martes, 19 de mayo de 2020

La estrategia del miedo

Gobiernos hay que parecen pretender la instauración de un totalitarismo de los chungos, no de los que están basados en el respeto a una autoridad cualificada, moralmente intachable y orientada al bienestar del pueblo, sino de los que carentes totalmente de escrúpulos esclavizan a su pueblo para favorecer los intereses de unos pocos y, de paso, de ellos mismos que, como perros obedientes que son, tienen derecho a su hueso.

Y una tiranía oligárquica de tal calibre sólo es posible implantarla mediante la mentira y el miedo. Nada como un misterioso virus mortal, de dudosa procedencia y cuyas características parecen envueltas en una constante indefinición, para favorecer tan inmoral propósito.

Conseguir inocular al pueblo el veneno del miedo en dosis tan generosa que le impida darse cuenta de su evidente y paulatina esclavización, la pérdida de libertades lo es, es el planteamiento estratégico.

La mentira, es el medio.

Más que la previsible sinvergonzonería servil de un Gobierno únicamente interesado en disfrutar de las prebendas propias de su ventajosa posición, lo que realmente me preocupa, y mucho, es la facilidad con la que el pueblo, aterrorizado, renuncia a su libertad y se conduce mansamente hacia el sacrificio sin ni siquiera sospecharlo y, consecuentemente, sin plantearse una legítima reacción.

El Gobierno, el Estado, es astuto, a pesar de su iniquidad. Una cosa no quita la otra.

Mentiras monumentales y constantes, a pesar de frecuentes contradicciones fruto de la prepotencia y la seguridad que el aborregamiento de las masas le proporciona, hacen que el Estado, sirviéndose para ello de los medios de comunicación, consiga crear tan irracional estado de pánico que la implantación de sucesivas medidas, absurdas la mayor parte de las veces y encaminadas a restringir cada vez más las libertades de las personas, no solo pasan desapercibidas, sino que son apoyadas por hordas de simples y aterrorizados ciudadanos. Ya lo dijo G.B. Shaw “Hay personas que preferirían morir antes que pensar. Son las víctimas de la estupidez humana”.

Las mascarillas que antes no eran necesarias, la mejor prevención es mantener la “distancia social” nos decían, ahora pasan a ser obligatorias en muchos más escenarios de los hasta ahora contemplados, supeditando además su uso, en otros, a la posibilidad, o imposibilidad, de mantener la dichosa distancia social que ha pasado, por otro lado, del metro inicial a los dos metros actuales. La Stasi visilleril ya tiene otro motivo para perseguir y someter, si pueden, a linchamiento social a los que no sean precisos en la medición de la distancia normativamente establecida.

Los guantes, antes aconsejables, ahora ya no lo son por resultar un peligroso foco de infección.

Las mascarillas quirúrgicas que antes sólo protegían del contagio en una dirección, de infectado a sano, ahora ya no, ahora milagrosamente protegen de forma integral, milagro que se ha hecho público inmediatamente después de que en Madrid se hayan repartido mascarillas que, de todos es sabido, ofrecen un nivel de protección más alto, pero que las fuerzas gubernamentales se han apresurado a calificar de poco aconsejables para su uso por la población en general. La sobreprotección no parece favorecer los intereses del Estado. Y este rocambolesco giro no es una cuestión política. Es por nuestro bien, faltaría más.

El maldito asintomático, ser potencialmente mortal que, sin ser consciente de ello, pulula entre nosotros dispuesto a matarnos en cualquier momento. Joder, hay algo más terrorífico que eso. Realidad o ficción, las (des)informaciones no aclaran gran cosa al respecto.

El exuberante lenguaje pandémico, rebosante de eslóganes y soflamas que transportan al pueblo a un estado de euforia alucinógena que propicia su adhesión incondicional a la tan cómoda y socialmente aceptada doctrina oficial.

Son una muestra, que para ello sirve un botón, de nuestro día a día desde hace ya más de dos meses. Mentiras, contradicciones y el omnipresente lenguaje del miedo.

Si alguna vez el pueblo despierta, descubrirá que lo que ha experimentado es un “mal viaje” que le ha hecho abrazar los postulados de un Estado Totalitario inmoral, catastrófico para todos en general y para las nuevas generaciones en particular, a las habrá condenado a la esclavitud. Si alguna vez el pueblo despierta, tal vez sea demasiado tarde. A este escenario futuro al que una panda de canallas nos quiere llevar lo llaman la “Nueva normalidad”.

