miércoles, 29 de abril de 2020

Yo no he sido

Es Bart Simpson quién, en un episodio de la aclamada serie que protagoniza su singular familia, repite una y otra vez y a modo exculpatorio la frase “Yo no he sido”, pretendiendo de este modo salir indemne de sus barrabasadas. Y son tantas las veces en las que, a pesar de las evidencias, hace uso de tan útil coletilla, que termina provocando la hilaridad de sus vecinos.

Dila, dila, Bart, dicen. “Yo no he sido” dice Bart. Ja, ja, ja, ja, ja, … Con tan exiguo argumento hasta crean un programa de televisión para regocijo de todos. Hasta que esos mismos todos que un día le encumbraran se cansan de Bart y de su dichosa frasecita, condenándolo irremediablemente al ostracismo y haciendo que su otrora famosísimo “Yo no he sido” recupere su verdadero significado, que no es otro que el de ser una burda excusa para eludir responsabilidades.

Y a qué viene todo esto, os preguntaréis.

Pues viene a cuento de que variopintos personajes representando al Gobierno, o al Estado que tanto da, llevan semanas metidos en un pandémico “Yo no he sido” que a estas alturas provoca una cada vez más escasa comprensión, un cada vez mayor rechazo, y desde luego una nula hilaridad.

“La pandemia nos ha cogido a todos por sorpresa”, “No se ha reaccionado tarde, porque a todos los países les ha pasado prácticamente lo mismo” o “No se están haciendo test a todos porque es imposible”. Es el “Yo no he sido” versión “mal de muchos consuelo de tontos”, pero es que además es mentira, porque solo hay que consultar las cifras de afectados en los distintos países del mundo para darnos cuenta de que no todos lo han hecho igual de mal y de que no todos han realizado porcentualmente el mismo número de test a sus ciudadanos, pese al intento de falsear las cifras por parte de nuestros avispados representantes.

Si os dejo salir a pasear al perro y a comprar al super y no hay repunte, saldrán los niños. Si dejo salir a los niños y no hay repunte, dejaré salir a deportistas y paseantes. Si dejo salir a deportistas y paseantes y no hay repunte, os dejo visitar a familiares y amigos. Si os dejo …

Es decir, si tardo en salir será por culpa de los colectivos a los que han dejado salir antes que a mí, a los que tendré que odiar con todas mis fuerzas por haberse comportado de una forma egoísta e irresponsable, tal y como nos muestran a diario en los noticiarios televisivos, paradigma de la independencia y divulgadores de la verdad. Este sí que es un “Yo no he sido” en toda regla. Pase lo que pase la culpa será siempre de los ciudadanos. Divide y vencerás, se afana en conseguir la propaganda oficial. Y dada la proliferación de los popularmente llamados “policías del visillo”, a fe que lo están logrando.

Y lo del desconfinamiento progresivo y asimétrico ya es de traca. Como no nos hacen test no podemos saber si estamos infectados o no. Como no nos hacen test no pueden separar contagiados de sanos. Como no nos hacen test, nuestra libertad, aunque sea condicional,  depende de un pandemónium de fases de confinamiento, 0, 1, 2 y 3, diferentes para cada territorio y siempre bajo la atenta mirada del “Gran Hermano” que pudiendo recular cuando lo estime conveniente, puede llevar este sinsentido hasta el infinito y situar, de esta forma, nuestro gozo en un pozo. De lo que no depende, nuestra libertad, es de si estamos sanos o no.
   
Algunos, sin hacer nada,  parecemos más cerca de la perpetua que de la condicional.

Sí, ya lo sé, ellos no han sido.

domingo, 26 de abril de 2020

La alienación como antesala de un modelo de Estado

En estos días nuestras mentes bullen, unas más que otras, en busca de una explicación plausible al porqué de esta pandemia y al porqué de su nefasta gestión por parte de un número significativo de gobiernos de países pertenecientes al llamado primer mundo, verdaderos pilares de la economía mundial.

 Y las respuestas a las que individualmente llegaremos tendrán mucho que ver con la idiosincrasia del país en el que vivamos y con el grado de escepticismo con el que hayamos afrontado el adoctrinamiento político, social y económico al que llevamos siendo sometidos desde hace casi un siglo.

