Es costumbre de gran parte de mis conciudadanos inmiscuirse
en la vida de los demás, sea o no de su incumbencia. Acostumbran a actuar como
juez y parte. Se atreven, haciendo gala de una enorme desvergüenza, a juzgar y
condenar decisiones y acciones que están muy lejos de su jurisdicción y que
pertenecen al ámbito privado de personas adultas que ejercen su derecho al
libre albedrío. Se crean expectativas de cómo los demás han de actuar y cuando
estas expectativas, como suele ser frecuente, no son satisfechas, arremeten
contra el que de esta forma, y según su limitada visión de la vida, les ha
ofendido en lo más hondo de sus convicciones, regalándole una buena dosis de
desprecio.
Pues señores, sepan que los despreciables son ustedes. Que
las decisiones de las personas adultas, si no van en contra de su seguridad, de
su dignidad y de su independencia, ni atentan contra las elementales normas de
convivencia que rigen en cualquier sociedad civilizada, han de ser respetadas
aún cuando no sean compartidas. Que lo contrario es una falta de respeto y que
los ofendidos no deben ser ustedes, sino los que han sufrido de su injerencia.
Que quién no respeta, nunca será respetado, y por tanto, ustedes actuando de
esta manera serán siempre despreciados y no se ganarán nunca el respeto que de
otra forma tal vez acreditarían.
Semidioses zafios, manipuladores e intolerantes que emponzoñan
toda relación, desde el mismo momento en que abren sus pestilentes bocas.
Más os valdría ocuparos de vuestras mediocres vidas, muy
necesitadas de valores que las hagan dignas de ser vividas. Ni coméis ni dejáis
comer. Probar a vivir y dejar vivir y tal vez os ganéis un sitio en el
Purgatorio, que en el Paraíso ya lo veo difícil.
Te regalo un jarrón y te digo dónde lo tienes que poner, te
invito a mi casa y te digo todo lo que tienes que hacer, te hago un favor y te
digo que favor quiero a cambio. Gentuza interesada.
Te digo lo que tienes que hacer, lo que tienes que decir,
cómo te tienes que comportar, a quién tienes que visitar, cuántas veces me
tienes que llamar. Gentuza entrometida y manipuladora.
Y si no les doy gusto, encima se cabrean conmigo e intentan
colgarme la etiqueta de desagradecido o de antisocial. Los regalos, las
invitaciones y los favores se han de hacer desinteresadamente. Se dan consejos,
no instrucciones. Y si no se siguen, pues a joderse, que para eso el que los
recibe tiene derecho a elegir.
No voy a pasar por el aro, como los leones amaestrados en la
arena del circo. No voy a ser como vosotros queréis que sea, sino como yo
decida ser. Muchos lo han intentado y han quedado en el camino. Mi
independencia y mi derecho a elegir están por encima de vuestra injerencia,
vuestra inquina y vuestra falta de respeto. Respeto, que al no respetarme,
automáticamente perdéis. Basta ya. Dedicar el tiempo a revolcaros en vuestra
propia mierda como los cerdos en la cochiquera que, dada vuestra catadura moral,
a buen seguro os bastará para ser felices, y así, de paso, nos dejáis un poco
tranquilos a los que queremos simplemente vivir.
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