Tenemos una gestión de la pandemia nefasta cuyas cifras, pese a la interpretación maniquea que de ellas hace el Estado, son harto elocuentes. Y tenemos un confinamiento, que incluye una desescalada por fases que más bien parece una broma de pésimo gusto ideada por una mente perturbada, cuyas calamitosas consecuencias, cuando las analicemos en perspectiva, superarán con creces los pocos beneficios, si es que hay alguno, que de él se hayan podido derivar.

Tenemos, por otra parte, una economía irremisiblemente hundida cuya consecuencia va a ser la materialización de una sociedad empobrecida hasta tal punto que dependerá en gran medida de las limosnas del Estado. Nos tendrán, pues, donde quieren. Comiendo de su mano. Nuestra pérdida de libertad será, si queremos comer, un sacrificio que habrá que asumir. Culpa del coronavirus, como todo. Muy oportuno.

El confinamiento, culminación de la Estrategia del Miedo y demostración de la eficacia de la mentira y la manipulación como instrumento, ha supuesto, de forma harto escandalosa y sorprendentemente rápida, la aplicación despótica de unas medidas que restringen significativamente nuestros derechos y libertades, eliminados de un plumazo sin aparente oposición. Encarcelados en nuestras casas como si fuéramos vulgares delincuentes, cada día que pasa aplastan más nuestras cabezas contra el barro para, a modo de experimento, comprobar hasta donde somos capaces de aguantar. Parece como si nuestro país hubiese sido elegido como prueba piloto para la implantación de un Estado oligárquico y despótico basado en la mentira y el miedo y capaz de mantener bajo control el peligro, al que ellos más temen, de una posible rebelión. Lo peor de todo, ya lo he dicho antes pero quiero insistir en ello, es que cuentan con la colaboración (todo régimen de este tipo necesita su legión de chivatos colaboracionistas) de un puñado de descerebrados cobardes que piensan que el culpable de la pandemia, y enemigo del Estado, es el vecino, sobre todo el vecino que no comulga con su absurda y demencial fidelidad incondicional, que no es otra cosa que incapacidad para pensar o cobardía para disentir.

Rebelión es la palabra más temida por los que ahora juegan la baza del terror. Siempre existe la posibilidad de que una cuerda, al tensarla, se rompa. Si esto ocurre, las consecuencias no son difíciles de imaginar. Se les acaba el tiempo para rectificar. Avisados están. Invita la casa.

jueves, 14 de mayo de 2020

Bananas

En una memorable escena de la película satírica “Bananas” escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen, el recién autoproclamado presidente de San Marcos, pequeño -y por supuesto ficticio- país de Sudamérica donde se desarrolla la acción, se dirige por primera vez a su pueblo en los siguientes términos:

“Escuchadme. Soy vuestro nuevo Presidente. A partir de hoy el idioma oficial de San Marcos será el sueco. ¡Silencio!. Además de eso, todos los ciudadanos de San Marcos deberán cambiarse la ropa interior cada hora y media. La ropa interior deberá llevarse por fuera, para que podamos comprobarlo. Además, todos los niños menores de 16 años, tendrán ahora 16 años”.

Últimamente me acuerdo muchas veces de esta escena. Digo yo que será porque parodiando la irracionalidad del poder mediante un sarcástico, genial y surrealista discurso, Allen pone el acento en lo alejadas que suelen estar del pueblo las arbitrarias medidas que el Estado dispone en muchas más ocasiones de las que creemos posibles.

Porque el Estado, dando la espalda a su pueblo aunque bien que sabe disimularlo, aplica leyes, medidas, normativas, disposiciones, etc., etc. que pocas veces dejan contento a alguien que no sea él mismo. Y la explicación nos la brinda el hecho de que su servidumbre le impide aplicar el sentido común.

De esta y no de otra manera se explican algunas de las medidas que se están tomando durante la gestión del confinamiento y la “desescalada” sobrevenidos por la propagación pandémica del ya tristemente famoso Covid-19.

De la aplicación de las medidas dispuestas hasta la fecha se deriva una situación que me gustaría analizar, porque hace que me hierva la sangre de indignación, por lo gratuita, castrante y discriminatoria que resulta.

Esta no es otra que la aplicación de las restricciones en la movilidad de las personas, tanto a nivel geográfico como temporal.

Y me centro en la llamada fase I, que supone cambios en las restricciones a dicha movilidad, cambios que resultan tan alejados del sentido común que suponen, de hecho, una afrenta para un elevadísimo número de ciudadanos que, por otra parte, han mostrado un comportamiento ejemplar en las semanas, muchas ya, que llevamos confinados.