Los poco escépticos, las masas orteguianas, parecen manejar una sola ecuación, a saber, verdad oficial = verdad absoluta.

Los otros, pondrán en duda la verdad oficial e intentarán comprender el sentido y la finalidad del comportamiento de sus Estados.

Estos otros, al poner en duda la verdad oficial, no serán nunca cómodos para el Estado, siendo por ello discriminados, desacreditados y ninguneados, en el mejor de los casos. En el peor, encarcelados o eliminados. Porque tendrán más o menos razón, pero asegurar que carecen totalmente de ella supone perpetuar un modelo de Estado que, tal vez, está haciendo las cosas más mal que bien, digan lo que digan los poderosos medios de adoctrinamiento con los que cuenta y que, de nada sirve negarlo, moldean conciencias con la precisión de un cirujano experto y consiguen que la ingenuidad de las masas sea prácticamente impenetrable.
   
Ya en los años 20 del siglo XX, después del desastre que para Europa supuso la Gran Guerra y en base a su desarrollo y a sus consecuencias políticas y económicas, se empezó a cuestionar la teórica independencia de los Estados y su aparente orientación al bienestar de sus pueblos. Eran muchas las voces que afirmaban que los Estados servían a intereses, fundamentalmente económicos, que ejercían con mano de hierro el verdadero poder. Y nada más útil para ello, que la implantación de regímenes basados en la teórica “soberanía popular”, donde se le creaba al pueblo la ilusión de “gobernar” merced al ejercicio del “sufragio” que garantizaba una sana y deseable “alternancia en el poder”.

Mucho menos idílica y para nada inocente ha resultado ser la realidad, donde se encumbran o destituyen gobiernos a golpe de talonario, mediante la financiación de costosísimas campañas electorales que sólo los muy poderosos grupos económicos a cuyos intereses sirven pueden sostener. Y ya se sabe que quién paga, manda. Y si el dinero no fuera suficiente, cuentan, a su vez, con la inestimable, poderosísima y determinante ayuda de los medios de comunicación de masas, cuyo control también ejercen. Consecuentemente, salga quién salga elegido, el poder real estará siempre en las mismas manos, lo que convierte a estas “democracias” en monumentales mentiras.

Si este planteamiento es, aunque sólo sea en parte, cierto, el desarrollo de la historia desde principios del siglo XX se puede entender como una consecución de maniobras tendentes a destruir, en beneficio de unos pocos, los cimientos de toda civilización que amenace sus privilegios, todo ello apoyado en una labor constante e implacable de adoctrinamiento de las masas hasta conseguir, pirueta del destino, que este estado de cosas sea tomado por ellas como algo normal, legítimo, inevitable e incluso deseable. Es la antesala de la distopía.

Grandes escritores, grandes visionarios, han descrito a lo largo del siglo pasado lo que entendían sería la culminación, para nada deseable, de la alienación de las sociedades occidentales, a saber, el Estado distópico, conformado y afianzado de forma incruenta pero no por ello menos perniciosa. Estado que, bajo la afable apariencia de benefactor del pueblo, ejerce, no obstante, un férreo control sobre las masas, previamente aleccionadas e incapacitadas para disentir merced a una inmisericorde propaganda que anula su voluntad.

Visto lo visto, lo novelado y lo real parece, por momentos, confluir. El poder real cada vez se esconde menos y sus Estados vasallos son puestos en evidencia cada vez más. Un futuro Estado distópico parece, ahora más que nunca, posible.

Llegados a este punto, y recordando lo oportunas que guerras y epidemias han resultado ser a lo largo de la historia, cabe preguntarse si la cruel pandemia que estamos sufriendo no será la culminación, el acto final, de una representación que, aunque dilatada en el tiempo, ha sido concebida y programada con el propósito de posibilitar la instauración de un modelo de Estado totalitario y amoral que beneficie a unos pocos a costa del sometimiento de todos los demás.

