lunes, 23 de enero de 2017

De las edades del hombre y de los sinsabores de la vida

¡Dios te guarde, mundo!, pues andando empós de ti la infancia se nos pasa en el olvido, la puericia en experiencias, la juventud en carreras, andadas y saltos por vallas y pasarelas, por caminos y veredas, por montes y valles, bosques y frondas, por agua y  mar, en la lluvia y en la nieve, en el frío y en el calor, en vientos y tempestades, la virilidad se pasa en extraer y fundir minerales, arrancando y labrando piedra, cavando y construyendo, plantando y arando, tejiendo y urdiendo pensamientos, dando consejos, en quejas de desvelos, comprando y vendiendo, discutiendo, altercando, peleando, mintiendo y engañando, la senectud suspirando y gimiendo, presa de la pereza y la flojedad, y no tiene, en suma, hasta la muerte más que fatigas y trabajos...

...¡Dios te guarde, mundo!, pues tu compañía es una carga para mí, la vida que nos otorgas es un miserable peregrinar; es inconstante, incierta, dura, ruda fugitiva e impura, poblada de miserias y equivocaciones, de ahí que deba ser llamada muerte mejor que vida. A cada instante morimos, debido a las múltiples causas de la inconstancia y las numerosas vías que conducen a la muerte. No te contentas con las amarguras y sinsabores que nos rodean sino que engañas a la mayoría de los hombres con tus adulaciones, hechizos y falsas promesas. Del cáliz de oro que portas en tu mano das a beber hiel y falsedad, y los tornas ciegos, sordos, locos e insensatos. ¡Ah!, dichosos aquellos que rehúsan tu compañía, desprecian tus momentáneos y pasajeros placeres, rechazan tu compañía para no perecer con tu astuto y pérfido impostor. Pues tú nos conviertes en abismo tenebroso, en reino miserable, en hijos de la ira, en carroña pestilente, en instrumento impuro de estercolero, en instrumento de descomposición repugnante y fétido; pues cuando nos has torturado por largo tiempo con adulaciones, caricias, consuelos, torturas, plagas, martirios y penas entregas el extenuado cuerpo a la tumba y colocas el alma en una incierta encrucijada. Pues aunque nada hay más cierto que la muerte, sin embargo, el hombre no sabe cuándo y dónde ha de morir y, lo que es más triste, dónde irá a parar su alma, ni que será de ella.

Fragmentos del capítulo XXIV del libro V del “Simplicius Simplicissimus” de H. J. Ch. Von Grimmelshausen, capítulo basado casi íntegramente en el capítulo XX del “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” de Antonio de Guevara.

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