En esta nueva fase, de la que personalmente todavía no disfruto, se permite la movilidad a las personas dentro de los límites de la provincia en la que residen y sin limitación temporal alguna para realizar algunas actividades, de entre las que el “ir de bares” es la más comentada por su evidente popularidad.

Si puedo, pues, ir de bares, con grupos de hasta 10 personas además, a cualquier lugar dentro de mi provincia y a cualquier hora, me gustaría saber cuál es el argumento “bananero” de nuestras autoridades para mantener la prohibición de desplazarse a cualquier lugar de la provincia y a cualquier hora para pasear o hacer deporte (senderismo por la montaña o salir con la bicicleta de montaña, por ejemplo y porque es lo que más de cerca me toca), teniendo además en cuenta que estas actividades se hacen en muchas ocasiones en solitario o en grupos reducidos.

No puedo entenderlo, sinceramente. No entiendo porque soy más peligroso andando por la montaña que sentado en la terraza de un bar.

Abran los bares, de acuerdo, pero abran también otras posibilidades.

Ya no es cuestión de afinidades políticas.

Esto nos perjudica a todos y discrimina a muchos. Sin sentido, sin razón, sin lógica alguna.

Es una cuestión de sentido común.

Deberíamos reivindicarlo.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Más papistas que el Papa

No hace mucho tiempo cuando se comentaban ciertos acontecimientos históricos relacionados con comportamientos gregarios e irracionales, la reacción de una gran parte de la sociedad solía ser de incredulidad y rechazo.

La caza de brujas en la puritana sociedad de Nueva Inglaterra, los autos de fe en la España inquisitorial o los linchamientos en el salvaje oeste norteamericano, entre otros,  suscitaban en nosotros el asombro por las consecuencias que comportamientos basados en el fanatismo y la incultura podían llegar a tener.

Pues siento tener que decir que no hace falta irse tan lejos para comprobar que esa forma de actuar fanática, irreflexiva y gregaria está, aquí y ahora, fuertemente arraigada en el alma de las masas.

“Más papistas que el Papa” reza el dicho popular para calificar a aquellos que gustan de llevar las normas a un nivel de restricción mayor que el dispuesto por las autoridades.

Personas inseguras, mediocres y mezquinas sólo se encuentran a gusto entre personas inseguras, mediocres y mezquinas. De ahí su comportamiento despótico y cruel hacia el que piensa o actúa diferente. O estás conmigo o estás contra mí.

Y lo peor es que su postura se basa en la incultura y el miedo. Leyendas urbanas y creencias abrazadas porque así lo hace la mayoría, llevan a estas gentes a ser despreciables tiranos insensibles dispuestos a ajusticiar al que ose nadar contracorriente, aunque la ley permita esa manera de nadar.

Y el Estado, que tonto no es, aprovecha esta circunstancia para usar a estas idiotizadas gentes para que sean las ejecutoras de aquellas medidas represivas que él, tal vez, gustosamente aplicaría, pero que de hacerlo podría suponer una merma en su popularidad.

Por eso esta gentuza se dedica a estigmatizar a los que, cumpliendo escrupulosamente las leyes, no se comportan como ellos creen que deberían comportarse.

Menos mal que todavía no les dejan, ni se atreven, a ejecutar la sentencia, su sentencia. De no ser así, muchos habríamos sido ya fusilados, ahorcados, guillotinados o quemados en la hoguera.

Y todo por salir a la calle sin ponernos la puñetera mascarilla.

viernes, 8 de mayo de 2020

Adoctrinamiento

Si hay algo que esta pandemia nos está mostrando es la intolerancia, el fanatismo diría yo, de una parte significativa de la población.

Porque no contentos con defender sus postulados y su apoyo incondicional al Gobierno de nuestra nación, intentan adoctrinar a los que, rebeldes ellos, se resisten a comulgar con la doctrina oficial. Y lo hacen, sin ponerse límite alguno, seguros de que el estar del lado del poder les da vía libre para pisotear sin miramiento a los que osan aventurar una opinión distinta a la que ellos han abrazado.

Empiezo a estar algo cansado de adeptos al régimen que, como si de comisarios políticos se tratara, tienen la desfachatez de ocupar espacios privados para intentar adoctrinar a las masas.

Me estoy refiriendo a aquellos que, además de repetir como loros las consignas del Gobierno en sus perfiles de las omnipresentes redes sociales, se permiten el lujo de, mediante comentarios más o menos velados, intentar, en perfiles ajenos, imponer su doctrina.

