martes, 16 de diciembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La etapa reina

Fue hace siglos, en unas vacaciones de Semana Santa que pasé junto con mi familia, cuando descubrí la belleza de los montes que se elevan en tierras maragatas y bercianas, y ese recuerdo, unido a mi afición al senderismo y a mi pasión por la montaña, fue determinante a la hora de decidir que el inicio de mi Camino sería en Astorga. De esta forma evitaba las, a priori, aburridas etapas llanas y me sumergía de lleno y desde el principio en terreno montañoso.

La segunda etapa, Rabanal del Camino–Molinaseca, atravesando los Montes de León y con vistas a los Montes Aquilianos, se presentaba, pues, como un verdadero goce para los sentidos, por lo que comencé a atacarla con enorme ilusión y determinación.

Lo cierto es que lo que prometía un goce paisajístico ilimitado se convirtió en un calvario de sufrimiento.

Para comenzar, una corta y agradable subida entre jirones de niebla mañanera que se disipaba perezosamente, me depósito a los pies de la Cruz de Hierro, monumento donde di cumplida cuenta del ritual que en él se lleva a cabo (alimentar con una piedra el montón existente, sin saber muy bien por qué, que por cumplir no quede y sea por si acaso). A lo mejor el que la piedra que lancé al montón se partiera en dos al caer quería significar algo, pero como no era cuestión de dejarse influenciar por malos augurios, inicié el larguísimo descenso hacia Molinaseca que, por sus características, presumo que a no pocos les habrá pasado factura. En mi caso, así fue. Por culpa de mi inexperiencia a la hora de ajustarme la mochila, mis hombros resultaron seriamente dañados, y por culpa de mi exceso de confianza a la hora de hacer un uso insuficiente de los bastones, mis rodillas también.

Cuando llegué al albergue sólo me quedaban fuerzas para tumbarme a descansar, y fue tal la progresión del dolor en los hombros que cuando decidí incorporarme fui totalmente incapaz de hacerlo. Para lograr levantarme no tuve más remedio que girar sobre mí mismo, con un movimiento similar al de las croquetas cuando son rebozadas, cayendo al suelo boca abajo, para desde esta posición poder realizar las maniobras necesarias para ponerme en pie sin morir en el intento. Menos mal que al no haber nadie cerca en ese momento y a que la litera asignada era la de abajo, pude salvar decorosamente la situación. No quiero ni pensar en lo que habría pasado de estar tumbado en la litera de arriba.

Una ducha y varias toneladas de crema antiinflamatoria me proporcionaron la fuerza necesaria para llegarme hasta una mesa de la terraza del albergue donde sentarme a escribir. Los dolores persistían, aunque con algo menos de intensidad. Fue en ese momento cuando recibí la llamada de Carmen, mi mujer, que no tardó ni dos segundos en percibir que algo no iba bien. Enterada de mis problemas físicos y dado que sólo era mi segundo día en el Camino, quedó sumida, como es lógico, en un estado de honda preocupación. Por lo que a mí respecta, abatido, desganado y dolorido, tuve que batallar contra funestos pensamientos que no auguraban un buen final para la aventura recién iniciada, máxime teniendo en cuenta lo mal que había empezado y lo mucho que quedaba por hacer.

Afortunadamente era una soleada y agradable tarde de primavera y los dolores iban disminuyendo progresivamente gracias al buen hacer de la crema antiinflamatoria. Me animé a dar un corto pero relajante paseo por las calles de Molinaseca, me tomé una refrescante cervecita y rematé en una acogedora terraza bañada por la luz del atardecer donde ataqué con apetito un par de huevos fritos con chorizo regados con una botellita de vino, mencía y del Bierzo por supuesto. De nuevo estaba mentalmente arriba, seguro de que conseguiría culminar mi aventura y pasando uno de esos momentos felices y extremadamente fugaces con los que la vida te regala de vez en cuando. Era el momento de llamar a Carmen. La conversación nos devolvió la confianza y la calma. Todo sería muy diferente a partir de ese momento. Los inicios siempre son difíciles, pero sabía que con la mentalidad adecuada no había reto que no pudiera superar.

Después de la cena, y antes de retirarme a descansar, pasé largo rato sentado en la terraza del albergue, bajo las estrellas y en compañía de un par de peregrinos hispanos y del hospitalero de turno, que se encargó de amenizarnos la velada con un monólogo en el que despotricó de los peregrinos galos. Individuos, decía, que esperaban de los albergues servicios similares a los ofrecidos por los hoteles, quejándose, frecuentemente y con acritud, cuando constataban que dicha esperanza nada tenía que ver, como es lógico, con la realidad. “Si no les gusta el albergue, pues que se vayan a un hotel, no te jodes” fue la frase, o alguna muy similar, con la que dio por finalizada su perorata.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Aventuras y desventuras de un peregrino dolorido - La mochila

Mi primera jornada me llevó hasta Rabanal del Camino, jornada fácil sobre el papel, de unos 20 km. y con un perfil básicamente llano. Pero no contaba con la mochila, la gran protagonista del día.

Durante la primera mitad de la jornada hizo notar sobre mis hombros su implacable presencia. Fue una lucha constante para conseguir unos ajustes que minimizaran su impacto. Menos mal que en unas 5 horas cubrí la etapa, lo que evitó, al menos ese día, que mi espalda terminara excesivamente maltrecha.

Cuando preparaba el Camino, leí numerosos artículos acerca de la mochila: sus características, su tamaño, su peso máximo recomendado, etc. Lo cierto es que tomas nota mental de todo ello, intentas comprar la mochila más adecuada de acuerdo a tu presupuesto y, finalmente, casi siempre la cargas más de lo recomendable. Ahora me doy cuenta de que esos 3 o 4 kilos de más, que parecen nada, significan mucho, y que con la debida experiencia se puede conseguir evitarlos. No es fácil sujetarse a la hora de echarle cosas a la mochila, pero cuando estas inmerso en el Camino, lo que darías por haber prescindido de algunas.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Historia de un parado - Las empresas de recolocación

Que maravilloso sería el Estado de Derecho si aparte de enumerar derechos los hiciera cumplir. Me encanta saber que según la Constitución tengo derecho al trabajo, pero más me encantaría tener uno. 

Como este nuestro querido Estado vive de las apariencias, tiene que dar la sensación de que realmente se preocupa por nosotros y de que hace todo lo posible por conseguirnos trabajo. Pues una de dos, o no hace nada o lo hace rematadamente mal.

No sólo no se genera empleo sino que desde el propio Estado se destruye. Caso del ERE que me ha tocado vivir en una Entidad financiera intervenida y por tanto bajo la tutela del Estado. Y como, habiéndome enviado a la calle, tiene que aparentar que se preocupa por buscarme un empleo, establece la obligación de facilitar a los afectados la tutela de una empresa de recolocación que consiga minimizar el impacto.

También sería maravilloso que la empresa de recolocación, recolocara, en lugar de dedicarse a repetirnos machaconamente lo mal que está la situación, lo difícil del mercado de trabajo y lo negro que lo tenemos para encontrar empleo.

Desde luego el apoyo sicológico que recibimos es más adecuado para empujarnos al suicidio que para cargarnos de optimismo. Claro que, bien pensado, a lo mejor es lo que se pretende. Muerto el perro se acabó la rabia. El suicidado descansa, la empresa de recolocación se quita un muerto, nunca mejor dicho, de encima, y el Estado resta uno de la lista de parados lo que contribuye a maquillar las estadísticas y alimentar su repugnante ego.

A lo que se dedica la empresa de recolocación es a cubrir el expediente. Se limita a dar una serie de consejos para buscar empleo, la mayor parte de los cuales se pueden encontrar fácilmente en Internet. Busca en la red  y nos envía ofertas de trabajo sin preocuparse de que se ajusten a nuestro perfil y a nuestra situación y, en la inmensa mayoría de los casos, con requisitos que ni cumplimos ni estamos en condiciones de cumplir a corto plazo. Las gestiones directas con empresas son muy escasas y con resultados, en mi caso, nulos. Todo esto para podernos  decir que lo han intentado y que no se puede hacer más por nosotros en un mercado laboral tan adverso. Como coartada está bien, pero a mí no me sirve.