Muchos son los rumores de la creación en laboratorio del tristemente famoso Covid-19, máxime cuando en los primeros días tras su aparición murió de forma muy oportuna, y por ello no poco sospechosa,  el Doctor Li Weinlang, una persona joven y sin patologías previas que fue de los primeros en alertar sobre la gravedad del virus y que de no haber fallecido es más que probable que hubiera facilitado información vital sobre esta cuestión.

Sea cual sea su origen y observando las torpes, tardías y negligentes políticas de contención llevadas a cabo por la mayoría de los Estados del mal llamado mundo libre, ya se pueden vislumbrar sus terribles consecuencias y se puede, por qué no, presumir su utilidad.

El virus ha matado y sigue matando a miles de personas, especialmente en el llamado primer mundo y muy especialmente en la población de mayor edad, lo que le convierte en un eficacísimo instrumento para reducir la población y rejuvenecerla, que para la reconstrucción hará falta mucha mano de obra joven, sana y, por supuesto, barata.

Es la civilización occidental la que, por su historia, su cultura y su desarrollo tecnológico, mayor resistencia teórica podría oponer a cualquier intento totalizador.  Y tal vez por ello la pandemia se ha cebado especialmente en ella.

Observamos, no obstante, que la respuesta por parte de los diferentes países ha sido desigual. Pensemos en la idiosincrasia de cada uno de ellos, muy ligada a la integridad moral de sus gobernantes y a su nivel de vasallaje, por un lado, y al nivel de adoctrinamiento y sumisión de sus ciudadanos, por otro, y tendremos la solución. Me viene al pelo una reflexión que leí en algún sitio y que, refiriéndose a los españoles, decía “No somos noruegos, pero ¿podemos permitirnos no serlo?”.

Podamos o no, lo cierto es que no lo somos y consecuencia de ello será nuestra fulminante caída. Con una estructura de Estado corrupta hasta los tuétanos, no parece haber problema alguno en seguir las directrices recibidas del poder real, aunque ello suponga la aniquilación física y mental del pueblo. Es en la Europa mediterránea, o tal vez en los EEUU, donde probablemente el Estado distópico, totalitario y amoral, se materializará en primer lugar. Con unos gobernantes miserables y fieles a su amo y un pueblo absolutamente idiotizado y sumiso, la batalla la tienen ganada.

La gestión de la pandemia parece ser un ensayo, un monumental simulacro de sometimiento del pueblo que, visto lo visto, estaría arrojando unos resultados que sus instigadores no hubieran imaginado ni en el mejor de sus sueños. La propagación de un virus, mortal, es la propagación del miedo, y el miedo es el instrumento ideal para la dominación.

La extensión de la pandemia y sus dramáticas consecuencias ha supuesto para el Estado un reforzamiento de su poder. De un plumazo, y merced al Estado de Alarma, ha restringido libertades y ha enmascarado su negligente inutilidad mediante una hábil maniobra de distracción consistente en culpabilizar a parte del pueblo de la propagación del virus. Y de propina, puñetazo en la mesa, avisa de que su poder es infinito e incuestionable ya que en cualquier momento futuro puede, recaída de por medio, volver a confinarnos. El miedo y la indefensión están servidos. Cogidos por los huevos nos tienen. La distopía, pues, ya está aquí.

 Y el pueblo, como siempre, a verlas venir. Le han endilgado una pandemia cuyo origen está en un virus de procedencia más que sospechosa y al que han permitido propagarse sin apenas control apelando a la excepcionalidad de la situación y a la imposibilidad de tener previstas medidas eficaces para su contención, y el pueblo, feliz. Feliz porque, propaganda a tope y efecto arrastre de por medio, acepta automáticamente lo que la mayoría piensa, que es lo que le han dicho que tiene que pensar, y se comporta como la mayoría lo hace, que es como le han dicho que se tiene que comportar, pensando que esa y no otra es la manera correcta de pensar y de actuar, sumándose a la manada de forma gregaria, acrítica y oportunista. La derrota, si nadie lo remedia, está servida.

Y por si a las masas les quedara una pizca de dignidad  y osaran poner en entredicho los designios de su poderoso Estado, éste parece empeñado en dilatar los efectos de la pandemia “ad infinitum” para que la crisis económica resultante tenga un efecto tan devastador, en especial para trabajadores, autónomos y pequeñas empresas, que la lucha por la supervivencia y la dependencia de paupérrimas ayudas estatales sean la única posibilidad de subsistencia para una gran parte de la población, lo que conllevará un retroceso social, cultural y laboral sin parangón en la historia reciente de la humanidad.

