viernes, 28 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Los necios

Es en extremo indignante sufrir a personas que antes, durante y después de la experiencia del Camino, se atreven a juzgar y a valorar si el número de kilómetros recorridos merece su aprobación o su desprecio.

Nadie que haya hecho el Camino y tenga dos dedos de frente osaría hacer comentarios que resten valor al esfuerzo que cualquier peregrino realiza para conseguir su propósito.

Se me abren las carnes cuando escucho a personas que no han dado un paso en su vida, juzgar insuficientes los kilómetros recorridos por este o aquel peregrino, al que desprecian por ello. Suelen ser puristas descerebrados e ignorantes a los que sólo les vale el Camino Francés, el único del que han oído hablar, y desde Roncesvalles. Son como inquisidores modernos que no dudarían en echar a la hoguera al que no haya completado la totalidad del trayecto. 

Peor son los que habiéndolo recorrido en un número determinado de kilómetros, desprecian a los que han cubierto menos distancia que ellos. El Camino para ellos es una competición. Se equivocan, y su necedad se lo impide ver.

Son tantos los momentos de esfuerzo y sufrimiento que un peregrino ha de soportar, que merece, al menos, respeto. Por tanto cuando encuentres a uno, amigo prepotente, necio, descerebrado y estúpido, abstente de hacer comentarios que minusvaloren su esfuerzo. De lo contrario, demostrarás lo despreciable que puedes llegar a ser, y eso no es nada bueno para tu imagen.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Tras la flecha amarilla

Sin duda es la más perseguida y buscada del Camino. Ella nos señala la dirección a seguir, aclara nuestras dudas, resuelve momentos de indecisión y, lo que es más importante, nos permite llegar a Santiago sin grandes sobresaltos.

Casi siempre está pintada con buen criterio por gentes de buena voluntad que no persiguen otra cosa que orientar al peregrino.

Sin embargo, otros se aprovechan de ella usándola como reclamo direccional que sirve a sus propios intereses. Dos experiencias que sufrí en mis propias carnes ilustran este proceder.

La primera en las proximidades de Villafranca del Bierzo, en una larguísima jornada que comencé en Molinaseca y que se torció tras parar a comer en Cacabelos. Es poco después de abandonar esta población donde un numeroso grupo de flechas amarillas pintadas en el asfalto orientaron mis pasos hacia un camino que, tras atravesar un bonito paisaje de viñedos, te deposita a los pies del albergue de Villafranca. Todo maravilloso, salvo por el hecho de que eran las dos de la tarde, con un sol de justicia y una calor demencial que hizo que se agotaran mis reservas de agua, lo que me puso en una situación comprometida. Pero, oh milagro, al poco de quedarme sin agua surge providencial una vivienda en cuyo garaje, convertido en bar, pude comprar agua a precio de oro y de la que di cuenta en un pispás. Grave error, porque como estaba extremadamente fría me provocó un infierno gástrico (una cagalera en toda regla) que me complicó el resto de la tarde, toda la noche y casi toda la jornada del día siguiente. Lo indignante del caso es que, mientras formalizaba mi inscripción en el albergue, donde conseguí la última cama disponible, la hospitalera me contó que la señalización hacia el desvío que tomé era ilegal, propiciado por las flechas amarillas pintadas por los abuelos del garaje-bar, que ya estaban denunciados por tal práctica. El desvío, me siguió informando, me supuso recorrer unos cinco kilómetros suplementarios. No pude por menos que rememorar el momento en el que me tomaba la maldita botella de agua helada, mientras oía al paisano que me la vendió quejarse amargamente del sacrificio extremo que le suponía tener el bar abierto todo el día, sirviendo a los peregrinos aún a costa de tener que levantarse de la mesa,-estaba comiendo en ese momento-. Casi me pongo a llorar ¡No te jodes!

La otra, en la jornada que me llevó de Triacastela a Sarria. Para cubrir esa jornada se presentaban dos alternativas, una más dura y montañosa por San Xil, y otra teóricamente más sencilla por Samos. Como la jornada anterior me había pasado factura en forma de lesión de rodilla, opté por la sencilla. Hasta Samos muy agradable, umbrías espectaculares, aproximación  con unas vistas estupendas y ya en la localidad, el aspecto exterior del Monasterio imponente y el desayuno con vistas al mismo y con el sol tempranero templando el cuerpo, delicioso. Me compro una rodillera en una farmacia para sujetar mi maltrecha rodilla y comienzo a andar por la carretera dirección a Sarria convencido de que me quedaba la parte más fácil de la jornada. La sorpresa llega en forma de señales oficiales donde la Diputación de Lugo indica una dirección para los ciclistas (por la carretera) y un desvío para los caminantes, desvío que, obediente que es uno, tomé sin resquemor alguno. Enorme error, ya que te internas en una serie de rutas de senderismo enlazadas que te hacen subir, bajar, volver a subir, volver a bajar, corredoira por aquí, corredoira por allá,  girar a la izquierda, a la derecha, de nuevo a la izquierda, dudar y, finalmente, acordarte no precisamente con cariño de los de la Diputación que decidieron señalizar el asunto. Si hubiera querido hacer senderismo, perfecto, pero si lo que quería era llegar pronto a mi destino por ir lesionado, no es de cajón que me endilguen unos cuantos kilómetros de más por caminos de cabras que terminaron por agravarme la lesión y de los que no estaba en condiciones de disfrutar. Que el desvío para caminantes se hubiera señalizado como una alternativa más interesante desde el punto de vista paisajístico, vale, pero que se indique como la ruta “normal” no es de cajón. Había que verme echando pestes a grito pelado mientras recorría esos caminos de Dios. Parecía un loco furioso y peligroso recién huido del manicomio. Tenía que exteriorizar mi indignación. Seguro que a más de uno le debían de estar pitando los oídos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - Fragancias

Dos olores recuerdo del Camino. Uno agradable. El otro, nauseabundo.

Del primero se disfruta, sobre todo, en las proximidades de Arzúa, ya bien adentrados en tierras gallegas. Se trata de un penetrante olor a eucalipto, más intenso en el frescor de las primeras horas del día, que, cual Vick Vaporub natural, te deja los conductos nasales limpios como la patena.

El segundo se sufre al acercarse a las explotaciones de ganado bovino, donde un intensísimo olor 
avinagrado penetra con fuerza en los conductos respiratorios obligándote a apretar el paso para salir cuanto antes de su área de influencia. Compadezco a los que trabajen o vivan en sus alrededores, aunque supongo que a fuerza de costumbre ya ni lo notarán.