Y una tiranía oligárquica de tal calibre sólo es posible
implantarla mediante la mentira y el miedo. Nada como un misterioso virus
mortal, de dudosa procedencia y cuyas características parecen envueltas en una
constante indefinición, para favorecer tan inmoral propósito.
Conseguir inocular al pueblo el veneno del miedo en dosis
tan generosa que le impida darse cuenta de su evidente y paulatina esclavización,
la pérdida de libertades lo es, es el planteamiento estratégico.
La mentira, es el medio.
Más que la previsible sinvergonzonería servil de un Gobierno
únicamente interesado en disfrutar de las prebendas propias de su ventajosa
posición, lo que realmente me preocupa, y mucho, es la facilidad con la que el
pueblo, aterrorizado, renuncia a su libertad y se conduce mansamente hacia el
sacrificio sin ni siquiera sospecharlo y, consecuentemente, sin plantearse una
legítima reacción.
El Gobierno, el Estado, es astuto, a pesar de su iniquidad.
Una cosa no quita la otra.
Mentiras monumentales y constantes, a pesar de frecuentes
contradicciones fruto de la prepotencia y la seguridad que el aborregamiento de
las masas le proporciona, hacen que el Estado, sirviéndose para ello de los
medios de comunicación, consiga crear tan irracional estado de pánico que la
implantación de sucesivas medidas, absurdas la mayor parte de las veces y encaminadas
a restringir cada vez más las libertades de las personas, no solo pasan
desapercibidas, sino que son apoyadas por hordas de simples y aterrorizados
ciudadanos. Ya lo dijo G.B. Shaw “Hay personas que preferirían morir antes que
pensar. Son las víctimas de la estupidez humana”.
Las mascarillas que antes no eran necesarias, la mejor
prevención es mantener la “distancia social” nos decían, ahora pasan a ser
obligatorias en muchos más escenarios de los hasta ahora contemplados, supeditando
además su uso, en otros, a la posibilidad, o imposibilidad, de mantener la
dichosa distancia social que ha pasado, por otro lado, del metro inicial a los
dos metros actuales. La Stasi visilleril ya tiene otro motivo para perseguir y someter,
si pueden, a linchamiento social a los que no sean precisos en la medición de
la distancia normativamente establecida.
Los guantes, antes aconsejables, ahora ya no lo son por
resultar un peligroso foco de infección.
Las mascarillas quirúrgicas que antes sólo protegían del
contagio en una dirección, de infectado a sano, ahora ya no, ahora
milagrosamente protegen de forma integral, milagro que se ha hecho público
inmediatamente después de que en Madrid se hayan repartido mascarillas que, de
todos es sabido, ofrecen un nivel de protección más alto, pero que las fuerzas
gubernamentales se han apresurado a calificar de poco aconsejables para su uso
por la población en general. La sobreprotección no parece favorecer los
intereses del Estado. Y este rocambolesco giro no es una cuestión política. Es por
nuestro bien, faltaría más.
El maldito asintomático, ser potencialmente mortal que, sin
ser consciente de ello, pulula entre nosotros dispuesto a
matarnos en cualquier momento. Joder, hay algo más terrorífico que eso. Realidad
o ficción, las (des)informaciones no aclaran gran cosa al respecto.
El exuberante lenguaje pandémico, rebosante de eslóganes y
soflamas que transportan al pueblo a un estado de euforia alucinógena que
propicia su adhesión incondicional a la tan cómoda y socialmente aceptada
doctrina oficial.
Son una muestra, que para ello sirve un botón, de nuestro
día a día desde hace ya más de dos meses. Mentiras, contradicciones y el
omnipresente lenguaje del miedo.
Si alguna vez el pueblo despierta, descubrirá que lo que ha
experimentado es un “mal viaje” que le ha hecho abrazar los postulados de un Estado
Totalitario inmoral, catastrófico para todos en general y para las nuevas
generaciones en particular, a las habrá condenado a la esclavitud. Si alguna
vez el pueblo despierta, tal vez sea demasiado tarde. A este escenario futuro al
que una panda de canallas nos quiere llevar lo llaman la “Nueva normalidad”.
Tenemos una gestión
de la pandemia nefasta cuyas cifras, pese a la interpretación maniquea que de
ellas hace el Estado, son harto elocuentes. Y tenemos un confinamiento, que
incluye una desescalada por fases que más bien parece una broma de pésimo gusto
ideada por una mente perturbada, cuyas calamitosas consecuencias, cuando las
analicemos en perspectiva, superarán con creces los pocos beneficios, si es que
hay alguno, que de él se hayan podido derivar.
Tenemos, por otra parte, una economía irremisiblemente hundida
cuya consecuencia va a ser la materialización de una sociedad empobrecida hasta
tal punto que dependerá en gran medida de las limosnas del Estado. Nos tendrán,
pues, donde quieren. Comiendo de su mano. Nuestra pérdida de libertad será, si
queremos comer, un sacrificio que habrá que asumir. Culpa del coronavirus, como
todo. Muy oportuno.
El confinamiento, culminación de la Estrategia del Miedo y
demostración de la eficacia de la mentira y la manipulación como instrumento, ha
supuesto, de forma harto escandalosa y sorprendentemente rápida, la aplicación
despótica de unas medidas que restringen significativamente nuestros derechos y
libertades, eliminados de un plumazo sin aparente oposición. Encarcelados en
nuestras casas como si fuéramos vulgares delincuentes, cada día que pasa
aplastan más nuestras cabezas contra el barro para, a modo de experimento,
comprobar hasta donde somos capaces de aguantar. Parece como si nuestro país
hubiese sido elegido como prueba piloto para la implantación de un Estado
oligárquico y despótico basado en la mentira y el miedo y capaz de mantener bajo
control el peligro, al que ellos más temen, de una posible rebelión. Lo peor de
todo, ya lo he dicho antes pero quiero insistir en ello, es que cuentan con la
colaboración (todo régimen de este tipo necesita su legión de chivatos
colaboracionistas) de un puñado de descerebrados cobardes que piensan que el
culpable de la pandemia, y enemigo del Estado, es el vecino, sobre todo el
vecino que no comulga con su absurda y demencial fidelidad incondicional, que
no es otra cosa que incapacidad para pensar o cobardía para disentir.
Rebelión es la palabra más temida por los que ahora juegan
la baza del terror. Siempre existe la posibilidad de que una cuerda, al
tensarla, se rompa. Si esto ocurre, las consecuencias no son difíciles de
imaginar. Se les acaba el tiempo para rectificar. Avisados están. Invita la
casa.