Sin duda es la más perseguida y buscada del Camino. Ella nos
señala la dirección a seguir, aclara nuestras dudas, resuelve momentos de
indecisión y, lo que es más importante, nos permite llegar a Santiago sin grandes
sobresaltos.
Casi siempre está pintada con buen criterio por gentes de
buena voluntad que no persiguen otra cosa que orientar al peregrino.
Sin embargo, otros se aprovechan de ella usándola como
reclamo direccional que sirve a sus propios intereses. Dos experiencias que
sufrí en mis propias carnes ilustran este proceder.
La primera en las proximidades de Villafranca del Bierzo, en
una larguísima jornada que comencé en Molinaseca y que se torció tras parar a
comer en Cacabelos. Es poco después de abandonar esta población donde un
numeroso grupo de flechas amarillas pintadas en el asfalto orientaron mis pasos
hacia un camino que, tras atravesar un bonito paisaje de viñedos, te deposita a
los pies del albergue de Villafranca. Todo maravilloso, salvo por el hecho de
que eran las dos de la tarde, con un sol de justicia y una calor demencial que
hizo que se agotaran mis reservas de agua, lo que me puso en una situación
comprometida. Pero, oh milagro, al poco de quedarme sin agua surge providencial
una vivienda en cuyo garaje, convertido en bar, pude comprar agua a precio de
oro y de la que di cuenta en un pispás. Grave error, porque como estaba
extremadamente fría me provocó un infierno gástrico (una cagalera en toda
regla) que me complicó el resto de la tarde, toda la noche y casi toda la
jornada del día siguiente. Lo indignante del caso es que, mientras formalizaba
mi inscripción en el albergue, donde conseguí la última cama disponible, la
hospitalera me contó que la señalización hacia el desvío que tomé era ilegal,
propiciado por las flechas amarillas pintadas por los abuelos del garaje-bar,
que ya estaban denunciados por tal práctica. El desvío, me siguió informando,
me supuso recorrer unos cinco kilómetros suplementarios. No pude por menos que
rememorar el momento en el que me tomaba la maldita botella de agua helada,
mientras oía al paisano que me la vendió quejarse amargamente del sacrificio
extremo que le suponía tener el bar abierto todo el día, sirviendo a los
peregrinos aún a costa de tener que levantarse de la mesa,-estaba comiendo en
ese momento-. Casi me pongo a llorar ¡No te jodes!
La otra, en la jornada que me llevó de Triacastela a Sarria.
Para cubrir esa jornada se presentaban dos alternativas, una más dura y
montañosa por San Xil, y otra teóricamente más sencilla por Samos. Como la
jornada anterior me había pasado factura en forma de lesión de rodilla, opté
por la sencilla. Hasta Samos muy agradable, umbrías espectaculares,
aproximación con unas vistas estupendas
y ya en la localidad, el aspecto exterior del Monasterio imponente y el
desayuno con vistas al mismo y con el sol tempranero templando el cuerpo,
delicioso. Me compro una rodillera en una farmacia para sujetar mi maltrecha
rodilla y comienzo a andar por la carretera dirección a Sarria convencido de
que me quedaba la parte más fácil de la jornada. La sorpresa llega en forma de
señales oficiales donde la Diputación de Lugo indica una dirección para los
ciclistas (por la carretera) y un desvío para los caminantes, desvío que,
obediente que es uno, tomé sin resquemor alguno. Enorme error, ya que te
internas en una serie de rutas de senderismo enlazadas que te hacen subir,
bajar, volver a subir, volver a bajar, corredoira por aquí, corredoira por
allá, girar a la izquierda, a la derecha,
de nuevo a la izquierda, dudar y, finalmente, acordarte no precisamente con
cariño de los de la Diputación que decidieron señalizar el asunto. Si hubiera
querido hacer senderismo, perfecto, pero si lo que quería era llegar pronto a
mi destino por ir lesionado, no es de cajón que me endilguen unos cuantos
kilómetros de más por caminos de cabras que terminaron por agravarme la lesión
y de los que no estaba en condiciones de disfrutar. Que el desvío para
caminantes se hubiera señalizado como una alternativa más interesante desde el
punto de vista paisajístico, vale, pero que se indique como la ruta “normal” no
es de cajón. Había que verme echando pestes a grito pelado mientras recorría
esos caminos de Dios. Parecía un loco furioso y peligroso recién huido del
manicomio. Tenía que exteriorizar mi indignación. Seguro que a más de uno le
debían de estar pitando los oídos.
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