martes, 25 de agosto de 2015

La maldición de las visitas guiadas

Como si de una maldición bíblica se tratara, se está imponiendo la perniciosa moda de las visitas guiadas o, rizando el rizo, teatralizadas.

Que no digo que no tengan que existir ni que, a su manera, puedan resultar interesantes. Tampoco niego que sean, para algunos, hasta deseables. Lo que digo es que no pueden ser excluyentes.

Porque el problema surge cuando la única forma de visitar un monumento es la maldita visita guiada, eliminando totalmente la posibilidad de visitarlo por libre.

Y digo yo, por qué tengo que pagar más, por qué tengo que invertir más o menos tiempo en la visita, por qué tengo que estar rodeado de gente y seguir el recorrido previsto como si fuéramos ganado mientras abren y cierran puertas a nuestro paso (no quiero ni pensar que pasaría si a alguien le da un apretón),  por qué tengo que aguantar durante todo el recorrido la estrecha vigilancia del segurata de turno que nos acosa como si fuéramos delincuentes, por qué tengo que soportar impertinencias del tipo “no tenemos todo el día” o “tenemos que darnos prisa en acabar” pronunciadas sin ningún pudor por el guía asignado. Y si hablamos de fotos y llevas una cámara “gorda” ni te cuento. Ya no es que seas un potencial delincuente, es que eres el enemigo público número uno y la mirada del de seguridad, clavada en ti, te incomodará durante todo el recorrido.

En fin, que digo yo que con una pequeña guía o folleto explicativo somos capaces de visitar libremente el monumento en cuestión. Que la mayor parte de nosotros somos respetuosos con las obras de arte que estamos contemplando, y si hay algunos que no lo son caiga sobre ellos todo el peso de la ley. Que si voy por libre, yo decido, no el guía, el tiempo que le dedico a cada sala, a cada obra de arte, a cada rincón. Que lo veo relajado, no azuzado. Que lo disfruto enormemente más.

Por favor, devuélvannos la libertad. Que me parece muy bien que haya visitas guiadas, para los que gusten de ellas, pero eso no puede significar la eliminación de las visitas por libre.

Barrunto motivos económicos. Aumentan los ingresos, ya que las visitas guiadas son más caras, las teatralizadas ni te cuento y además, haciendo gala de una sinvergonzonería sin límite se permiten mostrar más o menos dependencias en función del tipo de visita elegido, o lo que es lo mismo los pobres ven el exterior, la clase media algunas dependencias en visita guiada y los más pudientes todas las dependencias en visita teatralizada. Que fuerte. Por otro lado, disminuyen los gastos de personal porque siempre será mejor pagar el sueldo de un solo guía y  un solo vigilante de seguridad encargados de conducirnos dócilmente a lo largo del recorrido, que tener un empleado-vigilante  por sala.

Justos por pecadores. El tema de las fotos es otra cuestión. Prohibidas en cada vez más sitios y sin motivo aparente. Con flash, de acuerdo con la prohibición, pues es sabido que el destello daña las obras de arte. Sin flash, no. Es porque os apetece venderme vuestras fotos o porque es más fácil vigilar que nadie haga fotos que vigilar que nadie use el flash. Vuestro interés y vuestra comodidad me impiden llevarme imágenes que me permitan seguir disfrutando en el futuro de lo contemplado. Porque lo peor, es que en muchos casos ni me dejan hacer fotos ni se toman la molestia de reproducir decentemente las obras más significativas para venderlas en la tienda a un precio razonable, con lo que ni comen ni dejan comer.

En fin, el egoísmo, el sinsentido y la sinrazón dominan el mundo de las visitas culturales.

Al menos que quede constancia de mi oposición a tan despreciable conducta.   

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