Cuando se tiene la vida resuelta o, al menos, bien
encarrilada, se ve salpicada por pequeños momentos placenteros que
contrarrestan el tedio que habitualmente rige la vida diaria.
El disfrute de esos momentos es de vital importancia, ya que
da sentido a la vida.
Cuando se torna problemática, inestable y de futuro
incierto, dichos momentos no son, en absoluto, disfrutados de la misma manera.
Antes, es que te lo habías ganado. Ahora, tal y como me
apuntaba Soco, un buen amigo y también víctima del desempleo, da cargo de
conciencia el mero hecho de pensar en ellos.
Es inevitable, al menos en mi caso, el que se vean
salpicados por pensamientos que son, como los rayos, fugaces pero enormemente
destructivos. Te recuerdan tu situación y relativizan el poder balsámico de tan
deseados momentos.
Tomar una cerveza, un café, salir al cine, al teatro, a
cenar, de excursión o hacer un viaje eran el justo premio al esfuerzo y al
trabajo, desarrollados día tras día. Ahora, pese a que te repites una y otra
vez que no eres responsable de tu situación, no puedes disfrutar de ello sin la
presencia implacable de un malestar difícil de definir pero muy real. Así se
las gasta nuestra conciencia.
Espero que esto sólo sea una etapa a superar, y que los
pequeños placeres que me pueda permitir en la vida, aun siendo pocos, sean
plenamente disfrutados.
Difícil tarea la de conseguir el equilibrio emocional
necesario. En modo alguno imposible. Es el momento de apoyarse en la gente que
nos quiere para disfrutarlos. Es necesario y en modo alguno inmerecido. No deja
de ser una batalla dentro de esta guerra que se antoja larga y cruenta, pero
que de ninguna manera voy a dar por perdida.
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