Pues bien, señoras y señores, que sepáis que es prepotente y de una pésima educación aprovechar entradas en perfiles de redes sociales que no son vuestros para con vuestros comentarios intentar adoctrinar y llevar al, según vosotros, camino correcto al disidente en cuestión.

Parece que en esta especie de locura vírica se os haya ido la olla. Parece que habéis olvidado que no todo el mundo está obligado a pensar como vosotros. Parece que sólo pueden ser vuestros amigos, o amiguetes, aquellos que piensen como vosotros.

Triste, muy triste, es que esto sea así. Que la amistad se base en la ideología clónica de quienes la comparten es patético. Los amigos, amiguetes si queréis, no pueden ser clónicos. Porque de ser así, dónde queda la tan reivindicada diversidad.

Señoras y señores con vocación de comisarios/as políticos/cas, usad vuestros propios perfiles para difundir vuestras ideas y absteneros de comentar opiniones ajenas con espíritu adoctrinador. Valorad las virtudes de vuestros amigos/amiguetes por encima de su forma de pensar. Y, sobre todo, respetad sus opiniones, si queréis que sean respetadas las vuestras.

El perfil en redes sociales (Instagram, Facebook, blogs, etc.) es un ámbito privado que se debe respetar. Cada uno en su perfil es libre de expresar las opiniones que crea convenientes y nadie, repito, nadie, está facultado para emponzoñarlas mediante mensajes supuestamente ejemplarizantes, pero al fin y al cabo partidistas y doctrinales.

Respeta si quieres ser respetado. Es la clave. Jamás he mostrado mi disconformidad, o indignación, con una entrada, sea en la red social que sea, que me haya provocado dichos sentimientos. Porque siempre queda la opción de no leer, de no seguir, de ignorar. Si os resulto incómodo, hacerlo conmigo. Pero no me faltéis al respeto con consignas y soflamas. Eso sí que es insultante. Y no os lo voy a permitir.

Si lo entendéis, buenos momentos, a pesar de las diferencias, nos esperan en un futuro próximo. Si no es así, candidato al gulag me temo que soy.

jueves, 7 de mayo de 2020

De gobernantes y opositores

No puedo decir que me sorprenda el hecho de que ayer se haya aprobado en el Congreso la cuarta prórroga del Estado de Alarma, vigente en España desde hace mucho más tiempo del deseable y cuyo teórico objetivo es el de frenar la pandemia causada por el Covid-19.

Y no me sorprende porque tanto los partidos hoy en el Gobierno como los que se sitúan en la “oposición” se encuentran cómodamente instalados dentro del Sistema.

Desde que las autodenominadas “democracias parlamentarias” se hicieron con el poder en una gran parte del mundo occidental ,- y no precisamente por haber sido elegidas sino como consecuencia de actos de fuerza o aprovechando situaciones coyunturales favorables-, han impuesto el costoso juego de los partidos, de forma que una minoría adinerada maneja los resortes de la maquinaria del Estado, controlando los medios de comunicación de masas en régimen de virtual monopolio, lo que resulta decisivo a la hora de determinar que partido o partidos van a ser los detentores del poder durante el tiempo que en cada momento resulte conveniente.

Y su legitimación viene a estar fundamentada en la “soberanía popular”, espejismo sustentado en una falsa premisa, toda vez que el pueblo no ha elegido el Sistema -sepa el querido lector que existen otros como el monárquico, el absolutista, el teocrático, el comunista o el fascista, sólo por citar algunos ejemplos- bajo el que quiere ser gobernado y, por tanto, no es soberano.

Lo que sí dejan elegir al pueblo es a los que habrán de ser sus representantes durante un tiempo determinado, la legislatura, siempre y cuando los candidatos acepten como bueno el Sistema imperante y todo ello bajo la ya descrita manipulación mediática que decide de hecho, y de antemano, el resultado de la votación.

Y como quién paga manda, los políticos elegidos deberán devolver el favor a esa minoría que les ha encumbrado, para cuyos intereses gobernarán.

Y la oposición, haciendo su papel de perro ladrador y poco mordedor. Porque no olvidemos que más temprano que tarde pasarán ellos a ostentar el poder, el teórico, sirviendo a los mismos intereses y merced a otro truco de magia llamado “alternancia del poder”, pensado para crear al pueblo la sensación de que decide su destino y de que su voto tiene verdadera trascendencia. Papel mojado es lo que es. Los políticos inmersos en el juego de este corrupto Sistema nunca podrán oponer resistencia real a quién dictamina desde la sombra. Su capacidad de maniobra se verá reducida a pequeños gestos ideológicos de escasa eficacia. Y por eso estaba seguro de que la prórroga, más allá de ladridos de cara a la galería, nos la endilgaban, sí o sí.

