viernes, 19 de junio de 2020

Segundo asalto

Tengo la sensación de que esto se va a repetir, porque ha sido tal el éxito de este primer ensayo que sus promotores no albergan duda alguna sobre la viabilidad de un segundo asalto, esta vez definitivo, al poder absoluto.

Mientras que la resistencia ha sido mínima y condicionada por el miedo, la defensa de las posiciones oficiales ha sido sorprendentemente furibunda y enconada. Han tenido a su disposición un ejército tremendamente fiel y bastante numeroso que a través de las redes sociales ha sabido dar soporte a un fanatismo que, como todos, carece de lógica y asume como verdad absoluta todo aquello que provenga de fuentes por ellos idolatradas.

Peligrosísimo precedente ha sentado la gestión de esta pandemia, donde se ha puesto de manifiesto de forma inequívoca la debilidad de un pueblo dispuesto a rendirse al gregarismo y a la docilidad, creyendo ingenuamente que no existe alternativa a esa forma de pensar y de actuar que, creyendo propia, les ha sido impuesta.

Y tremendamente preocupante es la incapacidad de crear y organizar un frente que aglutine a todos los que estamos fuera, a todos los que cuestionamos toda esta pantomima, a todos los que no queremos vernos abocados a malvivir inmersos en una sociedad de esclavitud y sumisión.

Parece que nos dan dos meses de gracia, dos meses donde el turismo les proveerá de fondos para seguir con su plan, dos meses donde crearán una falsa esperanza de seguridad, eso sí vejándonos con mascarillas y otras mierdas  por el estilo y amenazándonos continuamente con rebrotes y pasos atrás. Dos meses tras los cuales volverán a la carga.

No sé cómo, pero es el momento de organizarse. Porque no podemos permitir que esto vuelva a suceder. Tenemos, si lo intentan, que pararlos en seco. Tenemos que hacer uso de nuestro derecho a disentir. Tenemos que defender nuestra libertad. Tenemos que actuar. Uno de los ídolos de estas masas progres, sostén del Estado y de su inmisericorde adoctrinamiento, dijo aquello de “Mejor morir de pie que vivir arrodillado”. Por una vez suscribo su frase, porque ahora son sus admiradores los que nos quieren poner a todos de rodillas y de cara a la pared.

Me cuesta encontrar adjetivos suficientemente contundentes para definir la repugnancia que me provoca este Gobierno, vocero de un Estado que rinde vasallaje a un grupo de oligarcas que ya saborean el triunfo final. Y me sobran para calificar a los voceros del vocero, patéticos e insignificantes individuos más tontos que Abundio, pero amargados, resentidos, envidiosos y dañinos hasta decir basta.

Ahora la lucha está en las Redes, cómoda lucha donde los cobardes se mueven como pez en el agua. Habría que verlos si la lucha fuera real. Habría que ver si sus convicciones y su adhesión al régimen son tan sólidas como ellos creen. Habría que ver si realmente tienen una visión de futuro y qué estarían dispuestos a sacrificar para defenderla. 

Los animales, heridos de muerte, lanzan su último ataque, muchas veces letal. Heridos estamos. Muertos, todavía no.

jueves, 18 de junio de 2020

La hostia

Muchos dicen que no tienen miedo, pero lo tienen y mucho. Y tener tanto miedo es un problema. La solución, reconocerlo y buscar ayuda. Ya ha pasado con las drogas, el alcohol, el tabaco o el juego. Ahora pasa con el miedo. Es para ellos motivo de congoja y sufrimiento. Hasta ahí, son dignos de lástima.

No obstante, muchos de ellos, cortos de entendederas, consideran imposible que haya personas que cumplan escrupulosamente con las normas establecidas para evitar contagios y, a la vez, no tengan miedo. Y eso les jode.

Y como de una premisa estúpida siempre surge una conclusión absurda, estos genios del razonamiento empírico concluyen que si tienes miedo eres un modelo de persona seria y responsable, mientras que si no lo tienes eres un homicida irresponsable.

Y llegados a esa brillante conclusión, muchos de estos miedosos se creen en la obligación de crear una profusa normativa, infinitamente más restrictiva que la oficial, que como hombres de bien que son están obligados a hacer cumplir a todos aquellos impíos que pululan por la calle con la única misión de infectar y matar.

Si la norma dice “uso obligatorio de mascarilla siempre que no se pueda mantener la distancia social de 1,5 metros”, ellos la convierten en “uso obligatorio de mascarilla”, con lo que de un plumazo dejan a la mitad de la población fuera de la ley, de su ley.

Autoproclamados depositarios de la moral y las buenas costumbres, a nadie puede extrañar que lleven el cumplimiento de lo que creen su supremo deber hasta las últimas consecuencias y se dediquen a señalar y descalificar de forma ostentosa y audible, y evidentemente injusta, a todos aquellos que según su criterio no cumplen con las normas, sus normas.

