Para comprender los derroteros por los que transita nuestra
sociedad, tenemos que comprender el comportamiento de la masa.
Definido magníficamente por nuestro ilustre compatriota
Ortega y Gasset, yo resumiría el comportamiento de sus integrantes con una
única y prosaica frase, ni comen ni dejan comer.
Porque de todos es sabido que son superiores en número, que
no en calidad. Consecuentemente, en un sistema como el que nos ha tocado vivir,
tienen las de ganar.
Y, no lo olvidemos, son mediocres. Mediocridad de la que
hacen gala en todos y cada uno de los escenarios en los que se mueven. Y como
son más, su mediocridad siempre se impone.
Carecen de la inquietud de mejorar y de superarse. Carecen
de gusto y, además, alardean de ello. Son egoístas, insolidarios, envidiosos y
mezquinos. Carecen de moral e ignoran lo que la ética significa.
Acomodaticios y vulgares, consideran la búsqueda de la
excelencia como una amenaza y a los que la practican, como enemigos a batir. Esta
es, de lejos, su característica más dañina. No sólo no aportan nada valioso,
sino que se dedican a impedir de forma muy activa que otros lo hagan. Boicotean
sistemáticamente cualquier intento de mejora en aquellos colectivos a los que
pertenecen o en aquellos ambientes por los que se mueven, en especial si ello
les va a suponer un esfuerzo, por pequeño que éste sea.
Son de los de “ande yo caliente, ríase la gente”, en lugar
del más generoso “antes el bien común que el bien individual”.
Son los culpables del estancamiento de sociedades y grupos.
Son la ponzoña que inmoviliza e impide avanzar. Son la Santa Inquisición de
nuestros días. Los que queman, sicológicamente, a los que no son como ellos.
Los que desaniman e impiden avanzar a la creatividad, al buen gusto y al
trabajo bien hecho. Son los que juzgan pero no quieren ser juzgados. Son los
que imponen su mediocridad, disfrazándola de libertad de elección. Son los que
no admiten críticas, porque caerían en el primer asalto. Son los derrotados que
quieren arrastrarnos en su caída.
Olvidan que los avances no se deben a personas como ellos,
sino a las personas a las que aspiran a destruir. En su ceguera, no alcanzan a
ver que la caída de éstas es su caída. Con su estupidez, desalientan a los que
por ellos quieren luchar.
La masa, en estado puro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario