Como si de una maldición bíblica se tratara, se está
imponiendo la perniciosa moda de las visitas guiadas o, rizando el rizo,
teatralizadas.
Que no digo que no tengan que existir ni que, a su manera,
puedan resultar interesantes. Tampoco niego que sean, para algunos, hasta
deseables. Lo que digo es que no pueden ser excluyentes.
Porque el problema surge cuando la única forma de visitar un
monumento es la maldita visita guiada, eliminando totalmente la posibilidad de visitarlo
por libre.
Y digo yo, por qué tengo que pagar más, por qué tengo que
invertir más o menos tiempo en la visita, por qué tengo que estar rodeado de
gente y seguir el recorrido previsto como si fuéramos ganado mientras abren y
cierran puertas a nuestro paso (no quiero ni pensar que pasaría si a alguien le
da un apretón), por qué tengo que
aguantar durante todo el recorrido la estrecha vigilancia del segurata de turno
que nos acosa como si fuéramos delincuentes, por qué tengo que soportar
impertinencias del tipo “no tenemos todo el día” o “tenemos que darnos prisa en
acabar” pronunciadas sin ningún pudor por el guía asignado. Y si hablamos de
fotos y llevas una cámara “gorda” ni te cuento. Ya no es que seas un potencial
delincuente, es que eres el enemigo público número uno y la mirada del de
seguridad, clavada en ti, te incomodará durante todo el recorrido.
En fin, que digo yo que con una pequeña guía o folleto
explicativo somos capaces de visitar libremente el monumento en cuestión. Que la
mayor parte de nosotros somos respetuosos con las obras de arte que estamos
contemplando, y si hay algunos que no lo son caiga sobre ellos todo el peso de
la ley. Que si voy por libre, yo decido, no el guía, el tiempo que le dedico a cada
sala, a cada obra de arte, a cada rincón. Que lo veo relajado, no azuzado. Que
lo disfruto enormemente más.
Por favor, devuélvannos la libertad. Que me parece muy bien
que haya visitas guiadas, para los que gusten de ellas, pero eso no puede
significar la eliminación de las visitas por libre.
Barrunto motivos económicos. Aumentan los ingresos, ya que las
visitas guiadas son más caras, las teatralizadas ni te cuento y además,
haciendo gala de una sinvergonzonería sin límite se permiten mostrar más o menos
dependencias en función del tipo de visita elegido, o lo que es lo mismo los
pobres ven el exterior, la clase media algunas dependencias en visita guiada y
los más pudientes todas las dependencias en visita teatralizada. Que fuerte. Por
otro lado, disminuyen los gastos de personal porque siempre será mejor pagar el
sueldo de un solo guía y un solo
vigilante de seguridad encargados de conducirnos dócilmente a lo largo del
recorrido, que tener un empleado-vigilante
por sala.
Justos por pecadores.
El tema de las fotos es otra cuestión. Prohibidas en cada vez más sitios y sin
motivo aparente. Con flash, de acuerdo con la prohibición, pues es sabido que
el destello daña las obras de arte. Sin flash, no. Es porque os apetece
venderme vuestras fotos o porque es más fácil vigilar que nadie haga fotos que
vigilar que nadie use el flash. Vuestro
interés y vuestra comodidad me impiden llevarme imágenes que me permitan seguir
disfrutando en el futuro de lo contemplado. Porque lo peor, es que en muchos
casos ni me dejan hacer fotos ni se toman la molestia de reproducir
decentemente las obras más significativas para venderlas en la tienda a un
precio razonable, con lo que ni comen ni dejan comer.
En fin, el egoísmo, el sinsentido y la sinrazón dominan el
mundo de las visitas culturales.
Al menos que quede constancia de mi oposición a tan
despreciable conducta.