martes, 29 de septiembre de 2020

Anormales

Lo normal no es nuevo ni viejo, es normal. Lo contrario de normal, anormal. La nueva normalidad no es más que un eufemismo de la anormalidad. Lo anormal no es nuevo ni viejo, es anormal. Y anormales son los que practican, fomentan y defienden la anormalidad.

Veamos unos ejemplos.

De anormales cabe calificar las últimas manifestaciones de la OMS más propias de un circo que de una Institución que pretende ser respetable. Que estos señores se dediquen a instruirnos, como si fuéramos monos amaestrados, acerca de la importantísima cuestión de cómo tenemos que saludarnos para evitar contagios (ahora ya no vale juntar los coditos, ahora la mano al corazón) es tan lamentable que no creo tener que extenderme mucho en ello para evidenciar lo patético e indignante que resulta. Y lo de recomendar el sexo sin contacto físico, el sexo virtual, ya es de traca. Su lamentable actuación en esta pandemia espero y deseo que suponga el principio del fin de esta esperpéntica Institución.

Anormal, por amoral, es la actuación de nuestros gobernantes (centrales, autonómicos o locales, lo mismo da) que, valiéndose de su ventajosa posición y empoderados por la pasividad de las masas, ni comunican ni explican plan alguno para acabar con esta pandemia, más allá del calculado, socorrido, injusto e inútil confinamiento, tal vez porque ya esté acabada y su fingida y persistente virulencia favorezca la consecución de otros objetivos, vasallaje obliga, que nada tienen que ver con la salud. Mientras, nos han arrojado a una angustiosa y dañina existencia plagada de medidas despóticas, coercitivas, carentes de lógica y muy alejadas del sentido común. Una existencia, en fin, a la que nos han condenado haciendo gala de una extrema crueldad y ensañándose una y otra vez con el pueblo al que están dejando con lo puesto.

Anormal, por repugnante y servil, está resultado el papel de los medios de comunicación, que están difundiendo la propaganda oficial con una llamativa uniformidad de criterios y una machaconería tal que, elevada hasta cotas jamás alcanzadas, resulta grotesca e insultante para cualquier espíritu libre e independiente al que le quede una pizca de dignidad.

Anormal, por necio, está resultando el grueso de la población. Incapaces de razonar son presa fácil de la maquinaria del Estado. De pensamiento único, practican un odio despiadado, irracional e inducido hacia lo diferente, hacia lo que no comprenden. Y lo hacen notar. Hipócritas, zafios, envidiosos y cobardes, muchos de los habitantes de éste, nuestro querido y odiado país, han resultado víctimas fáciles del terror. Revisten de dignidad su gregario proceder en un patético intento de enmascarar su miedo. Pontifican desde la comodidad que proporcionan fortunas y salarios que creen bien amarrados. El coronavirus lo justifica todo. Ya no hay que tener miramientos con nadie. Ya no hay amigos, ni compañeros, ni colegas. Ya no hay individuos sanos. Miradas propias de leprosería, entre aterradas y desafiantes, se prodigan por doquier. El prójimo es el enemigo mortal al que hay que evitar. Mejor sólo, que es más seguro. Callo y obedezco, que es por mi bien.

Esta panda de anormales, en todas y cada una de las categorías anteriormente expuestas, son los culpables, por acción, colaboración o complicidad, de precipitarnos a lo que parece ser, si nadie lo remedia, el fin de la sociedad libre. Tal vez algún día, quién sabe, tengan que pagar por ello.

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