Razonamiento que pretende legitimar un sentimiento, el miedo, en base a la libertad de elección que el individuo cree ejercer a la hora de tenerlo. Curioso, por tanto, que sus valedores consideren que el no tenerlo no es opción.
Lo que yo elijo, dicen, tengo la libertad de elegirlo. Lo que tú eliges, como no coincide con lo que yo he elegido, pues va a ser que no.
Doble error el de estos campeones del razonamiento inducido. Primero por no respetar la elección de los demás, aun siendo contraria a sus preferencias, lo que automáticamente y en justa reciprocidad convierte sus opiniones en poco o nada respetables. Segundo, por considerar que el miedo se elige, cuando hasta el más necio sabe que el miedo simplemente se tiene o no se tiene.
No queráis, pues, hacer de vuestro defecto, virtud.
La prudencia es virtud. El miedo, no.
Tan sencillo como eso. Tanto miedo y tan mal gestionado os hace, queridos amigos, vulnerables, inseguros, irracionales e infelices, lo que es digno de lástima. En otros muchos casos, y lo que es peor, os vuelve envidiosos, rencorosos, intransigentes, egoístas y profundamente injustos, tal y como al Estado le gusta. En este caso, la lástima está de más.
Coartadas mentales, inducidas por el todopoderoso Estado a través del terrorismo informativo y con la finalidad de fijar el punto de mira en el disidente, no les van a faltar a estos apóstatas del pensamiento independiente, de la lógica y del sentido común. Trajes a medida de las masas rendidas y cómplices, por acción u omisión, de la destrucción de nuestra civilización. Eslóganes que a modo de machacones mantras perforan sus cerebros, ya bastante mermados, y que no son más que estomagantes y nauseabundas excusas para defender el pensamiento único, ese que está a años luz de la libertad.
Observamos este proceder día tras día, cuando en los prostituidos noticiarios televisivos nos muestran una selección de individuos, llamativamente uniformes en su razonar, defendiendo confinamientos, mascarillas, toques de queda y cierres perimetrales hasta el infinito, tanto en lo restrictivo como en lo temporal, supongo que porque tendrán miedo. O porque tienen pocas luces. O porque defienden inconfesables intereses. O por todo a la vez.
Con decir la frasecita “El miedo es libre” asunto resuelto.
Pues dejarme deciros una cosita. Vuestro miedo no afecta única y exclusivamente a vuestras vidas, ya que es utilizado por las autoridades para restringir la libertad de todos, también de los que no lo tenemos, máxime cuando vuestro proceder avala la idea, hábilmente introducida por el Estado, de que el no tenerlo es característico de seres peligrosos y asociales responsables al cien por cien de la situación y para los que todo castigo es poco. Demostráis con ello muy poca inteligencia y una escasísima humanidad. No sois, siento decirlo, más que un puñado de ignorantes egoístas que queréis para los demás la misma vida infeliz y miserable que, por culpa del miedo, caracteriza vuestra existencia. En lugar de luchar por vencer al miedo, lo que activaría sentimientos de solidaridad y comprensión, pretendéis que todos lo sintamos, lo que nos provoca indignación. El mal de muchos, consuelo de tontos. Exactamente lo que quiere el Estado. Justamente contra lo que hay que luchar.
Por lo que a mí respecta, podéis seguir practicando esa fe ciega en un Estado que no os afloja la correa ni después de vacunaros, y siempre podréis, indefensos y asustados ante un hipotético relajo en las medidas “preventivas” impuestas, encerraros en vuestras casas o mantener vuestro rostro protegido con una mascarilla de por vida. La voluntariedad es lo que tiene, que os permite ser tremendamente restrictivos … con vosotros mismos, aunque tal vez así ya no os resulte tan estimulante.
Eso sí, a mí me dejáis en paz. Que mi vida, como es mía, la gestiono yo. Aunque esto, tal vez, tampoco os cause placer.
Recordad, en fin, que por mucho que repitáis la dichosa e inconsistente frasecita, el miedo no os hace libres sino esclavos. Podéis asumir dicha condición o luchar para cambiarla.