Hace dos años, tal vez tres, que descubrí a Chirbes. Fue con
su novela “Crematorio”, feroz crítica de
la España del boom inmobiliario, esa España que a todos habría de pasarnos
factura. Un libro contundente, directo y demoledor, escrito con una prosa
soberbia que resultó para mí una gratísima sorpresa y un descubrimiento
literario de primer orden.
Como siempre que descubro a un escritor que me gusta, no
suelo tardar mucho en continuar leyéndole. Eso he hecho con Chirbes. Y lo he
hecho con su primera novela, “Mimoun”.
Tremendo error, porque este relato ambientado en Marruecos y
afortunadamente corto, nos muestra desde la página uno esa prosa que años más
tarde convertiría a Chirbes en uno de los grandes de la lengua castellana, pero
también nos muestra a un Chirbes incomprensiblemente pedante que escribe en
francés cuando esa es la lengua en la que se expresa el personaje de turno. Una
forma de seleccionar lectores, desacertada a todas luces, porque poco o nada
tienen que ver la cultura y el gusto por la literatura con el multilingüismo.
Recurso estilístico que emponzoña la obra e indigna al lector.
Y todo ello,
consentido por un editor que complaciente, prioriza las preferencias del autor.
Fácil habría sido contentar a todos mediante la inclusión de
pies de página que arrojaran un poco de luz sobre aquellos fragmentos sólo
actos para francoparlantes.
Yo, por mi parte, le daré otra oportunidad a Chirbes. La
excelencia de su “Crematorio” le hace merecedor de ella. Espero que deshaga el
empate.
Respecto a “Mimoun” no gastaría ni tiempo ni dinero en ella.
A Chirbes, q.e.p.d., poco le va a importar. A la editorial, es otro
cantar.