Oposición real sería la de algún político o partido que de forma milagrosa llegara a ser, con el respaldo popular, lo suficientemente fuerte para cuestionar al Sistema y proponer uno alternativo. Si esto pasara se vería inmediatamente acusado de no respetar ni las “leyes” ni “las reglas del juego democrático”, esas reglas que ellos crearon a su medida para salvaguardar un Sistema no elegido, recordemos, por el pueblo. De esta forma, tras virulenta campaña, el opositor sería desprestigiado y eliminado o, en su caso, convenientemente fagocitado.

martes, 5 de mayo de 2020

De expertos e incondicionales

El Comité de Expertos ha llegado a la conclusión, y así se lo ha comunicado al Gobierno para que proceda a su imposición, que lo mejor para evitar un retroceso en la evolución de la pandemia es dejar salir a solazarse a los sufridos ciudadanos, eso sí, en determinadas franjas horarias (yo sospecho que su recomendación habrá sido mantener el confinamiento “per saecula saeculorum”, si bien el temor a que un incipiente sentimiento de rebelión anide en las masas ha frenado la arrogancia del Estado, forzándole, muy a su pesar, a hacer concesiones).

Lo de los expertos, visto lo visto, discutible sí que es. Concentrar al grueso de la población en las calles durante unas franjas horarias determinadas no deja de ser concentrar al grueso de la población, que Perogrullo me perdone. Concentración y distancia social no parecen compatibles.

Tal vez liberalizar las salidas, lo que en la práctica supone espaciarlas, suavizaría el problema.

Recular no parece que vayan a recular. Eso sí, ya tienen a sus esbirros de los medios de comunicación en plena campaña virulenta contra los cientos de irresponsables que se saltan el confinamiento, cargando incluso contra las personas que se concentran a las mismas horas y en los mismos lugares a hacer deporte o a pasear, dificultando la observancia de la necesaria “distancia social”.

¿Pero en serio pensaban que la gente no iba a salir a la misma hora, la más favorable de entre las impuestas, y a los mismos lugares, los más apetecibles para paseos y actividades deportivas?

Expertos en sentido común no parecen ser. El apoyo de muchos, aun así, lo siguen teniendo.

Ejemplo, el de una tertuliana de un vomitivo programa de televisión que poco más o menos ha venido a decir que los españoles no somos tan disciplinados como los nórdicos y que, consecuentemente, la solución es encerrarnos y tirar la llave.

Hagamos una reflexión. La existencia de pirómanos que verano tras verano queman nuestros montes ¿justificaría prohibir transitar por ellos? ¿O lo justo sería perseguir a esos indeseables, detenerlos e imponerles penas proporcionales a los daños, materiales y personales, que con sus actos provocan?

Aplíquese la respuesta a la gestión de la pandemia.

Es llamativo como las gentes llamadas de “izquierdas”, según la desfasada y simplista nomenclatura política al uso, han pasado de creer ser defensores a ultranza de las libertades individuales a ser ciegos seguidores de un Gobierno que ha decretado un Estado de Alarma, con sucesivas y parece que interminables prórrogas, que condiciona el ejercicio de algunas de ellas. Y todo por la ingenua creencia de que le deben al Gobierno, cuyos dirigentes dicen ser de su cuerda, una fidelidad sin fisuras, una fidelidad que no permite cuestionar decisión alguna, aunque ello suponga renunciar a unos principios que durante mucho tiempo han dicho defender. Que tiempos aquellos en los que corrían delante de los grises. Ahora, ¡Hasta aplauden a la policía!

Entiendo la dificultad de ser coherente. Entiendo el reparo en ser autocrítico. Pero no olvidéis que no os debéis al aparato del Estado ni al Gobierno que dice representaros, ni penséis que con ello beneficiáis al adversario político, mismo perro con distinto collar, cuyos ciclos, alternancia de poder de por medio, escapan a vuestro control. A quién os debéis, es al pueblo.

Incondicional es la palabra clave. Cuando uno se la aplica, se aleja de la ética y, sobre todo, se aleja de la Justicia.

Unamuno ya lo demostró. Se puede uno enfrentar a la Monarquía, a la República y al incipiente Franquismo y ser coherente. Coherente con la búsqueda de la Justicia, que él no encontró y que sigue siendo, desafortunadamente, tan difícil de encontrar.

Yo seguiré, como Unamuno, buscando una sociedad justa y despotricaré, como llevo haciendo toda mi vida, contra sistemas y políticos, sean del signo que sean, que impidan su consecución.