martes, 16 de diciembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La etapa reina

Fue hace siglos, en unas vacaciones de Semana Santa que pasé junto con mi familia, cuando descubrí la belleza de los montes que se elevan en tierras maragatas y bercianas, y ese recuerdo, unido a mi afición al senderismo y a mi pasión por la montaña, fue determinante a la hora de decidir que el inicio de mi Camino sería en Astorga. De esta forma evitaba las, a priori, aburridas etapas llanas y me sumergía de lleno y desde el principio en terreno montañoso.

La segunda etapa, Rabanal del Camino–Molinaseca, atravesando los Montes de León y con vistas a los Montes Aquilianos, se presentaba, pues, como un verdadero goce para los sentidos, por lo que comencé a atacarla con enorme ilusión y determinación.

Lo cierto es que lo que prometía un goce paisajístico ilimitado se convirtió en un calvario de sufrimiento.

Para comenzar, una corta y agradable subida entre jirones de niebla mañanera que se disipaba perezosamente, me depósito a los pies de la Cruz de Hierro, monumento donde di cumplida cuenta del ritual que en él se lleva a cabo (alimentar con una piedra el montón existente, sin saber muy bien por qué, que por cumplir no quede y sea por si acaso). A lo mejor el que la piedra que lancé al montón se partiera en dos al caer quería significar algo, pero como no era cuestión de dejarse influenciar por malos augurios, inicié el larguísimo descenso hacia Molinaseca que, por sus características, presumo que a no pocos les habrá pasado factura. En mi caso, así fue. Por culpa de mi inexperiencia a la hora de ajustarme la mochila, mis hombros resultaron seriamente dañados, y por culpa de mi exceso de confianza a la hora de hacer un uso insuficiente de los bastones, mis rodillas también.

Cuando llegué al albergue sólo me quedaban fuerzas para tumbarme a descansar, y fue tal la progresión del dolor en los hombros que cuando decidí incorporarme fui totalmente incapaz de hacerlo. Para lograr levantarme no tuve más remedio que girar sobre mí mismo, con un movimiento similar al de las croquetas cuando son rebozadas, cayendo al suelo boca abajo, para desde esta posición poder realizar las maniobras necesarias para ponerme en pie sin morir en el intento. Menos mal que al no haber nadie cerca en ese momento y a que la litera asignada era la de abajo, pude salvar decorosamente la situación. No quiero ni pensar en lo que habría pasado de estar tumbado en la litera de arriba.

Una ducha y varias toneladas de crema antiinflamatoria me proporcionaron la fuerza necesaria para llegarme hasta una mesa de la terraza del albergue donde sentarme a escribir. Los dolores persistían, aunque con algo menos de intensidad. Fue en ese momento cuando recibí la llamada de Carmen, mi mujer, que no tardó ni dos segundos en percibir que algo no iba bien. Enterada de mis problemas físicos y dado que sólo era mi segundo día en el Camino, quedó sumida, como es lógico, en un estado de honda preocupación. Por lo que a mí respecta, abatido, desganado y dolorido, tuve que batallar contra funestos pensamientos que no auguraban un buen final para la aventura recién iniciada, máxime teniendo en cuenta lo mal que había empezado y lo mucho que quedaba por hacer.

Afortunadamente era una soleada y agradable tarde de primavera y los dolores iban disminuyendo progresivamente gracias al buen hacer de la crema antiinflamatoria. Me animé a dar un corto pero relajante paseo por las calles de Molinaseca, me tomé una refrescante cervecita y rematé en una acogedora terraza bañada por la luz del atardecer donde ataqué con apetito un par de huevos fritos con chorizo regados con una botellita de vino, mencía y del Bierzo por supuesto. De nuevo estaba mentalmente arriba, seguro de que conseguiría culminar mi aventura y pasando uno de esos momentos felices y extremadamente fugaces con los que la vida te regala de vez en cuando. Era el momento de llamar a Carmen. La conversación nos devolvió la confianza y la calma. Todo sería muy diferente a partir de ese momento. Los inicios siempre son difíciles, pero sabía que con la mentalidad adecuada no había reto que no pudiera superar.

Después de la cena, y antes de retirarme a descansar, pasé largo rato sentado en la terraza del albergue, bajo las estrellas y en compañía de un par de peregrinos hispanos y del hospitalero de turno, que se encargó de amenizarnos la velada con un monólogo en el que despotricó de los peregrinos galos. Individuos, decía, que esperaban de los albergues servicios similares a los ofrecidos por los hoteles, quejándose, frecuentemente y con acritud, cuando constataban que dicha esperanza nada tenía que ver, como es lógico, con la realidad. “Si no les gusta el albergue, pues que se vayan a un hotel, no te jodes” fue la frase, o alguna muy similar, con la que dio por finalizada su perorata.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La mochila

Mi primera jornada me llevó hasta Rabanal del Camino, jornada fácil sobre el papel, de unos 20 km. y con un perfil básicamente llano. Pero no contaba con la mochila, la gran protagonista del día.

