punto de vista propagandístico donde la furibunda campaña de terror instigada por el Gobierno y ejecutada por los medios de comunicación de masas se recrudece.

Y para ello, han creado un mito. Con apariencia de realidad, pero mito al fin y al cabo.

Como el coco, el hombre del saco, las brujas, los vampiros o los licántropos, el asintomático también tiene que cumplir su función, la de dar mucho miedo.

Y vaya si lo consigue. Nada puede ser más terrorífico para el común de los mortales que el que alguien aparentemente inofensivo, el asintomático, pueda llevar oculto un virus capaz de matar indiscriminadamente. La repetición ad nauseam de esta patraña, denunciada como tal por expertos independientes de diversas nacionalidades, supone uno de los planteamientos estratégicos más retorcidos y eficaces de la historia reciente. Y el Estado, una vez constatada su utilidad, se dedica en cuerpo y alma a alimentar el mito, al que se le atribuyen cualidades cada vez más perniciosas. Y rocambolescas. Ya hablan de que los futuros vacunados no sufrirán la enfermedad pero sí podrán transmitirla, lo que significa que aún vacunados seguirán siendo un peligro mortal, nueva falsedad que de conseguir implantarla en el subconsciente colectivo supondrá, de hecho, perpetuar el mito. Y el terror. Sólo cabe ponerse a salvo, nos dicen, aunque no nos revelan cómo, más allá de los manidos, constantes e inútiles confinamientos que nos convierten a todos en reos condenados a perpetuidad aunque, eso sí, con los escasos e insignificantes beneficios penitenciarios que nuestro Estado bondadoso y benefactor tenga a bien concedernos. Justo donde, in saecula saeculorum, nos quieren tener.

Las consecuencias que para nuestra sociedad supone la aceptación del mito como algo tangible y real son demoledoras, ya que, para la inmensa mayoría, el responsable de las terribles consecuencias,- físicas, psicológicas, sociales y económicas-, que la propagación del virus tiene y tendrá sobre la población nunca será el Estado, sino los ciudadanos, asintomáticos, que cuestionen la utilidad de las restricciones impuestas por los gobiernos o los que, aun sin cuestionárselas, no se autoimpongan medidas aun más drásticas, exigidas por hordas de iletrados debidamente sugestionados que dan sentido a sus miserables vidas tratando de que igual de miserables sean las de todos los demás. El mal de muchos, consuelo de tontos.

Una genial, aunque despreciable, maniobra del Estado para enfrentarnos los unos a los otros según la ya conocida estrategia del divide y vencerás.

El día que el asintomático pase de ser una realidad mayoritariamente aceptada a una afirmación al menos cuestionada, se ganará una importante batalla, principio del tortuoso camino que nos llevará a la recuperación de nuestras vidas, a la recuperación de la tan ansiada y única normalidad.

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