jueves, 22 de abril de 2021

La verdad consensuada

Un día, no hace mucho, leí en El País, diario que ha pasado de autodenominarse “Diario independiente de la mañana” al muy revelador “El periódico global”, un artículo que versaba sobre no recuerdo que aspecto relacionado con la Segunda Guerra Mundial.

Todo muy ortodoxo, obediencia obliga. Pero para mi sorpresa, el artículo en cuestión terminaba con una frase de esas que alegran el día a cualquier Revisionista que se precie. "Se trata de hechos que forman parte del consenso sobre la Segunda Guerra Mundial” se decía sin recato y con la mayor naturalidad.

Lo aberrante, amén de esclarecedor, de esta frase es la palabra “consenso”, en tanto en cuanto despoja de objetividad al concepto de verdad. La verdad ya no es, o no es. La verdad será la que consensuen aquellos que ostentan el poder y que tienen, por tanto, la capacidad y los medios para difundirla de forma masiva.

Este “descuido” pone en evidencia, una vez más, uno de los mecanismos de los que se sirve el poder para ejercer un eficaz control mental sobre su población, y que no es otro que el establecimiento de una “verdad” oficial que, en aquello que les beneficie, distará enormemente de la, valga la redundancia, verdadera verdad. Es el orwelliano “Quién controla el presente, controla el pasado, y quién controla el pasado, controla el futuro”.

Este desvergonzado proceder consigue, no se puede negar, multitud de adeptos que fundamentalmente “creen”. Pero también, muy a su pesar, provoca la reacción de unos pocos, para los que el escepticismo es religión, que lejos de conformarse, se hacen infinidad de preguntas a las que intentan responder. Mediante la investigación, la observación, el análisis y la deducción, revisan y ponen en evidencia una y otra vez esas “verdades” oficiales que dogmáticamente nos son impuestas. Son el grano en el culo del Sistema.

Y el Sistema, como no podía ser de otra manera, intenta extirpar tan doloroso forúnculo. Y lo hace, contrariamente a lo que predica, de forma artera y en modo alguno democrática. Etiquetando como falso todo aquello que no sirva a sus intereses, no hace más que aplicar una burda censura y limita, sin más, la en otros tiempos sagrada e intocable libertad de expresión.

Y lo más llamativo del asunto es que este Estado demente y manipulador, que ofrece como única prueba de sus “verdades” el tan popular “lo han dicho en la tele”,  acusa a científicos e intelectuales contrarios a sus designios de no probar debidamente sus afirmaciones, cuando lo cierto es que tienen que hacer un esfuerzo sobrehumano por mostrar las evidencias que las amparan, silenciadas y ocultadas sistemáticamente por unos medios de comunicación que han tocado fondo en lo que a servilismo y abyección se refiere.

Y por si esto fuera poco, estos sinvergüenzas han popularizado la moda de la etiqueta y la adjetivación como arma definitiva para acabar con el debate y la disensión. Si argumentas en mi contra, te cuelgo la etiqueta y, sin más explicación, zanjado el asunto. Que para chulo yo, que ostentando el poder no tengo que demostrar nada. Faltaría más.

Negacionista, racista, xenófobo, facha, homófobo, irresponsable, insolidario y otros muchos, son términos acuñados para, sin debate alguno, dar por zanjada cualquier cuestión. Usan la adjetivación a modo de “tiro en la nuca”. Pero eso, y lo saben, no les da la razón.

Miedo es lo que tienen, y hacen muy bien en tenerlo. Porque quedan espíritus libres que están revisando su nefasto proceder y porque la verdad, la de verdad, llegará finalmente al pueblo que, engañado, traicionado y humillado, querrá cobrarse cumplida venganza por tanta iniquidad.