Durante la primera mitad de la jornada hizo notar sobre mis hombros su implacable presencia. Fue una lucha constante para conseguir unos ajustes que minimizaran su impacto. Menos mal que en unas 5 horas cubrí la etapa, lo que evitó, al menos ese día, que mi espalda terminara excesivamente maltrecha.

Cuando preparaba el Camino, leí numerosos artículos acerca de la mochila: sus características, su tamaño, su peso máximo recomendado, etc. Lo cierto es que tomas nota mental de todo ello, intentas comprar la mochila más adecuada de acuerdo a tu presupuesto y, finalmente, casi siempre la cargas más de lo recomendable. Ahora me doy cuenta de que esos 3 o 4 kilos de más, que parecen nada, significan mucho, y que con la debida experiencia se puede conseguir evitarlos. No es fácil sujetarse a la hora de echarle cosas a la mochila, pero cuando estas inmerso en el Camino, lo que darías por haber prescindido de algunas.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Historia de un parado - Las empresas de recolocación

Que maravilloso sería el Estado de Derecho si aparte de enumerar derechos los hiciera cumplir. Me encanta saber que según la Constitución tengo derecho al trabajo, pero más me encantaría tener uno. 

Como este nuestro querido Estado vive de las apariencias, tiene que dar la sensación de que realmente se preocupa por nosotros y de que hace todo lo posible por conseguirnos trabajo. Pues una de dos, o no hace nada o lo hace rematadamente mal.

No sólo no se genera empleo sino que desde el propio Estado se destruye. Caso del ERE que me ha tocado vivir en una Entidad financiera intervenida y por tanto bajo la tutela del Estado. Y como, habiéndome enviado a la calle, tiene que aparentar que se preocupa por buscarme un empleo, establece la obligación de facilitar a los afectados la tutela de una empresa de recolocación que consiga minimizar el impacto.

También sería maravilloso que la empresa de recolocación, recolocara, en lugar de dedicarse a repetirnos machaconamente lo mal que está la situación, lo difícil del mercado de trabajo y lo negro que lo tenemos para encontrar empleo.

Desde luego el apoyo sicológico que recibimos es más adecuado para empujarnos al suicidio que para cargarnos de optimismo. Claro que, bien pensado, a lo mejor es lo que se pretende. Muerto el perro se acabó la rabia. El suicidado descansa, la empresa de recolocación se quita un muerto, nunca mejor dicho, de encima, y el Estado resta uno de la lista de parados lo que contribuye a maquillar las estadísticas y alimentar su repugnante ego.

A lo que se dedica la empresa de recolocación es a cubrir el expediente. Se limita a dar una serie de consejos para buscar empleo, la mayor parte de los cuales se pueden encontrar fácilmente en Internet. Busca en la red  y nos envía ofertas de trabajo sin preocuparse de que se ajusten a nuestro perfil y a nuestra situación y, en la inmensa mayoría de los casos, con requisitos que ni cumplimos ni estamos en condiciones de cumplir a corto plazo. Las gestiones directas con empresas son muy escasas y con resultados, en mi caso, nulos. Todo esto para podernos  decir que lo han intentado y que no se puede hacer más por nosotros en un mercado laboral tan adverso. Como coartada está bien, pero a mí no me sirve.

Pueden hacer más, muchísimo más. Una empresa de recolocación que se precie debería ser capaz de encontrar trabajo a un elevado porcentaje de los trabajadores que se colocan bajo su tutela, sin dejarlo todo supeditado al éxito que éstos puedan tener gestionando directamente la búsqueda. Que cada uno de nosotros se va a dejar la piel buscando trabajo se da por supuesto y la duda, que la han manifestado, ofende. Una empresa de recolocación que se precie debería conocer al dedillo las características de todos y cada uno de los trabajadores tutelados, buscando y facilitando contactos con empresas que les necesiten, y no pretender que dichos trabajadores se ajusten a corto plazo a las exigencias predominantes en el mercado de trabajo, absurdas donde las haya.

Pongamos un ejemplo. Una empresa de servicios de jardinería aplica a sus trabajadores, algunos de los cuales llevan trabajando más de 30 años, un ERE. Hace 30 años para trabajar en una empresa de dichas características los requisitos a cumplir no eran demasiados ni, por supuesto, disparatados, por lo que tenemos trabajadores que se van al paro sin tener, pongo por caso, ni el Graduado Escolar, pero en cambio saben de jardinería lo que no está escrito. ¿Qué debería de hacer la empresa de recolocación? Pues buscarles empresas que necesiten jardineros experimentados, sin importarles la formación complementaria que puedan acreditar, formación que, por otra parte, no les va a ser de utilidad en su puesto de trabajo. Es decir, buscarles empresas que no apliquen los malditos y absurdos filtros de eliminación. Pero ¿qué es lo que realmente hacen?. Pues decirles a esos trabajadores que salvo que se pongan a estudiar como locos hasta que consigan tener una carrera, un par de masters, y dominen un mínimo de dos idiomas, no van a tener la más mínima oportunidad de encontrar trabajo y que, por supuesto, será culpa suya por no haber estudiado en su momento en lugar de trabajar desde tan jóvenes. No te jodes, si al final hasta habrá que pedir perdón por haber estado trabajando toda la puta vida. No conciben, estos señoritingos, que a lo mejor muchos de los que empezaron tan jóvenes era porque tenían que ayudar a sobrevivir a sus familias y no se podían permitir, ni por asomo, seguir estudiando

Pero eso sí, para aprovechar sinergias sí están espabilados, ya que ofrecen cursos de formación, de pago, a los pobres parados que caen en sus manos, que después de todo tienen indemnizaciones frescas de las que hay que intentar sacar tajada.

