
Creo que esto merece una explicación.
Todo viene de una mala experiencia acaecida cuando partícipe
en un foro donde todas y cada una de mis opiniones eran impertinentemente contestadas
por un capullo amparado en el anonimato (o en un nick, que para el caso es lo
mismo). Se empleaba con tal fervor y perseverancia que no tuve más remedio que
salirme. Lo que empezó siendo una actividad lúdica se convirtió en una pesadilla.
Era un foro, y en los foros o te quedas o te sales. No hay otra alternativa.
Los blogs son otra cosa. Son nuestro diario, nuestro
cuaderno de apuntes, nuestro lienzo. A nadie, o a casi nadie, le gusta que le
emborronen el diario o el cuaderno o el lienzo.
Son posesiones a las que con especial cariño las dotamos de contenido,
las organizamos a nuestro gusto y las tuneamos para que reflejen una parte de
nuestra personalidad. Son el escaparate que nos muestra al mundo. Por ello,
hemos de tener el control total sobre su apariencia y sus contenidos, evitando
que sean alterados por intervención ajena alguna.
Mecanismo de defensa, al fin y al cabo, contra las fieras
acechantes que pululan por esa selva llamada internet, siempre dispuestas a
saltar sobre nosotros a poco que bajemos la guardia.
Dicho esto, cierto es que hay que ofrecer una solución alternativa
para facilitar a las personas no incluidas en dicha categoría, que son la
mayoría, la posibilidad de opinar.
Las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.) resuelven esta cuestión.
Compartiendo los enlaces de cada nueva entrada en los blogs, se pone a disposición
de todo el que lo desee un lugar adecuado donde expresarse. Y las opiniones, si
son respetuosas y bienintencionadas, siempre son bienvenidas.
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