Ésta, y no otra, parece que será la que con enorme desvergüenza llaman la “nueva normalidad”. Nueva sí será. Deseable, en modo alguno. Una sociedad, apunta a que será, tiranizada por un Estado despótico y policial que salvaguardará los privilegios de unos pocos  a costa de someter a unas condiciones de semiesclavitud a otros muchos. Una sociedad reducida a dos clases. Un absolutismo ciego. Un nada para el pueblo, con el pueblo. Una indecencia.

Y el medioambiente, bien gracias. Se les estaba yendo de las manos. Curioso, para esto la pandemia también les ha ido bien. Pudientes y privilegiados podrán disfrutar de una Naturaleza mejorada. El resto, bastante tendrá con cubrir sus necesidades básicas, con sobrevivir.


lunes, 13 de abril de 2020

Chulos

“El Congreso aprobó el jueves por una mayoría aplastante la continuidad del estado de alarma en España hasta el 26 de abril. Mediado el debate, el presidente, Pedro Sánchez, confirmó que pedirá una nueva prórroga del mismo, que será la tercera, que presumiblemente extenderá el confinamiento hasta el 10 de mayo”  Diario El País, 10 de abril de 2020.

Esto lo hemos podido leer. La actitud, chulesca, con la que se nos dijo, la pudimos ver, que para eso está la caja tonta.

Si según la RAE, “chulo” es el que habla y obra con chulería y “chulería” es sinónimo de jactancia y de arrogancia, tal y como yo lo vi, la comunicación de la prórroga del estado de alarma y el adelanto de que no será la última es un acto de chulería. Jactancioso y arrogante.

Porque no es de recibo que según nos endilgan 15 días más de confinamiento, ya nos avisen de que vienen, sí o sí, otros 15. Sin condiciones, sin cesiones, sin aligerar ni un ápice las duras condiciones de tan cruel confinamiento, y haciendo gala de una chulería desmotivadora y fuera de lugar.

Chulos y prepotentes han sido todos los antecesores del Sr. Sánchez, llámense Rajoy, Zapatero, Aznar o González, sólo por citar algunos ejemplos, pero hasta ahora ninguno nos había encerrado en casa, por lo que cabía esperar algo más de empatía con el sufrimiento y la intolerable sensación de pérdida de libertad, y de dignidad, que ello supone.

Porque, tal vez sean imaginaciones mías pero más allá de tres o cuatro eslóganes ya demasiado manidos no apuntan solución esperanzadora alguna y más parece una carrera para salir airosos de la crisis que para solucionarla.

La mayoría aplastante que ha apoyado este acto de chulería no deja lugar a dudas sobre cuáles son las consignas políticas de nuestros amados congresistas, lleven el collar que lleven, pero lo cierto es que esperamos de ellos, como poco, que aprieten un poco a los responsables de sacarnos de este desaguisado y que, al menos, las sucesivas y parece que interminables prórrogas del estado de alarma no sean incondicionales.

Algunos queremos, necesitamos y exigimos que se relaje el confinamiento al menos un poquito. Que estos políticos chulescos nos demuestren confianza y respeto, lo mismo que nos piden ellos cuando concurren a las jodidas elecciones. Necesitamos, desde la responsabilidad, salir a pasear, a hacer deporte, a respirar … como terapia para no enloquecer, y lo necesitamos ya.

No más arrogancia en las prórrogas. No más actitudes despóticas en las comparecencias.

La repetición “ad nauseam”, en los medios de comunicación de masas, de “incuestionables” formas de proceder ni demuestra su validez, ni las hace especialmente deseables, máxime cuando se aplican con no poca arbitrariedad.

Aunque no lo creáis, señores representantes del Estado,  no todos comemos en vuestras manos. Muy confiados, sin embargo, estáis. De ahí el aire chulesco de vuestras comunicaciones.