Lo peor de todo es que, como agentes dobles, juegan a dos bandos.  Además de empresa de recolocación, consultora. Además de, teóricamente, ayudarnos a encontrar empleo, hacen para las empresas el trabajo de eliminación de candidatos aplicando los malditos filtros que nos van a impedir encontrarlo (algunos, que no se dicen pero se aplican, como la edad y el sexo, claramente discriminatorios y que a muchos de nosotros nos dejan sin opciones). Si se trabaja para ambos bandos, la cuerda se romperá por la parte más débil y nosotros, los trabajadores, somos esa parte.

¿Éticamente correcto?. Que cada cual juzgue. Yo tengo clara mi opinión.

Señores de las empresas de recolocación, si los trabajadores colocados bajo vuestra tutela no encuentran trabajo, el fracaso es vuestro.

Señores que contratan a las empresas de recolocación, si no controláis el resultado final del trabajo realizado por éstas y os limitáis a cumplir con lo que os exige la ley, estaréis simplemente cubriendo el expediente, por tanto tener la decencia de no disfrazarlo de compromiso social. No cuela. 

Señores del Estado… Iba a escribir algo pero las arcadas me lo impiden hacer.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Los necios

Es en extremo indignante sufrir a personas que antes, durante y después de la experiencia del Camino, se atreven a juzgar y a valorar si el número de kilómetros recorridos merece su aprobación o su desprecio.

Nadie que haya hecho el Camino y tenga dos dedos de frente osaría hacer comentarios que resten valor al esfuerzo que cualquier peregrino realiza para conseguir su propósito.

Se me abren las carnes cuando escucho a personas que no han dado un paso en su vida, juzgar insuficientes los kilómetros recorridos por este o aquel peregrino, al que desprecian por ello. Suelen ser puristas descerebrados e ignorantes a los que sólo les vale el Camino Francés, el único del que han oído hablar, y desde Roncesvalles. Son como inquisidores modernos que no dudarían en echar a la hoguera al que no haya completado la totalidad del trayecto. 

Peor son los que habiéndolo recorrido en un número determinado de kilómetros, desprecian a los que han cubierto menos distancia que ellos. El Camino para ellos es una competición. Se equivocan, y su necedad se lo impide ver.

Son tantos los momentos de esfuerzo y sufrimiento que un peregrino ha de soportar, que merece, al menos, respeto. Por tanto cuando encuentres a uno, amigo prepotente, necio, descerebrado y estúpido, abstente de hacer comentarios que minusvaloren su esfuerzo. De lo contrario, demostrarás lo despreciable que puedes llegar a ser, y eso no es nada bueno para tu imagen.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Tras la flecha amarilla

Sin duda es la más perseguida y buscada del Camino. Ella nos señala la dirección a seguir, aclara nuestras dudas, resuelve momentos de indecisión y, lo que es más importante, nos permite llegar a Santiago sin grandes sobresaltos.

Casi siempre está pintada con buen criterio por gentes de buena voluntad que no persiguen otra cosa que orientar al peregrino.

Sin embargo, otros se aprovechan de ella usándola como reclamo direccional que sirve a sus propios intereses. Dos experiencias que sufrí en mis propias carnes ilustran este proceder.

La primera en las proximidades de Villafranca del Bierzo, en una larguísima jornada que comencé en Molinaseca y que se torció tras parar a comer en Cacabelos. Es poco después de abandonar esta población donde un numeroso grupo de flechas amarillas pintadas en el asfalto orientaron mis pasos hacia un camino que, tras atravesar un bonito paisaje de viñedos, te deposita a los pies del albergue de Villafranca. Todo maravilloso, salvo por el hecho de que eran las dos de la tarde, con un sol de justicia y una calor demencial que hizo que se agotaran mis reservas de agua, lo que me puso en una situación comprometida. Pero, oh milagro, al poco de quedarme sin agua surge providencial una vivienda en cuyo garaje, convertido en bar, pude comprar agua a precio de oro y de la que di cuenta en un pispás. Grave error, porque como estaba extremadamente fría me provocó un infierno gástrico (una cagalera en toda regla) que me complicó el resto de la tarde, toda la noche y casi toda la jornada del día siguiente. Lo indignante del caso es que, mientras formalizaba mi inscripción en el albergue, donde conseguí la última cama disponible, la hospitalera me contó que la señalización hacia el desvío que tomé era ilegal, propiciado por las flechas amarillas pintadas por los abuelos del garaje-bar, que ya estaban denunciados por tal práctica. El desvío, me siguió informando, me supuso recorrer unos cinco kilómetros suplementarios. No pude por menos que rememorar el momento en el que me tomaba la maldita botella de agua helada, mientras oía al paisano que me la vendió quejarse amargamente del sacrificio extremo que le suponía tener el bar abierto todo el día, sirviendo a los peregrinos aún a costa de tener que levantarse de la mesa,-estaba comiendo en ese momento-. Casi me pongo a llorar ¡No te jodes!