Pueden hacer más, muchísimo más. Una empresa de recolocación que se precie debería ser capaz de encontrar trabajo a un elevado porcentaje de los trabajadores que se colocan bajo su tutela, sin dejarlo todo supeditado al éxito que éstos puedan tener gestionando directamente la búsqueda. Que cada uno de nosotros se va a dejar la piel buscando trabajo se da por supuesto y la duda, que la han manifestado, ofende. Una empresa de recolocación que se precie debería conocer al dedillo las características de todos y cada uno de los trabajadores tutelados, buscando y facilitando contactos con empresas que les necesiten, y no pretender que dichos trabajadores se ajusten a corto plazo a las exigencias predominantes en el mercado de trabajo, absurdas donde las haya.

Pongamos un ejemplo. Una empresa de servicios de jardinería aplica a sus trabajadores, algunos de los cuales llevan trabajando más de 30 años, un ERE. Hace 30 años para trabajar en una empresa de dichas características los requisitos a cumplir no eran demasiados ni, por supuesto, disparatados, por lo que tenemos trabajadores que se van al paro sin tener, pongo por caso, ni el Graduado Escolar, pero en cambio saben de jardinería lo que no está escrito. ¿Qué debería de hacer la empresa de recolocación? Pues buscarles empresas que necesiten jardineros experimentados, sin importarles la formación complementaria que puedan acreditar, formación que, por otra parte, no les va a ser de utilidad en su puesto de trabajo. Es decir, buscarles empresas que no apliquen los malditos y absurdos filtros de eliminación. Pero ¿qué es lo que realmente hacen?. Pues decirles a esos trabajadores que salvo que se pongan a estudiar como locos hasta que consigan tener una carrera, un par de masters, y dominen un mínimo de dos idiomas, no van a tener la más mínima oportunidad de encontrar trabajo y que, por supuesto, será culpa suya por no haber estudiado en su momento en lugar de trabajar desde tan jóvenes. No te jodes, si al final hasta habrá que pedir perdón por haber estado trabajando toda la puta vida. No conciben, estos señoritingos, que a lo mejor muchos de los que empezaron tan jóvenes era porque tenían que ayudar a sobrevivir a sus familias y no se podían permitir, ni por asomo, seguir estudiando

Pero eso sí, para aprovechar sinergias sí están espabilados, ya que ofrecen cursos de formación, de pago, a los pobres parados que caen en sus manos, que después de todo tienen indemnizaciones frescas de las que hay que intentar sacar tajada.

Lo peor de todo es que, como agentes dobles, juegan a dos bandos.  Además de empresa de recolocación, consultora. Además de, teóricamente, ayudarnos a encontrar empleo, hacen para las empresas el trabajo de eliminación de candidatos aplicando los malditos filtros que nos van a impedir encontrarlo (algunos, que no se dicen pero se aplican, como la edad y el sexo, claramente discriminatorios y que a muchos de nosotros nos dejan sin opciones). Si se trabaja para ambos bandos, la cuerda se romperá por la parte más débil y nosotros, los trabajadores, somos esa parte.

¿Éticamente correcto?. Que cada cual juzgue. Yo tengo clara mi opinión.

Señores de las empresas de recolocación, si los trabajadores colocados bajo vuestra tutela no encuentran trabajo, el fracaso es vuestro.

Señores que contratan a las empresas de recolocación, si no controláis el resultado final del trabajo realizado por éstas y os limitáis a cumplir con lo que os exige la ley, estaréis simplemente cubriendo el expediente, por tanto tener la decencia de no disfrazarlo de compromiso social. No cuela. 

Señores del Estado… Iba a escribir algo pero las arcadas me lo impiden hacer.