No os creáis a salvo en vuestra atalaya. La culpable ineptitud y negligencia, salpicada de corrupción, de los sucesivos gobiernos “democráticos” que hemos sufrido en este país no os es ajena. Nadie ni nada es incuestionable e imprescindible. Cuidad, pues, de demostrarnos vuestra utilidad, si es que todavía os queda algo que demostrar.

jueves, 2 de abril de 2020

Pues ya no te ajunto

Hoy, nuestro queridísimo y admirado Ministro de Sanidad, ante una batería de preguntas relacionadas con su gestión de la crisis del dichoso coronavirus efectuadas por políticos poco afines, aunque igual de patéticos me temo, ha terminado respondiendo “Como es una semana muy dura, no voy a entrar en ningún tipo de reproches”, a lo que los interpelantes podrían haber respondido “Joooo, pues ya no te ajunto”.

Porque capotazo como el que ha dado no se puede permitir cuando hay encima de la mesa cientos de miles de damnificados, miles de muertos y millones de acojonados.

Pero claro, nada como la tranquilidad y la seguridad que le da el hecho de que los perros ladradores no son sino la otra cara de la misma moneda y, por tanto y a pesar de todo, le seguirán ajuntando cuando acabe todo esto y todos conserven íntegramente sus salarios, sus riquezas y sus privilegios.

Todo en medio de un panorama donde se cursan circulares a los hospitales para que dejen morir a los mayores de 80 años que no respondan adecuadamente al oxígeno, eso sí siempre bajo el criterio del médico, que así si alguien se tiene que comer el marrón que sea el ejecutor, nunca el instigador. Todo en medio de la compra de test que ofrecen una fiabilidad deplorable y de la escasez, ya sangrante, de respiradores y medios de protección. Todo en medio de ingresos selectivos en los hospitales y altas de pacientes potencialmente contagiosos. Todo, en fin, mostrando una lamentable incapacidad, voluntaria o negligente, para detectar y segregar a la población infectada como paso fundamental para superar la crisis, según ha reiterado en numerosas ocasiones la OMS y según dicta el sentido común, el menos común de los sentidos.

Porque no hay que ser muy lince para ver que la única solución que ofrece este deleznable Estado es la de confinarnos a perpetuidad. Cerrar la puerta y tirar la llave. Es el equivalente sanitario al “si necesito ingresos subo los impuestos” de toda economía estatal más que básica, submental.

Con “nos acercamos al pico” y “lo peor está por llegar” ya preparan al pueblo para la cadena perpetua. Frases recurrentes y machaconas que llenan nuestros noticiarios, no tan inocentemente como se pudiera pensar, e inducen a las masas a conclusiones del tipo “si lo peor está por llegar no pueden soltarnos tan pronto”, lo que supone la aceptación tácita de la perpetuación de esta indeseable situación.

Pues, señores, por mi parte no van a tener ni mi apoyo ni mi comprensión. Hagan su trabajo, háganlo bien y en plazo, y sólo así acreditarán algún atenuante a su negligente actuación que tantas y tantas vidas está costando.

Tal vez ha llegado la hora de empezar a exigir, más que a homenajear y a trivializar. Tiempo habrá para todo, pero lo primero es lo primero. Y lo primero es solucionar el problema. Exigir que se solucione el problema. Luego vendrán los homenajes a todos los que lo merezcan, que serán muchos, sanitarios o no. No permitamos que la gestión de la crisis sea un circo de tres pistas, donde por no saber a dónde mirar, perdemos de vista lo importante en aras de un entretenimiento improductivo y vacío. A pesar de la presión mediática tenemos que conseguir ver el bosque a través de los árboles.

Exigir una eficaz y rápida solución no es ser insolidario. Lo contrario tampoco, pero aunque no lo creáis no sirve para nada, o a lo peor sirve para enquistar la incompetencia y la deslealtad de un Estado para con su pueblo. No legitimando esta actuación honramos a nuestros muertos, víctimas irreparables de esta nefasta crisis cuyas consecuencias serán largo tiempo recordadas. Y no olvidéis que si lo peor está por venir, ni es culpa nuestra ni está en nuestras manos solucionarlo. El “Quédate en casa” no es suficiente. Y el Estado lo sabe.