La otra, en la jornada que me llevó de Triacastela a Sarria. Para cubrir esa jornada se presentaban dos alternativas, una más dura y montañosa por San Xil, y otra teóricamente más sencilla por Samos. Como la jornada anterior me había pasado factura en forma de lesión de rodilla, opté por la sencilla. Hasta Samos muy agradable, umbrías espectaculares, aproximación  con unas vistas estupendas y ya en la localidad, el aspecto exterior del Monasterio imponente y el desayuno con vistas al mismo y con el sol tempranero templando el cuerpo, delicioso. Me compro una rodillera en una farmacia para sujetar mi maltrecha rodilla y comienzo a andar por la carretera dirección a Sarria convencido de que me quedaba la parte más fácil de la jornada. La sorpresa llega en forma de señales oficiales donde la Diputación de Lugo indica una dirección para los ciclistas (por la carretera) y un desvío para los caminantes, desvío que, obediente que es uno, tomé sin resquemor alguno. Enorme error, ya que te internas en una serie de rutas de senderismo enlazadas que te hacen subir, bajar, volver a subir, volver a bajar, corredoira por aquí, corredoira por allá,  girar a la izquierda, a la derecha, de nuevo a la izquierda, dudar y, finalmente, acordarte no precisamente con cariño de los de la Diputación que decidieron señalizar el asunto. Si hubiera querido hacer senderismo, perfecto, pero si lo que quería era llegar pronto a mi destino por ir lesionado, no es de cajón que me endilguen unos cuantos kilómetros de más por caminos de cabras que terminaron por agravarme la lesión y de los que no estaba en condiciones de disfrutar. Que el desvío para caminantes se hubiera señalizado como una alternativa más interesante desde el punto de vista paisajístico, vale, pero que se indique como la ruta “normal” no es de cajón. Había que verme echando pestes a grito pelado mientras recorría esos caminos de Dios. Parecía un loco furioso y peligroso recién huido del manicomio. Tenía que exteriorizar mi indignación. Seguro que a más de uno le debían de estar pitando los oídos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Fragancias

Dos olores recuerdo del Camino. Uno agradable. El otro, nauseabundo.

Del primero se disfruta, sobre todo, en las proximidades de Arzúa, ya bien adentrados en tierras gallegas. Se trata de un penetrante olor a eucalipto, más intenso en el frescor de las primeras horas del día, que, cual Vick Vaporub natural, te deja los conductos nasales limpios como la patena.

El segundo se sufre al acercarse a las explotaciones de ganado bovino, donde un intensísimo olor 
avinagrado penetra con fuerza en los conductos respiratorios obligándote a apretar el paso para salir cuanto antes de su área de influencia. Compadezco a los que trabajen o vivan en sus alrededores, aunque supongo que a fuerza de costumbre ya ni lo notarán.

lunes, 27 de octubre de 2014

Historia de un parado - Del puto inglés y las ofertas de empleo y lo inútiles que nos hacen sentir

Se necesita Controller, Group Internal Audit Senior Manager, Finance Senior Controller, Account Payable, Manager Marketing Online, etc, etc, etc.

Imprescindible nivel alto de inglés. Imprescindible nivel alto de inglés hablado y escrito. Imprescindible inglés bilingüe. Imprescindible inglés, inglés, inglés, inglés. No sé si ya he dicho que es imprescindible un nivel alto de inglés.

Así se las gastan las ofertas de empleo en los tiempos que corren. Y no, no estamos ni en Wisconsin, ni en Gales, ni en Inglaterra, ni en Australia,  ni en ningún otro lugar del mundo donde el inglés sea idioma oficial. Estamos en España, maravilloso lugar donde resulta que es más fácil encontrar trabajo si eres de Wisconsin, Gales, Inglaterra o Australia,  que si has tenido la mala fortuna de nacer aquí. Porque si tu cuna se encuentra en uno de esos lugares, el inglés ya lo tienes y eso, hoy en día, parece que es lo único que importa.

Si no sabes inglés, date por jodido. Que tus notas en los estudios fueron excepcionales, me la suda. Que eras un niño superdotado, me la sopla. Que tienes 30 años de experiencia en tu trabajo, me descojono. Que sabes un montón de todo, tienes un montón de cualidades, eres una bellísima persona, trabajador, abnegado y responsable, pero no sabes inglés, todo eso me importa una mierda. 

