El último ejemplo nos lo brinda la furibunda, y para nada inocente, campaña publicitaria en pro de la vacunación contra la inefable Covid-19.
Sirviéndose, como siempre, de los medios de comunicación de masas, se anima a la ciudadanía a vacunarse con el objetivo, nos cuentan, de lograr una inmunidad de rebaño que dé por finalizada la ya tristemente famosa “pandemia”.
Consecuentes con su discurso, no es de extrañar esta forma de proceder. El problema, como siempre, es que van un paso más allá y aprovechan su privilegiada posición y sus malas artes para, usando tendenciosos eslóganes, acusar y desprestigiar a los que osen tomar la decisión contraria a la que ellos proponen, favoreciendo de este modo el que dichas personas sean sometidas por la mayoría a un inmisericorde juicio mediático, que las condena y, a falta de lapidación o destierro, las “marca” para su escarnio social.
Teniendo en cuenta que, para una parte cada vez mayor de la población, los consejos de las autoridades gozan a fecha de hoy de escasa credibilidad, fruto del errático proceder de estos esperpénticos gobernantes y su cohorte de “expertos”, es fácilmente entendible que surjan, legítimamente, mil y una dudas sobre la bondad de las vacunas propuestas.
Por eso, y partiendo de la base de que la vacunación es voluntaria, es una indecencia y una bajeza moral utilizar lemas del tipo “Protégete a ti, para proteger a los demás” o “Yo me vacuno seguro”, afirmaciones que, además de ser evidentemente falsas, provocan el enfrentamiento y la división social. De nuevo el divide y vencerás. Convierten, en fin, una decisión personal, libre y voluntaria en algo plausible o execrable dependiendo del signo de dicha elección, convirtiendo a los que optan por no vacunarse en blanco de las críticas, amenazas y burlas del resto, que además ve justificada su actuación por estar en el lado “bueno” de la cuestión, tal y como les hacen creer desde la arrolladora e implacable maquinaria del Estado, la misma que ha creado contra los disidentes, por insignificante que sea su disidencia, unos muy eficaces canales de acoso y descrédito a través de patrañas propagandísticas difundidas por los medios de comunicación y por las redes sociales.
Y cómo es esto posible, me pregunto. Porque no hay respeto, me respondo.
Que el Estado ni nos respeta ni nos sirve, me consta y cuento con ello. Que la mitad de la población no respeta a la otra mitad, me consta pero me duele.
La decisión de vacunarse es voluntaria, personal y afecta única y exclusivamente al que la toma. No voy a entrar a analizar en detalle cuáles son, desde mi punto de vista, los pros y los contras de la vacunación, porque no es esta la cuestión que ahora me ocupa. La cuestión es que cada uno tiene que ponderar los suyos y tomar una decisión que afectará, insisto en ello, única y exclusivamente a su vida.
Ateniéndonos a la versión oficial, el que se vacune quedará en gran media protegido contra la enfermedad pero a cambio correrá los riesgos asociados a los posibles efectos adversos a corto plazo, ya conocidos y entre los que se encuentra la muerte, y a medio y largo plazo, que lógicamente se desconocen. Por el contrario, los que no se vacunen no sufrirán los posibles efectos adversos asociados a la vacuna que les hubiera tocado en suerte, pero en cambio quedarán desprotegidos frente a un posible contagio de la enfermedad.
Por tanto, cabe concluir que si te vacunas te proteges a ti mismo, no a los demás; y si no te vacunas, tu eres quién queda expuesto, no los demás. Esto en Barrio Sésamo, salvo censura gubernamental, lo hubieran explicado así.
Y antes de continuar, permítaseme un inciso. Lo de “el beneficio es mucho mayor que el riesgo” no deja de ser una desvergonzada e inadmisible petición que nuestro lamentable Estado lanza alegremente a la población para que se juegue la vida a la “ruleta rusa”, lo que está muy bien para el que quiera jugar, pero en absoluto lo está para el que, no queriendo jugar, es empujado al sacrificio, como en ciertas culturas precolombinas, so pena de exclusión social.
Y todo esto nos conduce al ya tristemente famoso, por la amenaza de su inminente implantación, “Pasaporte Covid” o “Carnet de vacunación” o como se le quiera llamar. Un nuevo episodio liderado por los psicópatas, centrales y autonómicos, que nos gobiernan, y que además se disputan el dudoso honor, la vergüenza diría yo, de ver quién ha sido el primero en proponerlo.
Este “invento” no tiene otra función que la de segregar de forma clara y contundente a una parte de la población, curiosamente a esa parte de la población más crítica con las “recomendaciones” de las todopoderosas autoridades gubernamentales. El cómo lo harán, está por ver, pero no parece descabellado aventurar que posibilitará el negar o dificultar el acceso a determinados bienes y servicios a los no vacunados, lo que supondrá una discriminación en toda regla.
Lo curioso es constatar que esta forma de discriminación no parece escandalizar a las masas, lo que no deja de irritarme especialmente. Prueba de ello es observar como muchos de entre los que se rasgan las vestiduras cuando se discrimina por razón de sexo, raza, credo o condición sexual, comprenden y aplauden la inminente instauración de este documento, supongo que porque la propaganda oficial ha conseguido que piensen, absurdamente, que discriminar a personas que no tomen la decisión aconsejada por el Estado y adoptada por la mayoría, no es discriminar.
Pues eso, los vacunados tendrán un carnet VIP que les permitirá hacer cosas que otros no podrán. Y eso les mola. No lo pueden evitar porque toca esa fibra altanera y egoísta que muchos llevan dentro y que les hace olvidar conceptos como el respeto, la empatía o la solidaridad. Pensarán “A los que se discrimine y se arrincone por no tener el carnet, pues que les den, merecido lo tienen”, y lo harán sin pensar que tal vez en el futuro también ellos podrán ser discriminados si no cumplen con los requisitos, que hipotéticamente se puedan establecer, para renovar el dichoso carnet.
Un instrumento, en fin, que con el beneplácito de la mayoría ayudará a consolidar nuestra cada vez más evidente falta de libertad.
Y el Estado, una vez más, tremendamente eficaz. No obliga a vacunarse, pero estigmatiza y discrimina al que no lo hace, atizando a las masas contra él. Propio de uno de los ejecutivos más abyectos de los últimos tiempos. Creo que el Nobel de la Concordia no se lo deberían dar.