Yo creo que una hostia es lo que se están buscando.

Porque no se puede ser imbécil y que, tarde o temprano, no te caiga una hostia.

Si no creéis tener un problema, pues perfecto. Disfrutad de vuestro miedo disfrazado de sensatez, civismo y responsabilidad. Encerraos, si queréis, y tirar la llave. Pero a los demás, dejarnos vivir. Dejar, en fin, de tocarnos los cojones.
   
Porque esto se está yendo tanto de madre y tan extendido está este miedo irracional, hábilmente inoculado y alimentado por nuestro maquiavélico Estado, que ya se barruntan, en esta España de iletrados, palurdos y aldeanos, movimientos de rechazo al forastero, al que miran de reojo como si se tratara de un apestado egoísta y desalmado cuya misión fuera llevar la destrucción y la muerte a las afortunadas poblaciones que han salido relativamente indemnes de la pandemia. Unos enfrentados a otros. Divididos y perdidos. Al Estado le viene de muerte. Será casualidad.

martes, 9 de junio de 2020

La duda

Tremendamente agotado, desilusionado y desesperanzado me ha dejado este lamentable y vírico episodio que ni en el peor de mis sueños pensé que me tocaría vivir.

Agotado de ver, leer y escuchar infinidad de necedades y  mentiras, y de sufrir un bombardeo mediático de informaciones interesadas, falsas y manipuladas que han puesto de manifiesto el tremendo poder de la maquinaria del Estado.

Desilusionado por constatar que la estupidez humana es mucho mayor de lo que yo pensaba, y eso que mi cuantificación de la misma ya era más que generosa.

Desesperanzado porque esa estupidez, bien aprovechada por un poder inmoral y despótico, nos lleva irremisiblemente hacia una sociedad aberrante y distópica en modo alguno deseable.

Mi fe en la humanidad, muy debilitada aun antes de la pandemia, ha desaparecido por completo, dando paso a complejos sentimientos de aversión cercanos a la misantropía.

Curiosamente mi escasa propensión a la sociabilidad no me ha impedido jamás conducirme de forma socialmente responsable ni me ha impedido tener el convencimiento de que la búsqueda de una sociedad justa constituye un fin por el que merece la pena luchar.

Antes el bien común que el provecho individual, me he repetido machaconamente. Sentencia axiomática que condiciona toda una vida. Marca un camino y un comportamiento.

Pero la duda, siempre acechante, trata de hacer mella aprovechando cualquier resquicio. La pandemia y el comportamiento de las masas, rara vez coincidente con el mío, han sido campo abonado para ello. Me pregunto si merece la pena mantener la lucha por esa anhelada sociedad justa, cuyos fundamentos y estructura dudo mucho que sean entendidos. Me pregunto si la humanidad merece ese esfuerzo. Me pregunto si la atrocidad de una sociedad de oligarcas y siervos es ya una realidad inminente y fatalmente inevitable.

Escéptico, inconformista y defensor de causas perdidas e impopulares, no dejo de sentirme más celiniano que nunca.

Tal vez algún día mis temores se hagan realidad. En ese caso, espero estar muerto.

O tal vez con el tiempo una sociedad justa florecerá. A buen seguro, yo ya estaré muerto.

lunes, 8 de junio de 2020

Como perros con bozal

La mascarilla, como símbolo de dominación, constituye una vejación en toda regla. 
Como perros con bozal nos quieren tener, hasta nueva orden y bajo sanción, estos campeones de la arbitrariedad y la intimidación.

El cambio de criterio con respecto al uso de la mascarilla ha puesto en evidencia, una vez más,  al Estado y a sus mediocres y rencorosos defensores.

Agotado estoy de esperar coherencia en las caóticas y vergonzosas decisiones gubernamentales, cuya único propósito parece ser la eliminación de cualquier resto de dignidad que pudiera quedarnos.

Volcados en una labor implacable de adoctrinamiento, más cruel y dañina que el castigo físico, no escatiman esfuerzos para someternos, para humillarnos, y la mascarilla es ideal para ser usada como símbolo visible de su aberrante dominio.

Bueno sería para este arrogante Estado vasallo que se acordara de la historia de Espartaco, esclavo y gladiador que se rebelo contra el poderosísimo Imperio Romano y que si bien, tras varios años de guerra, fue finalmente derrotado, desató una crisis que dejó sensiblemente tocada a la hasta entonces invencible Roma.

Como perros nos tratan y nos han tratado. Primero con la correa atada en corto. Ahora sueltan un poco la correa pero nos ponen el bozal.

Los perros, por perros, no pueden evitar el bozal, pero nosotros no somos perros.

Y como Espartaco, tal vez algún día colmen nuestra paciencia y no sea “vale” sino “basta” lo que brote de nuestras gargantas. Y tal vez su ultrajante e inmisericorde comportamiento sea convenientemente castigado.