Lo que queremos las empresas que nos movemos dentro de este maravilloso mundo liberal capitalista es que, sobre todo, sepas inglés. Si además tienes un par de carreras, un par de postgrados, sabes un par de idiomas más y tienes amplia experiencia en el trabajo ofertado, pues mejor que mejor. Te pago 20.000 brutos al año y a correr. Me encanta este sistema.

¡Pero alguien se ha parado a pensar esta locura!. ¡Pero alguien meterá mano de una vez por todas en el mercado laboral para dotarlo de una mínima coherencia, de una mínima humanidad!. ¿Has dicho humanidad?. He dicho humanidad. Me descojono.

Si eres joven y de familia bien, cumplirás todos los requisitos menos el de la experiencia, aunque papá y los de su clase se encargarán de resolverte la papeleta. Si eres joven y de familia, como llamarla, normal, tus padres se habrán esforzado en darte toda la educación necesaria pero carecerás de experiencia, carencia que ni papá ni mamá podrán resolver dada su pertenencia a una clase donde los contactos no suelen ser de alto nivel, por lo que lo tendrás jodido. Y si eres mayor, que no viejo chocho, date por muerto, porque experiencia tendrás un rato largo pero, ay amigo, no sabrás inglés, y eso es un pecado imperdonable.

Pero es que cuando accedí a mi primer trabajo el inglés no hacía falta para nada. Pero es que estoy parado porque he sido despedido merced a un ERE injusto, discriminatorio y cruel. Pero es que cuando quiera tener un nivel de inglés alto, ya seré tan viejo que nadie me querrá. Me lo dices o me lo cuentas. Acaso me tiene que importar. Jódete, y no me aburras con tus lloriqueos.

Pues yo digo que no deberíais medir a todo el mundo por el mismo rasero, que no deberíais aplicar el mismo filtro a todos los aspirantes y que no deberíais despreciar a los que luchan por su subsistencia y la de sus familias.

Deberíais darnos la oportunidad de hablar, darnos la oportunidad de mostraros nuestros logros, de contaros nuestra trayectoria. Deberíais valorar lo que hemos luchado y cómo lo hemos luchado. Deberíais valorar lo que podemos ofreceros. Deberíais remunerar con justicia y equidad. Pero, por favor, sin anteponer la infranqueable barrera del inglés.

Porque yo me niego a considerarme un inútil. Porque no soy un inútil. Sé hacer muchas cosas bien. Las he venido haciendo bien durante años y si ahora resulta que he sido arrojado a un mercado laboral deshumanizado y absurdo donde soy considerado un inútil por mi edad y, sobre todo, por el maldito inglés, pues soy yo el que maldiciendo y clamando justicia os repito a voz en grito que ¡No soy un inútil!

Y a todo esto, el Estado, como siempre, nada de nada. Haciendo gala de su culpable e impresentable falta de intervención nos deja a merced de los leones. Parece que los derechos que nos son reconocidos en esa Constitución a la que dicen defender, el derecho al trabajo entre ellos, quedan en papel mojado. Es que las corruptelas nos tienen muy ocupados, se disculpan. Y a esto le llaman el Estado de Derecho.

Yo les sugeriría que cada vez que una persona se inscriba como demandante de empleo le hagan un examen tipo test para determinar su nivel de conocimiento del idioma inglés. Aquellos cuyo resultado sea inferior a un nivel, pongamos por caso, intermedio alto, quedarían automáticamente condenados a ser “retirados” al más puro estilo “La fuga de Logan” (pastilla de cianuro o inyección letal entre los procedimientos a considerar). Así sólo quedarían angloparlantes útiles a la sociedad. Muertos los perros, se acabó la rabia.

Lo que hubieran dado los poderosos por estar en la Edad Media, donde las guerras y las epidemias regulaban la población de forma que nunca llegaba a ser un problema. Mala suerte, estamos en el siglo XXI y si las guerras y las epidemias no acaban con nosotros, que tampoco lo descarto, no creo que la muerte por inanición sea una opción que vayamos a aceptar con resignación. Imperios más poderosos han caído. Que no subestimen el poder de la fuerza.

domingo, 19 de octubre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - El albergue de los británicos

En Rabanal del Camino me alojé en el Albergue Gaucelmo, administrado por la Confraternity of Saint James. Llegué sobre las 12:15 horas,  tras atravesar, poco antes de entrar en el pueblo, un sobrecogedor paraje formado por cientos de rudimentarias cruces de madera, confeccionadas mediante la simple unión de dos ramas, que los peregrinos han ido colocando en un cercado que discurre paralelo al camino.

La sorpresa al llegar fue comprobar que no abrían hasta las 14 horas, por lo que tuve que echarme al suelo durante casi dos horas a esperar. Como era un día soleado y de temperatura agradable, la espera no resultó penosa y mereció la pena.

Sin duda, es de los mejores en los que me he alojado. Un lugar acogedor, hospitaleros extremadamente amables, y todo ello por la voluntad. Además te invitan a limonada al llegar, a tomar el té a media tarde y a desayunar a la mañana siguiente. Que más se puede pedir.

