La primera, en la estación de autobuses donde comenzaba mi viaje hacia el punto de partida de mi peregrinación. Me acompañó mi mujer, Carmen. Su
imagen, de pié, en el andén, apenas sujetando las lágrimas, es de las que
llegan al corazón. A mí las lágrimas también me costó dominarlas. Es bonito
sentirse querido.
Otra, una vez alcanzado mi destino, Astorga, donde un cielo
gris plomizo, cual panza de burra, creaba una atmósfera triste, melancólica y
opresiva que no ayudó, en absoluto, a calmar la ansiedad que predominaba en mi estado
de ánimo.
Y la última, al atardecer, cuando sentado en la terraza del
albergue pasé un rato observando el vuelo de infinidad de golondrinas que
surcaban el cielo con nerviosos movimientos de alas y vertiginosos cambios de
dirección. Movimientos tan convulsos que parecían ser producto de intensos
dolores. Premonición, acaso, del sufrimiento que estaba por venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario