miércoles, 11 de febrero de 2015

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La señora de las filloas y empanada en el segundo bar

Nadie puede poner en duda a estas alturas que el Camino es un verdadero filón para los lugareños que habitan sus márgenes. Miles y miles de peregrinos transitando por delante de sus casas y sus negocios son una muy evidente y potencial fuente de ingresos que hay que aprovechar. Sólo se trata de agudizar el ingenio para aligerar el peso de sus carteras.

Ya me avisó mi buen amigo Soco, peregrino antes que yo, que en una recóndita aldea cuya localización exacta no logro recordar, una anciana de venerable aspecto y aparente obsequiosidad, ofrecía a todos los peregrinos que transitaban por delante de su casa, un plato lleno a rebosar de apetitosas filloas. Lo hacía de tal forma que su ofrecimiento parecía producto de desinteresada generosidad hacia los sufridos caminantes. Nada más lejos de la realidad. Quién por incauto caía en la trampa y metía mano en el plato se encontraba, acto seguido, con el sablazo que, por lo que me han contado, no era moco de pavo. Yo la vi. Surgió de las sombras con el plato por delante y una actitud sumisa que, como ya iba sobre aviso, me recordó a la madrastra malvada de Blancanieves ofreciendo la manzana emponzoñada. Con un gesto de la mano rechacé su “invitación” y apretando el paso dejé atrás el escenario donde día tras día se representaba la misma escena, propia de novela picaresca, pero no por ello menos real.

En otra ocasión, mientras caminaba relajado y feliz por una zona boscosa fresca y muy agradable, pude ver a cierta distancia delante de mí a un anciano que caminaba en sentido contrario al del peregrinaje. Se acercaba, por tanto, a mí. Me resultó chocante su presencia, porque no creía estar cerca de población alguna. Más chocante aún fue que cuando llegaba a mi altura desvió su trayectoria para dirigirse directamente a mi flanco izquierdo donde, tras provocarme la tensión propia del desconocimiento de sus verdaderas intenciones, me susurró al oído la muy críptica frase “Empanada en el segundo bar” y siguió su camino sin detenerse. Sorprendido, tardé un tiempo en reaccionar. Tras analizar el episodio, concluí que debía tratarse de un anciano loco que se entretenía transitando a contracorriente el Camino y susurrando a los peregrinos frases sin sentido, como si de un código secreto se tratara. Marketing. Rudimentario, pero marketing. Eso es lo que era. Cuando tras un par de kilómetros llegué al pueblo, que sí había uno, pasé por delante de un primer bar y poco después llegué a las puertas de otro (el segundo bar) donde efectivamente tenían un cartel ofreciendo sus famosas empanadas. Como tenía una terraza agradable, me paré. Empanada no comí, no era hora, pero un café sí me tomé. No pude por menos que esbozar una sonrisa pensando en tan rocambolesca forma de promocionar el negocio. A la vez que publicitan sus empanadas mantienen al abuelo entretenido y en buena forma física. Optimización de recursos. En las escuelas de Marketing lo deberían contar.

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