Contigua al albergue, la zona monacal, y frente a él, una iglesia donde los monjes celebran misas cantadas al modo gregoriano. He de decir que al llegar, y mientras formalizaba mi inscripción, hicieron la intentona de liarme para que leyera un pasaje en castellano en la misa de las siete de la tarde. No se cuales fueron los mecanismos mentales que en una fracción de segundo me teletransportaron a las siete de esa tarde, donde me vi, por un lado, en la iglesia leyendo, y por otro, sentado en la terraza de un bar con una jarra de cerveza muy fría en la mano. De inmediato, mi mente se tiñó con el maravilloso color dorado de la cerveza. Decliné amablemente la invitación. Lo gracioso es que, llegado el momento, no logré encontrar la terraza soñada y al final acabé, cosas del destino, asistiendo a la misa espoleado por la curiosidad del canto gregoriano y también, por qué no decirlo, porque estaba  un tanto cansado y aburrido de dar vueltas por el pueblo.

Una decisión tan prosaica tenía que tener consecuencias en forma de venganza divina. Y vaya si las tuvo. Nada más soltar la mochila, asearme un poco y ponerme ropa cómoda (bañador tipo bóxer, camiseta y chanclas) me dirigí a un bareto donde comer algo. Bocata, cervecita y para terminar un café. Café que fue a parar, casi en su totalidad, al bañador y a la altura de la bragueta. La ubicación de las manchas y su color hacían que mi aspecto resultase ridículo, ya que era fácil relacionarlas con un episodio de incontinencia urinaria.

Ridículo que tuvo su continuidad esa misma tarde, en torno a las cinco, cuando, sentado en una agradable mesa del jardín del albergue, escribía en mi cuaderno de viaje. Quiso la mala fortuna, o la intervención divina, que los preparativos del té comenzaran a tener lugar precisamente en la mesa en la que me encontraba. Al té, por supuesto, me invitaron. Situación incómoda donde las haya, primero porque al ser el único castellanoparlante y carecer de los conocimientos necesarios para mantener una conversación en inglés, parecía tontito sentado a la mesa con una media sonrisa en la cara y sin intercambiar palabra alguna con las personas que me rodeaban,  y segundo por las manchas de la bragueta, cuya ocultación intentaba por todos los medios sin demasiado éxito.

Si tenemos en cuenta que el bañador era el único que llevaba, por lo de aligerar el peso de la mochila, y que las circunstancias que rodearon las jornadas posteriores me impidieron lavarlo hasta varios días después del incidente, la venganza divina se alargó en el tiempo mucho más de lo deseable y quedó, creo, sobradamente satisfecha.  

martes, 14 de octubre de 2014

Historia de un parado - De la envidia irracional

Tal y como plasmó maravillosamente Stevenson en su celebérrima obra “Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde” en la psiqué de toda persona luchan denonada y permanentemente el bien y el mal con el claro objetivo de lograr la supremacía y condicionar el comportamiento.

Hasta ahora, mi mundo estaba tan controlado como el experimento del Dr Jekyll. El bien mandaba y ante cualquier intento por parte de Mr Hyde de sobrepasar los límites socialmente aceptables, bastaba tomarse el antídoto y problema resuelto.

Todo se complica cuando, en el comportamiento de un elevadísimo número de congéneres, observas que el mal está ganando la batalla y que fruto de ello tu vida ha sido transformada radicalmente, a peor y con una crueldad inusitada, en un momento en el que la lucha se antoja harto difícil. Es entonces cuando Mr Hyde aparece, y lo hace amparado en el desprecio que recibe. Es entonces cuando el bien y el mal transitan por líneas paralelas peligrosamente cercanas, y es entonces cuando el desprecio a la sociedad y a los elementos que la componen parece plenamente justificado.

Todo el que tiene trabajo, dinero y salud es envidiado de una forma tan irracional como real. La situación propia es percibida como injustificada e inmerecida. No encuentro el porqué por mil veces que me lo pregunte. Tampoco el futuro muestra su mejor cara. De la intervención divina, visto lo visto, Mr Hyde no quiere oír ni hablar.

Todavía me queda antídoto para revertir la situación. Todavía ejerzo de Dr Jekyll con la suficiente lucidez como para saber que los fugaces pensamientos que atraviesan mi mente son debidos a los efectos de la maldita pócima y que de momento me quedan fuerzas para dominarlos. Lucho por no quedar definitivamente convertido en otro Mr Hyde de los muchos que pululan por este mundo. Dicho queda. Amén.

viernes, 10 de octubre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Un día melancólico

Tres imágenes me han quedado grabadas del primer día.

La primera, en la estación de autobuses donde comenzaba mi viaje hacia el punto de partida de mi peregrinación. Me acompañó mi mujer, Carmen. Su imagen, de pié, en el andén, apenas sujetando las lágrimas, es de las que llegan al corazón. A mí las lágrimas también me costó dominarlas. Es bonito sentirse querido.

Otra, una vez alcanzado mi destino, Astorga, donde un cielo gris plomizo, cual panza de burra, creaba una atmósfera triste, melancólica y opresiva que no ayudó, en absoluto, a calmar la ansiedad que predominaba en mi estado de ánimo.

Y la última, al atardecer, cuando sentado en la terraza del albergue pasé un rato observando el vuelo de infinidad de golondrinas que surcaban el cielo con nerviosos movimientos de alas y vertiginosos cambios de dirección. Movimientos tan convulsos que parecían ser producto de intensos dolores. Premonición, acaso, del sufrimiento que estaba por venir.

miércoles, 8 de octubre de 2014

De polemistas anónimos y otros especímenes a evitar

Como seguramente habréis observado, la configuración de mis blogs impide efectuar comentarios a las entradas que voy publicando en ellos.

Creo que esto merece una explicación.

Todo viene de una mala experiencia acaecida cuando partícipe en un foro donde todas y cada una de mis opiniones eran impertinentemente contestadas por un capullo amparado en el anonimato (o en un nick, que para el caso es lo mismo). Se empleaba con tal fervor y perseverancia que no tuve más remedio que salirme. Lo que empezó siendo una actividad lúdica se convirtió en una pesadilla. Era un foro, y en los foros o te quedas o te sales. No hay otra alternativa.

Los blogs son otra cosa. Son nuestro diario, nuestro cuaderno de apuntes, nuestro lienzo. A nadie, o a casi nadie, le gusta que le emborronen el diario o el cuaderno o el lienzo.  Son posesiones a las que con especial cariño las dotamos de contenido, las organizamos a nuestro gusto y las tuneamos para que reflejen una parte de nuestra personalidad. Son el escaparate que nos muestra al mundo. Por ello, hemos de tener el control total sobre su apariencia y sus contenidos, evitando que sean alterados por intervención ajena alguna.

Mecanismo de defensa, al fin y al cabo, contra las fieras acechantes que pululan por esa selva llamada internet, siempre dispuestas a saltar sobre nosotros a poco que bajemos la guardia. 

Dicho esto, cierto es que hay que ofrecer una solución alternativa para facilitar a las personas no incluidas en dicha categoría, que son la mayoría, la posibilidad de opinar.

Las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.) resuelven esta cuestión. Compartiendo los enlaces de cada nueva entrada en los blogs, se pone a disposición de todo el que lo desee un lugar adecuado donde expresarse. Y las opiniones, si son respetuosas y bienintencionadas, siempre son bienvenidas.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La primera noche

Si bien es cierto que la dureza del Camino conseguía que cada noche, a pesar de los numerosísimos ruidos de muy diversa índole que poblaban la atmósfera de los albergues, me durmiera en cuestión de segundos, no es menos cierto que la primera noche fue otro cantar.

La pasé en el albergue de Astorga donde compartí habitación con un matrimonio francés de avanzada edad y un individuo del que sólo conozco su ronquido.

La señora francesa era de esas personas que creen, inexplicablemente, que lo natural es que todo el mundo entienda su idioma. A pesar de no encontrarnos en Francia y de no ser el francés, que yo sepa,  el idioma oficial de la Maragatería, la señora en cuestión me preguntó no se qué, ante lo cual, encogiéndome de hombros, respondí en un perfecto castellano que no entendía absolutamente nada de lo que me decía, lo que provocó la aparición en su rostro de una mueca de disgusto, supongo que debida al esfuerzo que le iba a suponer comunicarse conmigo en el universal lenguaje de la mímica,  lenguaje que, por otra parte, funcionó, ya que logré entender que la cuestión giraba en torno a la trascendental decisión de pasar la noche con la ventana abierta o cerrada.

El otro individuo al que no pude ver bien -se acostó cuando las luces ya se habían apagado- fue el encargado de amenizar la noche con su atronador y devastador ronquido. Y digo bien, ronquido en singular, ya que era uno sólo, de una potencia tal que provocaba movimientos sísmicos en la litera, y con una cualidad que lo hacía verdaderamente demoledor, y que consistía en su repetición a lo largo de la noche a intervalos lo suficientemente largos como para permitirme caer, una y otra vez, en un esperanzador estado de sopor, cruelmente interrumpido por el subsiguiente episodio del fenómeno sonoro en cuestión.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Historia de un parado - De los pequeños placeres que ahora lo son menos

Cuando se tiene la vida resuelta o, al menos, bien encarrilada, se ve salpicada por pequeños momentos placenteros que contrarrestan el tedio que habitualmente rige la vida diaria.

El disfrute de esos momentos es de vital importancia, ya que da sentido a la vida.

Cuando se torna problemática, inestable y de futuro incierto, dichos momentos no son, en absoluto, disfrutados de la misma manera.

Antes, es que te lo habías ganado. Ahora, tal y como me apuntaba Soco, un buen amigo y también víctima del desempleo, da cargo de conciencia el mero hecho de pensar en ellos.

Es inevitable, al menos en mi caso, el que se vean salpicados por pensamientos que son, como los rayos, fugaces pero enormemente destructivos. Te recuerdan tu situación y relativizan el poder balsámico de tan deseados momentos.

Tomar una cerveza, un café, salir al cine, al teatro, a cenar, de excursión o hacer un viaje eran el justo premio al esfuerzo y al trabajo, desarrollados día tras día. Ahora, pese a que te repites una y otra vez que no eres responsable de tu situación, no puedes disfrutar de ello sin la presencia implacable de un malestar difícil de definir pero muy real. Así se las gasta nuestra conciencia.

Espero que esto sólo sea una etapa a superar, y que los pequeños placeres que me pueda permitir en la vida, aun siendo pocos, sean plenamente disfrutados. 

Difícil tarea la de conseguir el equilibrio emocional necesario. En modo alguno imposible. Es el momento de apoyarse en la gente que nos quiere para disfrutarlos. Es necesario y en modo alguno inmerecido. No deja de ser una batalla dentro de esta guerra que se antoja larga y cruenta, pero que de ninguna manera voy a dar por perdida.

martes, 23 de septiembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La excusa

Tan bien vendido está el Camino, que es muy difícil sustraerse a su poder de atracción.

Y es que, como una navaja multiusos, sirve para todo y para todos. Sirve para los senderistas, los solitarios, los gregarios, los introvertidos y los extrovertidos, los místicos, los creyentes y los ateos, los…; y sirve  para estar sólo, para conocer gente, para sufrir, para reír y para llorar, para competir, para juzgar y ser juzgado, para ser honrado y para ser tramposo, para ayudar y ser ayudado, para …

Si buscas sufrimiento, esfuerzo y superación, has acertado. Si lo haces por motivos religiosos, eres minoría. Si buscas en tu interior, los dolores no te dejarán tiempo para encontrar gran cosa. Si te gusta el senderismo y la montaña, mejor el Annapurna. Si quieres que el Camino te cambie, diez a uno a que el cambio es mínimo.

Una vez decidido, y salvo el caso infrecuente de que estés sólo en el mundo, tendrás que buscar una excusa. Y para excusa, nada como una promesa. Yo la utilicé, pero lo cierto es que no engañas a nadie, ni a ti mismo ni a los que tienen que darte su bendición, quienes finalmente lo hacen porque te quieren y saben la ilusión que te hace. El Camino, salvo las consabidas excepciones, se hace porque a uno le apetece, y punto.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido

Desde que en el mes de junio de 2009 recorrí, a pié, los 260 km. que separan Astorga de Santiago por el Camino francés, he querido dar forma literaria a las vivencias anotadas en mi cuaderno de viaje durante los 12 días que duró mi peregrinación.

La creación de este blog y su finalidad me proporcionan el lugar y el momento adecuados para ir relatándolas con el sosiego necesario y sin pretender encorsetarlas en estructura cronológica alguna.

Bajo la etiqueta “Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido” iré publicando sucesivas entregas que pretenden ofrecer una visión no edulcorada del Camino de Santiago, con sus luces y sus sombras,  basándome para ello en la observación de mi entorno y en la descripción de mis sentimientos durante los días en que, intencionadamente sólo, recorrí esos caminos de Dios.

Vaya todo ello dedicado a Carmen, mi mujer, por su comprensión, por su cariño y por sufrir el Camino conmigo.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El porqué de Pellejudo's corner

Con 52 años y después de toda una vida trabajando, el mundo ordenado al que me había acostumbrado se ha desmoronado. La estabilidad se ha convertido en incertidumbre y asusta. Me han arrojado a los temibles brazos del desempleo. Nada volverá a ser igual.

Pellejudo´s corner es el diván del psicólogo, la válvula de escape a mis preocupaciones, anhelos y opiniones, el torniquete que impide que el veneno se extienda. Es el uso de la escritura como terapia.

El nombre, un guiño a una película de culto que marcó un antes y un después en el cine de ciencia-ficción, que me resultó tremendamente impactante cuando se estrenó y que, aún hoy en día y  después de decenas de visionados, me sigue emocionando. Muchos habréis adivinado que se trata de Blade Runner dirigida por Ridley Scott y estrenada en 1982.  “Pellejudos” era como llamaban despectivamente a los “replicantes”, humanos artificiales fabricados con ingeniería genética, los policías encargados de “retirarlos”, matarlos eufemísticamente hablando, una vez habían sido declarados ilegales en la Tierra.

Como los replicantes, todos tenemos fecha de caducidad. Como a ellos, parece que se empeñan en acortárnosla. Pellejudos, por tanto, somos un poco todos y no cuesta nada imaginar que los que transitan las esferas del poder usen de la forma despectiva para señalarnos. Malsonante, pero pegadiza. Un algo de provocación y un mucho de reivindicación. No siempre los destinatarios del desprecio son despreciables. A veces, los que desprecian son los que realmente lo son.

Sometido quedo, pues, a la terapia. Espero que me den de alta pronto. Y si no es así, que por haberlo intentado no quede.